“Ni con ni sin”
Estoy
encargado de recibir, atender y ayudar a las parejas que piden boda en nuestra
Iglesia del Sagrado Corazón. En mi contacto con ellas busco, primeramente, que
tengan un encuentro plácido, sereno y agradable “con la gente de iglesia”, que –desgraciadamente- somos vistos con
recelo en múltiples ocasiones. Y no digamos en este momento de la historia en
la que se ha procurado borrar del mapa la acción de la Iglesia y de los que
ejercemos en ella el ministerio. Sin
embargo queda aún en una mayoría de esas parejas una forma de fe que podría
sintetizarse en el deseo de “casarse ante
Dios”. Precisamente porque hay que ir llegando a esos aspectos, y
favorecerlos o aclararlos…, envío por delante un cuestionario (con mucha
antelación a la boda) en el que pregunto si quieren
la boda con Misa o sin Misa. Y no
hace demasiado tiempo me topé con una respuesta que me dejaba fuera de
juego. Decía: ”Ni con ni sin”. Podéis comprender mi perplejidad. De modo que
cuando nos sentamos a preparar ¿la boda?, mi pregunta seca fue: ¿Qué es lo que queréis? Porque la respuesta en sí era sencillamente
que no querían boda. Y no podía ser eso
tan claro, puesto que estaban aquí para prepararla. He de dar la solución final
para sosiego de los lectores: aquella respuesta estaba dada con la boda tan
lejana que no sabían ni lo que iban a acabar queriendo, pero se habían preparado
bastante bien a través de Internet, y venían mucho mejor que otros que confiesan
su fe a machamartillo…, y luego la cosa es muy diferente.
Os
he contado esta anécdota (aquí con final feliz) a propósito del evangelio de Lc
7, 31-35: Jesús se pregunta a qué se parece aquella generación de personas
religiosas que tiene delante, fariseos a la cabeza: qué es lo que queréis… “¿A quién os compararé?” Jesús se responde que tendría que compararlos
con niños displicentes, aburridos, desganados, a los que le gritan otros niños:
“Os tocamos la flauta y no bailáis;
cantamos lamentaciones y no lloráis”…
Y
Jesús aplica: ni habéis aceptado a Juan Bautista, hombre exigente, recio, de
predicación austera…, y con una vida mortificada y dura. Llegáis a pensar que “tiene
demonio”. Pero tampoco aceptáis mi predicación abierta, amplia de horizontes, colmada
de misericordia…, y me tildáis de comilón y borracho porque acepto la llamada
de quien quiere invitarme. ¿Qué salida me queda?, puede preguntar el Señor.
Aparte
de lo que eso se pudiera aplicar a los extremistas de uno y otro signo, siempre
displicentes, que ni bailan ni dejan bailar; ni lloran ni dejan llorar… (nostálgicos,
detallistas de la minucia, aferrados al pasado y las costumbres de siempre…; y
al otro lado los “inventores” de una “iglesia” a su medida, que les dé la razón
o que quede como monolito inalterable…), yo quiero prescindir de toso eso
porque mi planteamiento quiere siempre pisar tierra y no perderme en aquello
que se decía en teología: “cuestiones de
pelos de cabra”.
Me
preocupa la “gente normal”, la que busca y la que duda, la que pregunta y la
que no quiere más que “su respuesta”, los “creyentes” sin sacramentos, y los de
rezos a secas y promesas y banderas; y
los comprometidos en una fe de la Iglesia,
lo mismo en lo que se ha de mantener incólume, que lo que ha de avanzar necesariamente
para seguir siendo Iglesia que sirve y ayuda y sabe que no vive en una urna de
cristal.
Me
preocupan los que tienen siempre a flor de labios la palabra que “califica”,
que van buscando el mosquito, que critican, que enjuician, que no se bajan de
su burro, que parecen estar sobre el bien y el mal. Me preocupa porque eso significa que “yo no soy como los demás: borrachos,
ladrones, adúlteros…; que yo pago mis impuestos y doy mis limosnas”. Me
preocupa una visión “de lo demás” [todo lo demás, que no es el propio YO], que
deja siempre el atisbo de crítica, sea porque bailan, sea porque lloran…, o
porque ni bailan ni lloran. Cazadores de
displicencias para malo o para mejor. Encerrados en su propia burbuja…, pero
con lengua de camaleón para dispararla contra “su víctima” a miles de
kilómetros por segundo. Me sirve mucho esa expresión tan “despistante” del “ni con ni sin”, porque es como un estereotipo
de muchísimas personas.
Como
Jesús en aquella ocasión, su expresión triste es como decir: “¿qué puedo hacer o qué puedo deciros?” ¿Cómo se entiende una vida de fe que no
encuentra campo de aterrizaje, más que
el “propio”…, porque todos los demás campos tienen defectos y deben ser ellos
los que corrijan?
Imaginad
una obra de reparación y mejora de un edificio. Por fas o nefas la cosa sale
con muchas goteras. Y nadie tiene la culpa; nadie la asume. El dueño contra el
responsable mayor; el responsable contra el técnico, el técnico contra el
contratista, el contratista contra los ejecutores materiales, los ejecutores
acusan a los otros gremios de ejecutores, y del conjunto salen todos peleados y
sin querer ni verse.
¿Ahora,
qué? Os tocamos la flauta y no
bailasteis; os tocamos a duelo y no llorasteis…
De verdad que esas palabras de Jesús se clavan dentro porque comprende
uno el descorazonamiento que podía producirle tal situación… Ni con ni sin…
¿Qué es lo que queremos?
La
solución, muy en los adentros.
”Ni con ni sin” significa que no saben lo que quieren porque no saben lo que significa una boda, ni una Misa. ¿Y por qué no lo saben? ¿Y quién se lo dará a conocer?
ResponderEliminar¡Buenísima la imagen de la lengua del camaleón!
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