DETALLES DEL
VÍA CRUCIS
Simón
de Cirene es un personaje que se hace entrañable en su ayuda a Jesús. Que fuera
obligado al principio, contra su voluntad, con repugnancia, no quita nada de lo
que luego es y lo que hace, y cómo llega a identificarse con el condenado hasta
ese paso de “corriente” que fluye desde el condenado hacia el interior más
profundo del Cireneo. Cuando deja a Jesús en la cima del Calvario, en realidad
ya ha entrado en su órbita. Ya no es el que era. Había llegado a tocar la misma
sangre de Jesús que el madero llevaba. Y eso cambia ya todo.
Y
la Verónica, esa tradición que la piedad introdujo en el vía crucis era la necesidad de toque femenino en medio de aquella
vía de dolor. Ella es mujer. No puede quitarle a Jesús el madero. Incluso ya no
piensa en ello porque un hombre lo lleva. Pero el detalle, el que sólo entra en el sentir de una mujer, es que el
condenado acarrea otro padecimiento que le hace tropezar más: es que los hilos
de sangre que caen de las espinas…, el sudor de un hombre que va empapado por
su fiebre y esfuerzo…, aquellos salivazos que le humillan…, necesitan “un
toque” de ternura, de acercamiento, de expresión de delicadeza, cuando allí
nadie parece darse cuenta. Y la mujer se va situando en primera fila…; sabe que
Jesús va a caer otra vez… Y Verónica surge de improviso, sin darle tiempo a
reaccionar a los guardias, y se planta ante Jesús y le aplica su paño limpio,
blanco a aquel rostro sucio y angustiado. Simplemente aplica el paño. Con
delicadeza de mujer, ni limpia, ni frota, ni otra cosa. Simplemente aplica su
lienzo, como quien sostiene en sus manos un rostro que no puede ni mirar. Para
cuando el soldado vino a retirarla de un empellón, ella había cumplido su
cometido. Y seguro que ni miró su lienzo.
Simplemente había hecho lo que tenía que hacer. Y es seguro que aquel hecho significó para
Jesús un alivio muy hondo. No sólo en lo físico. Había habido allí mucho más. Por eso, cuando aquella mujer, tras acompañar
con el corazón al pobre condenado, se metió en su casa, y hasta quizás pensó
lavar aquella tela…, su enorme sorpresa fue que se había llevado con ella la
primera fotografía de Jesús. El alma le
dio un vuelco. Lo que ella había hecho,
era muy poco en comparación con lo que había recibido.
Y la mujer
Verónica empezó a ser un referente esencial para todo el que sabe acercarse a
uno que sufre. Ella no había dicho
palabra. Ella había estado allí. Ella había hecho lo indispensable. Ella no
había frotado ni había hecho algo llamativo; ni había aparecido como protagonista.
ESTUVO ALLÍ e hizo el mínimo que había que hacer. Pero cada vez que surge esa
figura en la vida de uno que sufre, el valor de Verónica será que ni siquiera
consta su acción en el Evangelio, pero el rostro de Jesús lo lleva grabado en
su alma para siempre.
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