EL EVANGELIO DE HOY
Evangelio de Jn 13, 21-33; 36-38 es una
pieza dramática de enorme magnitud. Nos trae el momento en que Jesús se decide ya
a desvelar que sabe por dónde van las cosas. Y ante la perplejidad de sus
apóstoles, y posible pánico de Judas, dice: Os aseguro que uno de vosotros me
va a entregar. Dice el evangelista que se miraron unos a otros perplejos.
Y yo los imagino con una mirada de sorpresa, de horror, de sospecha, de costar
trabajo admitir aquella palabra. Y en
Judas, un corazón de pedernal que intenta mantener el tipo, aunque ya está
cargado de un nerviosismo hondo, y a punto de explotar, aunque todavía –nos dice
otro evangelista- con la desfachatez de preguntar, como lo hicieron otros
compañeros: Acaso soy yo. Hasta ahí llegó en cinismo de ese hombre. Simón
no se aguanta y quiere aprovechar la cercanía de ese discípulo amado que está muy cerca de Jesús, para hacerle señas a
ver si él se entera quién es ese traidor. Ardía el corazón de Simón y hubiera
estallado de maña manera si se topa tan de cerca como lo tenía, con ese traidor
que iba a ser capaz de traicionar al Maestro. Lo curioso es que el tal discípulo amado ni dice nada, ni actúa
en otro modo que en gesto íntimo y pregunta secreta, que no deja pistas
tampoco. Jesús le dio una: al que diere yo el trozo de pan untado (en
la salsa amarga con que se acompañaban las verduras). He leído que este gesto era
un signo de deferencia con el invitado al que se le deja una muestra de afecto
más particular. Pero San Juan nos
expresa, con esa fuerza tan típica de su evangelio (de muchos sentidos bajo una
palabra de apariencia simple) que tras el
bocado entró en él Satanás. La
verdad que no era algo muy distinto a lo que ya sentía Judas dentro de sí.
Podría él mismo decir que “estaba endemoniado” con esta escena.
Jesús,
que está viendo la violencia del momento, tiene la finura infinita de darle
salida disimulada, sin que ninguno advierta ni sospeche. [Yo digo que tenían
una extraña venda en los ojos]. Jesús le
dice a Judas, como si allí no pasara nada, lo
que ibas a hacer hazlo enseguida. Y
el corazón de Judas, ya llevado de los demonios pero más aún ahora en que –dice
el evangelista- que entró en él Satanás-, sale en plena noche de su alma,.
ERA DE NOCHE. Evidentemente
era ya la noche, una hora avanzada en aquellas latitudes para que hubiera caído
ya la noche. Pero el lenguaje de simbolismos que usa San Juan constantemente, estaba
entrando en la negrura cerrada de aquella alma para la que se había hecho
oscuridad absoluta, esa noche sin aurora, que le llevará a la tiniebla sin amanecer.
La que ya nunca volverá a ver la luz. “Más
le valía no haber nacido”.
Entonces se produjo un movimiento
interior de doble sentido en el Corazón de Jesucristo. De una parte es la
costatación de que la suerte está echada. La salida de Judas pone en movimiento la
máquina de la muerte, y ya es imparable. Ante eso “Ahora el Hijo del hombre es glorificado y Dios glorificado en Él”. ¡La Redención está en marcha en su trayecto
final! Pero no sólo es la muerte que se avecina
y se cierne ya como ave de presa, como gavilán sobre a paloma. Es mucho más: el Padre pronto lo glorificará, lo que
anuncia ese PASO triunfal hacia la vida que no se acaba. La Resurrección está
ya ahí, como la glorificación plena y definitiva.
Por
su parte, y porque Juan quiere dejar claro que allí había más tragedia de la que
parecía, pone aquella extrañeza de Simón que quiere saber adónde va a ir el
maestro, que afirma que adonde yo voy,
ahora vosotros no podéis venir.
Simón hace uno de esos actos tan suyos de reafirmación de su fidelidad,
diciendo que él si puede ir porque él
daría la vida por Jesús. Debió sentir el Maestro un doble sentimiento de
complacencia y de dolor. Sabía Él que Simón hablaba con el corazón y esos
impulsos que le eran tan propios. Sin embargo tenía que darle un mal rato,
haciéndolo caer en la realidad con una dolorida pregunta: ¿Con que darás tu vida por Mí? Y entonces le anuncia a Simón Pedro
que le va a negar. Simón se revuelve, Eso no puede ni concebirlo. Y aunque todos te negaren, yo no te negaré. Cierto que en su corazón estaba seguro,
segurísimo, de ello. Pero Jesús no tenía más remedio que hacerle bajar de esa
nube. Y le ratifica: Yo te aseguro que no
cantará el gallo antes que me hayas negado tres veces. Se mascaba la tragedia. Mateo y Marcos nos
dicen que los otros discípulos también dijeron lo mismo que Simón. ¡Cómo podía caberles en la cabeza que ellos
llegaran a negar haber conocido a Jesús? ¿Quién podía decirles que ellos no
amaban hasta estar dispuestos a la muerte antes que negar al Maestro?
La
vida es así, y no cabe duda que para todos es una lección de prudencia y
humildad. Y en palabras de Pablo, quien cree estar de pie, ¡tenga cuidado que
no caiga! Somos santos en nuestro
pensamiento. Pero somos de barro en nuestra constitución… El espíritu está
pronto, pero la carne es débil. Yo no sé
hasta qué punto haya calado una llamada que he repetido varios días: TENEMOS
QUE SABER DUDAR. Los fariseos fueron
maestros en el arte de “no dudar”. Y así fueron lo que fueron. Muchos de nosotros hasta sienten cierto escándalo
de que hayan de SABER DUDAR, cuando tan aferrados está a sus formulaciones.
También lo estuvo Pedro. Y por eso mismo cayó redondo. SABER DUDAR
es el arte esencial de no fiarse de uno mismo; de aceptar que otro puede
llevar razón.
Las negaciones de Pedro son lo mas normal en el mundo en que vivimos, nos encontramos con frecuencia en situaciones que si no hacemos una negación rotunda no confesamos tampoco nuestra FE.
ResponderEliminar¿Lloramos amargamente como Pedro?