Dios defiende
al inocente
Daniel
13, 1-62, aunque muy acotado. Y además
con posibilidad de reducirlo mucho más para entrar en el meollo de la cuestión.
Y la cuestión es la pasión incontrolada de dos ancianos que pretenden seducir a
una muchacha israelita, Susana. Al no conseguirlo, pretenden la sucia venganza
de acusar que se ha dejado seducir por un joven. Aportan falsos testigos y la
condenan a muerte. Surge un niño,
Daniel, cuando ya la conducen al castigo mortal, y Daniel grita que es una
ignominia condenar sin haber pruebas. La
gente se arremolina, y logra Daniel que vuelvan a juicio, y él se encargará de
demostrar la verdad. Y deja convictos de
pecado a los dos viejos, y queda libre Susana.
Dios se ha valido de un chiquillo para liberar a la que es
inocente. Al haberse leído ayer el
Evangelio de la adúltera –a la que Jesús no condena, se sustituye por otro
evangelio, aunque el fondo del argumento es la actitud de perdón y misericordia
de Dios, que se vale de alguna forma para liberar. Susana era inocente. La
adúltera no. Pero Dios es el mismo y libera al inocente y perdona al culpable,
aunque siempre queda que en adelante no
puede seguir siendo adúltera.
Se
ha sustituido en este “ciclo C” por otro párrafo del c. 8 (12-20) de San Juan,
en el que se abre con la afirmación decisiva: Yo soy la luz del mundo.
La luz se opone a la tiniebla. Tiniebla de pecado, tiniebla de mentira,
tiniebla de medias tintas, de engaños, de cerrazones del corazón. Y afirma Jesús que quien le sigue no camina en las tinieblas, sino que tendrá la luz de la
vida. En relación con la 1ª lectura
nos bastaría. Jesús es siempre luz, pone luz y nos encamina a la luz. Por eso Él sigue hablando y actuado aunque no
paran sus enemigos que querer prenderlo y quitarlo de en medio. Pero aun no ha llegado su hora. La hora de las tinieblas la declara Jesús en
el Huerto. A partir de entonces los hombres se hacen tiniebla y sucede la
muerte del Inocente.
Me
quedé en Verónica. Lo que son las cosas. Un hecho tan humilde que quedó sólo
para la tradición y devoción popular, pero no recogió el Evangelio. Al menos el
pueblo sencillo necesitaba de esa mujer. Simón de Cirene ya tenía su entidad
propia por aquella humillación suya y aquel servicio que acabó prestando con
cordialidad. En un mundo de varones, él
quedó ahí. Pero era necesaria una mujer
para poner el toque de ternura y de humildad. Ni tiene que aparecer porque tu mano izquierda no se entere de lo que
hace tu derecha. Verónica hizo lo que tenía que hacer. La apartaron de un
empujón, pero se llevó –aunque todavía no lo sabía ella- la imagen de Jesús.
El
ya famoso juez granadino, Sr. Calatrava, ha ideado una pedagogía muy útil: al
mozalbete que ha dejado tullida a una mujer por un “tironazo”, lo “condena” a
servir en un Hospital, en la sección de parapléjicos. El ladronzuelo tiene que
mascar ahora la imagen del dolor de quienes sufren por su causa o por la de
otros como él. Pretende el Sr. Calatrava
que la imagen del dolor sirva de revulsivo
y pedagogía. La mujer Verónica se
llevó a su casa el rostro de Jesús… Y
nos está diciendo a los que no sabemos comprender a quienes sufren de una u
otra manera, que sólo acercándose al que sufre es como puede uno cambiar su
idea… Que tras cada persona que nos da
en rostro, que nos fastidia, que no puede tirar de sí (por la causa que sea…,
que incluso puede ser culpable de situación), aun queda una imagen que no
podemos perder… Y seguro que no lo descubrimos en el momento, pero al “llegar a
casa”, al serenar el espíritu, al reflexionar, al DUDAR de nosotros mismos, ese
“lienzo!” nos está mostrando el rostro de Cristo, aunque sea el rostro
contrahecho que caminaba con espasmos de dolor, hasta repugnante a la vista… Pero seguía siendo Cristo.
¡Y
lo que son las cosas! El Evangelio narra
a continuación la aparición de aquellas mujeres plañideras, llorosas, que se
limitan a acompañar con sus ostensibles gestos de dolor. Esta vez no es que les pagan. Pero su oficio
está ya tan arraigado en ellas que –ante aquella figura de Jesús- gritan y se
tiran del pelo. ¿Y Jesús? Se sintió igual de solo que sin ellas. Ellas
no acompañaron. Ellas no hicieron nada
útil. Ellas estaban en línea con los leños secos de sus propios hijos
judíos. Y más bien deberían llorar por
ellos. Y por ellas. Porque si en el leño verde de la Vida se hace lo
que hacen con Él, ¿qué pasará en el seco?
Un día hubieran preferido ellas que se hubiera desplomado sobre ellas y
sus hijos una montaña entera antes que ver lo que le queda que ver a aquel
pueblo.
Por
tanto: yo sé que hay gentes cuyo masoquismo les lleva a meter los dedos en la
llaga, unas veces propia y otras en la ajena.
Que parece que sacan provecho de revolver el dolor. Que vuelven a contar y a rememorar “lo que
pasó”, “lo que sufrió”…, y parece que se alimentan de esos “lamentos” y
recuerdos. Sinceramente dan en rostro.
Se me antoja al que mete el dedo en el ojo ajeno y retuerce dentro a ver si
puede hacer soltar el gemido del otro.
Por eso “las mujeres de Jerusalén” (y quienes ni son mujeres ni de Jerusalén)
no ayudan nada, y más bien meten los dedos en las llagas, que sería mucho mejor
cubrir y no poner al viento como un penoso regodeo del que no se saca ningún
provecho.
El salmo 22 que leemos en la liturgia de hoy,es llamado por algunos "la perla del salterio".Bajo la imagen sencilla del pastor,expresa el salmista sus más puros sentimientos,su fe profunda y su confianza familiar con Dios.Porque como pastor,Dios lo guia, lo defiende,lo colma de bienes y más que nada lo cobija en su casa "por años sin término".Todas las obras de Dios se pueden resumir en dos palabras:"la bondad y la misericordia".Junto con la parábola del Buen Pastor sería tema para una meditación profunda y provechosa.
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