11 spbre.-
Dichas y desgracias
Elegidos
los apóstoles, entra el momento constituyente de ese “nuevo Israel” que viene a
presentar Jesús. En ese marco se ha de desenvolver el Evangelio; en ese modo
tiene que irse haciendo el Reino de Dios.
Jesús se dirige primeramente a sus discípulos, y con tanto mayor énfasis
a sus recién constituidos apóstoles, y les presenta las 4 bases sobre las que ha
de asentarse ese Reino de Dios, esa labor de ellos, esa vida que han de vivir:
Dichosos los pobres. ¿Los mendigos? ¿Los vividores? ¿Los que son
pobres por vagos y porque no luchan por superar su miseria humana? Es evidente
que no. Y al mismo tiempo, Lucas –que se dirige a una comunidad muy pobre- no
ha matizado que la dicha quede en la pobreza
de espíritu. No es que vaya a negarlo, pero la expresión es escueta: “Dichosos
los pobres”. Sabe que no hay necesidad de matizar porque hay muchas pobrezas y
muy dolorosas pobrezas, que pueden vivirse desde la misma miseria y desde la
opulencia pecuniaria. Habla Jesús de unos pobres
que tienen como apostilla una felicidad porque el Reino de Dios es suyo. Sus condiciones de pobreza serán las que
sean, siempre que es una pobreza que se vive en la paz interna del alma, sin recelos,
sin espíritu de venganza ni de “vuelta de
la tortilla”, para luego cambiar las tornas y hacer pobres a quienes los
hicieron pobres. Dios sí le da la vuelta a la tortilla porque acaba eligiéndose
a los pobres para confundir a los ricos…, porque un día el epulón será
enterrado sin apelación, mientras el pobre Lázaro será llevado por los ángeles.
Dios sí le da la vuelta a la tortilla. Y ahí habrá llegado la plenitud de la
dicha del que ya –en su pobreza- supo ser pobre (que no es solamente serlo…)
“Dichosos los que
ahora tenéis hambre”. Es una variante de lo anterior. Y observo también que
Lucas no ha apostillado sobre “hambre de justicia o fidelidad”. Sencillamente,
tener hambre. La dicha de quien tiene que ocuparse sólo de su supervivencia y
lo le queda tiempo para pensar si los demás hacen o dejan de hacer. “Hambre”
porque ve tantas carencias en sí y en otros, siente tanto en sus carnes que el
que “se llama león” es el que come de sobra…, que el que tiene la sartén por el
mango es el tiraniza y lleva su vida y la de los demás a su antojo…, que se
experimenta un atroz hambre de humanidad, de atención a las auténticas
urgencias de la vida; un hambre que el hambriento no tiene en su mano saciar
AHORA. Y Jesús viene a decir a esos hambrientos que van a ser saciados. El Reino de Dios comienza aquí, pero
aquí hay peces buenos y malos, trigo y cizaña, luz y tinieblas. Pero un día se
va a separar una parte de la otra. Y hasta es posible que no haya que esperar a
“la consumación” de los tiempos. Dios tiene también sus reservas para saciar
aquí en la tierra.
Dichosos los que
lloran. Aunque llorar suena a amargo, pero saben llorar los que lloran su
dolor, su sufrimiento, su pobreza, su hambre…, pero sin un mínimo resquemor.
Aunque parezca contradictorio: lloran sin amargura. En ese “dentro” íntimo adonde
solo Dios tiene entrada, ríen… Y
saben que reirán mucho más. Que “desde la otra acera” van a reírse del ridículo
espantoso de quienes se creyeron dueños de la selva…, o del particular cortijillo
que pueden construirse algunos, aunque sean como aquel rey que robó la viña, la
dicha y la vida a Nabot. El que ahora llora, puede ser que vea venir a los
perros sobre la sangre del homicida. Y no es para reír… Pero el transcurso de
un tiempo será ocasión de volver a respirar con esa sonrisa de parte a parte…
Dichosos cuando os
odien y os excluyan y os insulten...
¡Anda que no es verdad que todas esas cosas ocurren…, y entre “amigos”…
No digamos si hay enemigos. ¿Y se puede
ser dichoso así? Pues Jesús ha dicho que
sí, y ha dado su suprema razón: cuando
todo eso sucede por causa del Hijo del hombre. ¡Alegraos ese día porque vuestra recompensa
será grande en el cielo! Cuando Cristo
plantea su “Constitución del Reino”, rompe todos los esquemas. No manda. No prohíbe.
Traza una “hoja de ruta” (hoy término
tan corriente), y nos dice: por ahí se va… Y es muy cierto que nuestra reacción
es: “hasta aquí se podía llegar” y más tendemos a sacar las uñas que a
sentirnos dichosos, Jesús lo deja ahí…, “el
que tenga oídos para oír…, que oiga”.
Pues,
Señor: no es fácil “oír”; menos aún escuchar
y aplicar.
Y
Jesús pone ahora lo mismo que ha dicho pero planteado desde “el revés” con sus
profundos “ayes”: “Ay de vosotros los ricos; ya tenéis vuestro consuelo”. Amasasteis
riquezas; y ahora ¿de quién serán? Os habéis inflado de ricos. No tenéis más… “Ay de
vosotros los que estáis saciados”…, los que no cabéis dentro de vuestro
pellejo porque manejáis a vuestro antojo todo lo cae en vuestras manos, y
obligáis a los otros a bailar a vuestro son… ¡Tendréis hambre! “Ay de
vosotros los que reís” y reís a costa de los otros o prescindiendo de los
otros o pasando sobre los otros… Vuestra risa se trocará en llanto, “porque haréis duelo y lloraréis”. “Ay de vosotros cuando todo el mundo hable
bien de vosotros”. Es muy fácil adular, y adular para obtener… Es muy fácil
tener la “camarilla” de “adoradores”, y con ello cerrar los oídos a todo lo
demás que se cuece alrededor, y que bastarían dos dedos de frente para saber
que cuando todos adulan, ¡mala señal! O hay
miedo o hay mentira, o aquellos buscan sacar algo.
Me dicen mucho las palabras de San Pablo de hoy. Cuántos afanes en nuestra vida para conseguir lo que es temporal, efímero, superficial, incluso presentuoso de cara a los demás... y qué maravillosa invitación a buscar los "bienes de arriba". Que nuestra vida sea una búsqueda de esos bienes de arriba que transforman nuestra existencia (me gusta mucho la frase que usa San Pablo, "...vuestra vida está con Cristo escondida en Dios..."), no prescidiendo de lo terrenal (todo ha de ser usado correctamente) sino convirtiendo esos bienes en medio y no en fin para lo que es verdaderamente nuestro gran "bien": el encuentro con Dios
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