16 spbre.- LA
FE
Del
pasado sábado, con la fecha de la CRUZ GLORIOSA, quedó sin tocar Lc 6,43-49,
que es una clave para todo análisis de la realidad, y la pauta para un acierto
posterior. Jesús pone un principio “natural” para que nos lo apliquemos a
conocer nuestra verdad. Dice Jesús, como principio, que todo árbol bueno da frutos buenos, y todo árbol malo da frutos malos.
No quiere decir que en el árbol bueno no pueda haber alguna fruta picada por
algún mal bicho, y que allí salga una mala fruta. Ni quiere decir que un árbol
malo no puede tener excepcionalmente una buena pieza de fruta. El principio
está plantado muy claro. Y ahora toca echar mirada a los frutos que producimos. Digamos: frutos
que aúnan o que repelen, que serenan o que tensan; frutos de ida a los demás o
egocéntricos (como si nadie más
existiese ni tuviese una buena idea que aportar); frutos que acompañan o que dispersan, que causan bienestar o malestar,
obras que son un reflejo evangélico o que viven (digo en “creyentes
cristianos) como si no existiera;
autosuficiencias o humildad; palabras vacías o silencios prudentes; silencios
que escupen y silencios sufridos; engreimientos o capacidad de escucha y
cambio; fidelidad clara en lo que vemos, oímos, pensamos, buscamos…, o flirteo
con las miradas, comentarios, juicios, palabras, pensamientos. Frutos de huida
o de presencia; de búsquedas aventureras o aprovechamiento de lo cierto y
corroborado… (Siga cada cual esas
disyuntivas).
Y
Jesús pone coto a toda ambigüedad con esa parábola esencial de la casa construida sobre roca y la que se
construye sobre arena. La que echa el cimiento en roca firme, no se viene
abajo por los “vendavales” de la vida. En medio de todas las contrariedades, la
roca sostiene. Por el contrario, la casa sobre arena es un pelele en medio de
la vida. Ni se sostiene, ni está siempre en el mismo lugar. Al final, se
desploma. Lo peor es que arrastra a otras cosas que tuvieran relación con ella.
Y Jesús aplica esa “arena” a una religión inconsistente que se limita a lo
superficial, a la palabrería, a los objetos, a los “favores”, a las apariencias
(aunque tomaran forma de “apariciones”).
Nada de eso es la construcción sobre roca que Jesús ha puesto como
broche final en ese capítulo 6 de San Lucas.
Hoy,
día 16, ¿cambia el panorama (Lc 7, 1-10) o “aplica? Por una parte es un salto
desde lo anterior –tipo enseñanza directa- y lo que viene ahora de un hecho.
Punto de ilación es que Jesús “acabado
de hablar a las gentes, entró en Cafarnaúm”. Y en Cafarnaúm hay una
centuria romana de seguridad, al mando de un centurión romano. Hombre que, bien
sea por su roce frecuente con el mundo judío, ha escuchado hablar de Jesús como
persona que hace curaciones. O bien, un
romano para quien los dioses proliferan y encuentra en las obras de Jesús una
cierta mano “divina”.
Por
lo pronto, "árbol bueno", hombre prudente, o tímido, o que no quiere recibir personalmente
una negativa de ese Jesús. Según Lucas, ni él va a pedirle a Jesús, ni luego va
a dar personalmente la cara. Pero en el modo que sea, en la forma e intensidad
que sea, llega a pensar que Jesús puede curar a su siervo gravemente enfermo.
Por una parte envía mensajeros, y por otra tiene recomendaciones porque hasta
ha contribuido a que se haga una sinagoga.
Su recado es manifestar que su siervo está grave.
Jesús
emprende el camino hacia la casa o el destacamento romano, acompañado de
quienes vinieron a hacer las
recomendaciones a favor de la petición del centurión. Pero cuando ya está cerca, nuevamente envía
recado el romano: Señor: no te molestes;
no soy yo quién para que entres bajo mi techo: por eso no me vi digno de ir
personalmente a ti. Dilo de palabra y mi
criado quedará sano. Y hasta da
razones de esa “fe”: yo tengo autoridad para dar un recado a distancia y que se
cumpla…
A
Jesús le impactó tanto aquello, que confesó no
haber encontrado en Israel una fe tan grande. Y dijo LA PALABRA…, y sanó el siervo enfermo.
Esta
mañana me he quedado mirando: fe de la hemorroísa: tocar siquiera el manto; fe
de Jairo: baja, impón las manos…¸fe del leproso: “si quieres, puedes”, fe del
ciego que va a la piscina y se lava (conforme se lo dijo Jesús) y mantiene su
postura frente a fariseos… Y así podría seguir.
Tengo
a dos pasos tocar las imágenes, poner velas, echar promesas, basarse en “hechos
llamativos”, visitar sepulcros, echar limosnas, declararse creyentes de primera
y no practicar nada de nada; querer casarse ante Dios, cuando en realidad nada
cuenta Dios en su vida real; “devotos” de “devociones”
con ausencia total de vida sacramental; prácticas de ciertas liturgias (rituales muy humanos pero muy
arraigados, sin una referencia al Cristo del Evangelio)…, y no dejo de
preguntarme si tras eso hay algunas formas de aquellas que Jesús vio y atendió.
“Tu fe te ha salvado”, “Que se haga conforme
a tu fe”…, son situaciones que hoy me han martilleado mientras oraba. Soy consciente
que el mundo se ha vuelto “del revés” (si miro desde mi visión). Y a la vez me queda
ese atisbo de esperanza –aunque se me escape una buena parte- de si a la par
que han cambiado tantas cosas, y aun tantos principios que vemos fundamentales
(pero que hoy son papel mojado para muchos creyentes), la fe habrá también
tomado otros colores. Desde luego, sean del color que sean, hay algo que es insustituible:
el EVANGELIO, CRISTO –su vida, su muerte, su Resurrección-, su prolongación en
la IGLESIA…, Roca firme…
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