”Tiempo de
gracia”
Así
comienza la lectura de Isaías 49, 8: “En
tiempo de gracia te auxilié”. Así es
Dios, que va convirtiendo cada instante en “tiempo de Gracia”, tiempo de su
presencia. Y como eso no puede quedarse
en conceptos, lo concreta en día de
salvación, defensa de ese Pueblo con quien hace pacto de amor, para restaurar a ese pueblo, repartir
heredades y decir a los cautivos: “Salid”, y a los que están en tinieblas: “Venid
a la luz”. Es todo un modo de esparcir Dios esa Gracia, y apuntar hacia
adelante con la ilusión de un pueblo que sea fiel y pueda gozar de lo que Dios
le ha preparado. Y cuando pudiera alguna
vez dudar ese pueblo de que Dios le cobija, Dios le muestra su ternura en la
delicada afirmación: Aunque una madre pudiera olvidarse del hijo
de sus entrañas, Yo nunca me olvidaré de ti.
El
Evangelio de Jn 5, 17, es a primera vista menos expresivo qur cuando se ve
actuar a Jesús. Hoy es más explicativo…, es Jesús mismo dando el testimonio de
sí y expresando el modo de ser de Dios. Yo no hago por mi cuenta, sino que hago lo
que hace el Padre. Jesús es
fotografía del Padre en todas las dimensiones. Quien ve a Jesús está viendo ese
Corazón del Padre. El Padre resucita de la muerte a los que han caído en ella…,
y lo plasma en el Hijo que con sus tres casos en que hace volver a la vida,
está simbolizando esa realidad esencial al Padre: ser Dios de la Vida. Y porque es
Dios de la Vida, el Padre no es juez, sino Padre. Le da al Hijo el juzgar…, porque el Hijo es
hombre y puede comprender las debilidades del hombre. Y porque “su juicio” es dar vida eterna… Juicio justificador,
santificador, de modo que quien cree en su Palabra, lleva en sí germen de
salvación. Cuanto hace Jesús, es calco de lo que hace el Padre. Quien quiere conocer al Padre, le basta mirar
a Jesús.
Y
la Cuaresma nos deja esta perla de esperanza, que es juntamente llamada y
estímulo para caminar con el alma ancha, al encuentro de nuestro Salvador, que da vida a los muertos.
“Si sueltas a ese, no eres amigo del César”.
Han dado en el clavo para acabar con las resistencias de Pilato. Hasta hí podría llegar su intento. Y se dirigió al tribunal…, al lugar de
aplicación de las leyes, se sentó en señal de autoridad, y entra en esos
últimos intentos (juegos de niño tonto…, pataletas ridículas), para formalizar
la sentencia. Lo primer, una afirmación: “He
ahí vuestro rey”. Que les quede
claro que se ha quedado con esa última acusación y posibilidad de que a quien
está juzgando es a vuestro rey.
No quieren ni
oír, y recurren a apabullar (procedimiento que no es nuevo en ellos). Y gritan
sin más razonamientos: “¡Quita, quita;
crucifica!” Déjate ya de juegos. Pilato
sigue en su juego y quiere sacar algo preguntándole al pueblo exacerbado: ¿A vuestro rey voy a crucificar?
De verdad que “el turista” que está observando
todo esto desde la imparcialidad, está abochornado…, siente vergüenza ajena
ante el ridículo del presidente-juez, que no ejerce justicia ni tiene estatura
de presidente o gobernador delegado del Imperio. Ve uno una marioneta vergonzante que recula a
cada instante, y que ahora está como un niño acorralado pero que intenta
acogerse a su juguete para defenderse él. Él, que bien sabe el odio que los
judíos profesan a Roma…, lo que les humilla que Roma les domine…, recurre a esa pregunta que les pique…, les
humille. Pero aquella turba ya no son
personas, y sueltan aquella inesperada respuesta: No tenemos más rey que al César.
¡Ya sabrán ellos lo que es ese “su rey”…, lo que ese “su rey” hará con
ellos unos cuantos años más adelante].
Son
ya dos mundos irreconciliables: Pilato pretendiendo sacar a última hora lo que
no ha sido capaz de resolver a tiempo; el pueblo ya envenenado que no atiende a
más razón que la de que crucifiquen a Jesús. Y es que en un símil taurino, todo entendido
en la materia sabe perfectamente que el torero que recula ante cada pase, está
abocado a la cogida. O se domina al toro avanzándole el paso y comiéndole el
terreno y humillándolo, o el toro adquiere el instinto de ser él quien domina…,
al que se le teme. Y su instinto le lleva a ganarle el terreno
al hombre y vencerlo. Aquella chusma (y no dejo aparte de ella a aquellos
dirigentes religiosos), le ha mostrado Pilato sobradamente su debilidad. Pilato
ha reculado en cada escena. Bastaba
seguirle acosando, y Pilato quedaría hecho una piltrafa de persona en manos de
los gritos y las insidias judías. Todo
lo que está haciendo ahora es ya hasta molesto para la gente, que acaba sin
querer ni discutir ni razonarle… Basta aplastarlo a gritos. Y para eso se las valían solos.
“El
turista” lo ha visto también… Por eso siente vergüenza ajena. Por eso sufre
más, porque ya no hay lugar a razones.
Porque allí hay UN HOMBRE que es la víctima de ese choque de trenes de
un pueblo irracional y un juez incapaz…; de las voces ante la cobardía; de las ideas fijas contra la inconsistencia
de un atemorizado gobernador, que ya no tiene nada que hacer ni que decir
porque ha perdido los papeles. EL
HOMBRE, el único verdadero HOMBRE que hay allí…, la víctima, asiste doloridamente
a un espectáculo de intereses humanos, de pasiones desbordadas, de sinrazones,
que van abocadas a la inminente condena suya a muerte.
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