Hacia la
Pasión
Dos
días llevamos en que la primera lectura presagia la tormenta del odio y la
intriga sucia. Ayer era el libro de la
Sabiduría, con la mala intención de los impíos. Hoy es Jeremías [11,18-20] quien expresa en
primera persona la situación que padece: No
sabía los planes homicidas que planeaban contra mí. No le queda sino la súplica a Dios, que juzga
rectamente y conoce las entrañas del corazón de Jeremías. Y confía.
El
Evangelio [Jn 7, 40-53] nos pone ante algo que vengo repitiendo hace ya un
tiempo: la necesidad de saber dudar de sí, de la propia “verdad”. Y no es dudar
por dudar, sino porque es la manera de mejor acertar. Cuando
venga el Mesías, no sabemos de dónde vendrá. Es así que Jesús viene de Galilea. Luego no
es el Mesías. En filosofía llamábamos a
esto un “silogismo en bárbara”. Y los
fariseos son así: ponen una premisa a su modo, y siguen ya sacando las
conclusiones a su modo, y llegan a concluir a su modo. Los guardas no se deciden apresar a Jesús
porque se han quedado admirados por sus palabras. Luego los guardas son unos ignorantes y unos
malditos, según el silogismo fariseo.
Nicodemo, fariseo, se atreve a plantear que primero escuchen a Jesús
antes e condenar su actuación. El mismo silogismo contra Nicodemo, al que se le
ridiculiza de “galileo”. Ni una duda en
los conspicuos fariseos, siempre seguros de ellos mismos. Ni un plantear
siquiera aquella duda metódica para
llegar a hallar la verdad. Eisnteim, el
gran sabio alemán, decía que teníamos que tener un arsenal de preguntas en
nuestra recámara. Porque sólo así se
llega a la verdad más completa. Porque quien cree tener toda la verdad, ya está
en plena mentira.
No es para desdeñar este
planteamiento cuando pensamos en nosotros, cuando nos afianzamos en nuestros propios
pies de barro. Porque llegaríamos a ser mucho más sabios y más santos si
supiéramos llenar nuestros bolsillos de preguntas…
Pilato dudó. Lo que pasa es que su duda se centraba en su
salvar su ropa. Dudó, pero no investigó: no quiso saber la verdad que Jesús pretendió expresarle. Dudó, pero desde el
principio primero de que él quedara con la cabeza a flote. Cuando se lava
las manos, no es que duda de sí: Yo
soy inocente. Lo demás…, caiga quien
caiga. Y naturalmente cayó el inocente,
cayó quien no le iba a crear problemas. Irás a la cruz fue la sentencia injusta,
pero acababa con aquella pesadilla. Y vosotros allá. Pidió aquella turba exaltada que su sangre caiga sobre nosotros y sobre
nuestros hijos. Y hoy pensaba yo que
–después de todo- fue ventajoso para la humanidad aquella responsabilidad que
contrajo aquella chusma. Ventajoso para
nosotros porque la misericordia de Dios cambió la maldición que ellos se
echaban por la bendición divina que supone que un río de Sangre redentora
fluiría sobre nosotros, nuestros hijos, nuestro mundo. Y esa sangre inocente, derramaba sobre un
mundo pecador empedernido, sería la única que podía ablandarlo…, y la sangre
roja que acaba blanqueando… ¡Paradojas divinas! Hoy hemos de agradecer aquella
terrible frase de un pueblo embrutecido, y experimentar nosotros sus efectos
saludables. Ese pueblo, ni dudó. Hoy hemos nosotros de tener la capacidad de
dudar tanto de nuestras verdades personales, que esa sangre blanqueadora pueda
penetrar los poros de nuestra vida hasta abrirlos a posibilidades nuevas…
Abrirlos a Dios, fuente de Verdad, que nunca abarcaremos nadie, y siempre
podremos ir aprendiendo.
Había que organizar la comitiva
hacia el Calvario. Sacaron a los dos
malhechores de la cárcel. Llevó su
tiempo. Jesús se tambaleaba, con la
debilidad de sus piernas y la fiebre de su traumatismo por todo lo sufrido.
Sacaron los tres maderos que habían de llevar a costal Los malhechores, que
estaban muy enteros porque no habían padecido antes, cargaron su correspondiente
madero. Cuando se lo pusieron a Jesús, apenas pudo sostenerlo. Titubeaban sus
piernas. Su cuerpo magullado y herido no
soportaba aquello. Por más que lo intentaron sostener para que se mantuviera en
pie, acabó cediendo su cuerpo y cayendo.
Comprendieron los soldados que era imposible. Y como pasaba por allí un labrador fornido,
de él echaron mano y, a duras penas, le obligaron a tomar aquel madero. Algo
muy humillante, porque la cruz era instrumento de vergüenza, patíbulo e
malhechores. Y Simón de Cirene tiene una
mirada hosca inicial porque Jesús es “culpable” de aquella vergüenza que Simón
va a pasar. Y sin embargo, desde el
instante primero, la mirada de Jesús –entre sangre y lágrimas- es una mirada
agradecida, acogedora, amorosa… Y el de
Cirene se queda parado y vuelve a mirar a Jesús…, y ahora le empieza a atraer…
Hasta empieza a no rechazar aquel madero pesado. Siente que no le ha ocurrido
una desgracia…, siente que no le humilla…
Siente que –aparte del peso físico que le quita a Jesús- puede serle
también un apoyo en el dolor. Frente a tanta turba enemiga, vociferante, ávida
de sangre, él está ofreciendo una mirada que corresponde la mirada de aquel hombre. ¡Aquel hombre especial, que le gana por
momentos! Y en más de una ocasión en que
Jesús titubea en sus pasos y está a punto de caer, Simón le hace de rodrigón y
le evita la caída.
¡Qué falta nos hacen Cireneos en nuestro vía crucis diario…!
Gracias Padre por las pláticas tan provechosas y tan directas a nuestras formas de vida y de pensar.No han podido ser mejores y provechosos estos Ejercicios Espirituales que acabamos de finalizar.Nuevamente "gracias".
ResponderEliminarLos cristianos debemos mostrar con la ayuda de la gracia,lo que significa seguir de verdad a Jesucristo.Necsitamos comprender y compartir las ansias de nuestros hermanos y a nosotros,los cristianos nos corresponde anunciar en estos días,a este mundo del que somos y en que vivimos,el mensaje antiguo y nuevo del Evangelio.