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sptbre. Un momento crucial
Llegamos
a un punto esencial en la vida del Evangelio, o lo que es igual, en la vida y
misión de Jesús. A través de estas situaciones que hemos ido viendo, alrededor
de Jesús se ha formado un numeroso grupo de seguidores. Sus palabras, sus obras,
su vida…, han ido creando una atracción peculiar. Y Jesús ve llegado el momento
de lo que podríamos llamar “formalizar”
su labor mesiánico-apostólica.
Aunque
en San Lucas (6, 12-19) se recalque menos, hay una serie de datos
significativos. Por lo pronto, Jesús sube
a la montaña. La “montaña” había sido en la historia del Pueblo de Dios un “lugar”
de manifestaciones solemnes de Dios. Pasó la noche orando. Otro dato de mucha
importancia. Moisés estuvo cuarenta días en intimidad con Dios; Jesús también
ora toda una noche… Y no es esa oración que pidiéramos llar “devota”, “de
desahogo”, de “emoción del alma”… Y no es que no pudiera haber de todo eso.
Pero era, más que todo, una oración de búsqueda, o como ahora se diría “de discernimiento”. Jesús iba a dar un
paso crucial en su vida y misión y eso llevaba a una oración profunda de
comunicación con Dios.
Se
hizo de día. Jesús salió de su rincón recogido y se vino hacia sus discípulos
más cercanos, que habían pasado la noche recostados por allí. Y Jesús los llamó
para que se acercaran… San Mateo dice: llamó
a sí… Ahora no era como en el Sinaí, en el que no podía traspasarse una
línea divisoria entre la falda –lugar de todos- y “el monte”, lugar sagrado al
que sólo tuvo acceso Moisés. Ahora, en
esta nueva etapa –la etapa de Jesús- Él mismo llama a acercarse al grupo de sus
discípulos.
Y
con una inmensa emoción del propio Jesús, y de ellos, Jesús empieza a
entresacar a Doce de entre todos los demás. Se engarzaba así con la historia de
Israel con sus Doce tribus. Y de los
labios de Jesús van saliendo nombres que van a constituir el núcleo fuerte de
su misión. El primer nombre fue el de Simón, y con ese sobrenombre –que determina
su misión- de “Pedro”. Y le siguen, con
el orden de primeros encuentros con Jesús, Andrés (hermano de Simón); Santiago,
Juan, Felipe, Bartolomé, Mateo… Jesús
pronunciaba cada nombre con fuerza y espaciadamente: No era una lista, un
índice… Era todo el Corazón que se ponía
en cada una de aquellas personas… Era el fruto de aquella noche de oración ante
Dios, madurando, esperando el signo de Dios que aprobaba…
Siguió
nombrando lentamente a Tomás, a Santiago Alfeo, a otro Simón que se apodaba “Zelotes”
(quizás porque hubiera estado antes en la secta religiosa extremosa de los
zelotas); Judas el de Santiago (el bien conocido “Judas Tadeo”), y Judas
Iscariote. Y Jesús acabó ahí su enumeración. Todos esos “Doce” quedaban
destinados a estar con Él, a realizar su misión con Él, a trasmitir la Palabra
de Dios, a expulsar malos espíritus (que tanto pululan por los relatos
evangélicos). Doce nombres, doce hombres de confianza y para una gran misión.
Serán
los evangelistas los que apostillen siempre el último nombre con el estigma: que fue el traidor. ¿Cómo fue posible
eso? El misterio de la libertad humana, el misterio del hombre (hombre o mujer)
que marca su vida desde su propia decisión. En el pensamiento de Jesús, en la
llamada que hizo tras su oración, Judas Iscariote era tan igual que Juan o Andrés
o Tomás.
Luego
baja Jesús al llano. En el “llano”
esperaban muchos discípulos de los que le iban siguiendo. Había también pueblo, gentes que se venían atraídos
por las cosas de Jesús, y que se habían desplazado desde diversas partes de
Palestina. Dice Lucas que venían a oírlo,
a que les curara de sus enfermedades, a ser liberados del tormento de malos
espíritus…, y ese dato tan normal y propio de todos los tiempos: para tocarlo…,
esa especie de necesidad de lo “inmediato”, lo “tangible”…, el ponerse bajo ese
fluir de la corriente de vida que
salía de Él…, esa fuerza que sanaba a todos.
¡Esa
posibilidad que se nos ha concedido de PODER TOCAR A JESÚS!, con un toque
tan íntimo, sosegado y profundo como el que estamos haciendo ahora mismo…,
metiéndonos en la mismas entrañas de su alma…, saltando las barreras de las
solas palabras de un texto, y viéndonos metidos plenamente en ese “llano” de la
vida diaria, pero con esa realidad de Jesús que desciende entre nosotros, nos
busca, acude a nuestra llamada, nos llama, nos nombra con nombre propio, nos cura, nos libera… Y sigue saliendo de Él esa fuerza que cura a todos.
No me
quedaría satisfecho con lo dicho. Estoy con el oído puesto, y estoy oyendo la
continuación de esa lista de nombre elegidos…: Agustín, Francisco, Domingo,
Ignacio de Loyola, Teresa de Jesús…
Y más y más…,
auténticos paladines de la vida de la Iglesia, predicadores, monjes, almas
vírgenes…, mártires que han escrito páginas heroicas y sorprendentes, no sólo “entonces”
sino en nuestros días…
Y sigue Jesús
pronunciando nombres… Y ahí va el tuyo, el mío… Ahí va el amor de elección y
misión…, la ilusión de Él…, la maravilla de OÍR mi nombre en los labios de
Jesús…, y saber que estamos llamados para enseñar su palabra, para curar
enfermedades y para liberar de malos espíritus.
[Y eso no queda tan en la teoría, porque no hace falta recurrir a los
exorcismos ni a demonios enfurecidos; “enfermedades”,
“posesiones de espíritus malignos”, se presentan a la vuelta de la
esquina].
Me viene a la mente esa expresión popular, "consultarlo con la almohada". Del evangelio de hoy, me quedo con ese orar de Jesús ante algo determinante para El (y para la Iglesia): la elección de los doce. En qué contadas ocasiones, ponemos nuestras decisiones, problemas, determinaciones...en Oración.Jesús nos enseña cómo hemos de poner en oración todo lo relevante para nuestra vida y la de los demás. No hay mejor consejera que la oración íntima con Dios.
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