ESCUCHAR la
voz del Señor
Hoy
está acentuada la faceta de la escucha de la Palabra. No sólo de “oír” la voz del Señor, ¡que eso
no basta! Sino de ESCUCHAR. “Oír” es
simple función del órgano auditivo.
Oímos como quien oye llover. ESCUCHAR es aprestar el oído para
enterrarse…, para sentirse cuestionado, para responder. Y lo que hoy
insiste la liturgia de la Cuaresma es una ESCUCHA atenta, tranquila, dando
tiempo, dejando que profundice y penetre y saque a flote una respuesta.
Dios
habla de muchas maneras: profetas, personas honradas, acontecimientos… Dios
habla día a día y muchas veces al día. ¡Se queda como quien predica en balate!,
porque no solemos tener puestos “los parlantes” (como dicen los
sudamericanos). Y la voz del Señor no se
escucha a esos niveles en que ha de calar su Palabra y hacernos reaccionar.
Aquellos
fariseos del Evangelio de hoy, “oían” y oían distorsionado. Donde Jesús echaba
al demonio, ellos “oían” a Jesús como demonio. Es lo peor. Yo convivo con una
persona que “procesa” mal lo que oye [semejante a un ordenador viejo] y parece
oír siempre lo que nunca se dice. Y el diálogo (¿?) es de sordos. Así eran los
fariseos. “oían” pero eran incapaces de escuchar por sus prejuicios. Y acababan
diciendo sandeces tan originales como que Jesús
echaba los demonios con el poder del demonio. Es evidente que NO ESCUCHARON. Y Jesús les
advierte a los tales que los finales son peores que los principios porque no
hay peor sordo que el que no quiere escuchar.
Pilato
fue un gran sordo. Porque quiso anteponer su puesto, su carrera política, su
escepticismo, su falta de decisión, sus miedos…, a lo que era indispensable en
un juez que quiere hacer justicia. “Oír”,
oyó. Pero no quiso ESCUCHAR cuando Jesús le pretendió poner ante LA VERDAD. La “verdad”
de Pilato era salvar su cuello, chaquetear con medias soluciones, nadar y
guardar la ropa. Y uso “sus artes”… Pero todo el que va en mentira, acaba
siendo víctima de ella.
Ya
había decretado que Jesús era inocente y –desde luego- no era para una condena
de muerte. Estaba juzgado el caso. Pero…, ¿por qué iba a arrostrar la
responsabilidad? Y cuando aquel grupo de
gente festiva viene a pedir la liberación de un preso (según la costumbre
anual, por la Pascua), Pilato riza el rizo y encuentra su coartada…: él no va a sacar la decisión de liberar a
Jesús, y aquel grupete de gentes alegres le va a solucionar la cosa. Él se
vuelve a “lavar las manos” y les pone delante una dilema facilísimo: o dejar en
libertad a un sedicioso peligroso (hasta entremezclado en un homicidio), o
soltar a Jesús, que nada malo ha hecho.
Y como encima de todo Pilato es un infeliz y no sabe calcular las
malicias que encierran sus contrincantes, les deja “deliberar” para que elijan.
Pilato se frota las manos por su diplomacia… La esposa le manda recado: no te metas con ese justo… Y él se sigue
frotando las manos porque va a solucionar el tema sin mojarse.
Y
cuando sale a ver los resultados de la deliberación, se topa con la sorpresa
desagradable, doble y gravemente desagradable, de que el veneno de los
sacerdotes ha inficionado a la masa y no sólo piden la liberación del sedicioso
Barrabás sino que las palabras suben de tono y para Jesús piden que lo crucifique.
Pilato
es el clásico sordo que NO ESCUCHÓ… No escuchó a su propia sentencia absolutoria,
no escuchó a Jesús y LA VERDAD, no escuchó a su esposa… ¡Mira que estaba Dios hablándole de muchas
maneras! Pero él NO ESCUCHABA sino que
se mantenía en esa adormidera de su PROPIO YO, lo único que sabía escuchar.
Y
como perro que vuelve a su vómito, no resuelve tampoco ni en un sentido ni en
otro…, salvo en buscar otra vereda para escapar…: que azoten a Jesús… Un
castigo con lengua bífida. O provocaba
compasión…, o le estaba preparando para la cruz (porque en el fondo, Pilato ya
se había tragado su fracaso y que tenía perdida la partida).
Y
la flagelación era una barbarie. O
atado con brazos en alto para dejar todo el cuerpo a la intemperie, o sobre
columna baja doblado el torso, para ofrecer más espaldas sobre las que golpear.
Los verdugos, los normales. Los que tienen ese oficio. Ni mejores ni peores de
corazón. Los que hacen eso porque así se ganan la vida. Y sobre el cuerpo de Jesús cayó el primer
golpe del flagelo de cuero con 6 bolas de hierro, y Jesús se estremeció, casi
como quien bota sobre sí mismo. Traspasaba el dolor. Y si es un golpe sobre
otro, enrojecía…, abría las carnes… Y si son 10, 20, 40… Claro: yo pienso que
la naturaleza es muy sabia y que en un determinado momento el umbral del dolor
supera la conciencia y Jesús se desmaya. Los golpes siguen como quien golpea
una almohada… Eso sí cada vez penetran
más a lo hondo… Y cuando Jesús vuelva en
sí, es una pura llaga, un puro dolor.
Yo
le quisiera ayudar. Pero es espantoso que tengo que pasar sobre su sangre misma…
¿Y cómo puedo ayudarle si no tiene parte ilesa en su cuerpo, y no quisiera yo
redoblarle tanto sufrimiento?
No
se me ha ido el argumento de hoy: o escuchamos la voz de Dios o nos
vamos a encontrar con más de un Cristo en estas condiciones. ¿Y seré inocente
de sus heridas?
Sólo desde el silencio interior se escucha al Señor. Podemos evitar el ruido exterior, pero para la verdadera escucha, el silencio ha de ser interior. El silencio se produce en esa escucha que lejos de inquietar, de molestar, sólo provoca el gozo del encuentro íntimo con el Señor.
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