¿Acaso soy yo?
Comienzo
como acabé ayer: ante el anuncio de
Jesús de que Él sabe ya que uno de ellos, de los suyos, lo va a entregar, Judas
osa hacer la cínica pregunta: ¿acaso soy
yo, Maestro? Así nos lo da hoy San Mateo (26, 14-28) al describirnos la
cautela de Jesús aquel día en que iba celebrar su Pascua, y –para evitar un mal
sorpresa por parte del traidor- se mueve con sigilo al dar a sus discípulos las
instrucciones para preparar el lugar de la celebración. Es que ya Judas había cometido la fechoría de
ir a los sumos sacerdotes y traicionar a
su Maestro. Estamos en la antesala de la Pasión. Esa que la 1ª lectura barrunta
al darnos aquellos detalles anticipados de siervo de Yawhé que expresa cómo ofrecí mi espalda a los que me golpeaban (flagelación), la mejilla a los que mesaban mi barba, y
no oculté mi rostro a insultos y salivazos (la noche de la prisión, a manos
de aquellos criados que se burlaron jugando con Él), y sé que no quedé avergonzado Tengo cerca un abogado… ¿Quién probará
que soy culpable? Ha recibido una
lengua de plenitud por la que –desde su sufrimiento y padecimientos- va a poder
decir al abatido una palabra de aliento.
En efecto, la Pasión de Jesús no va a ser tan negativa como pretenden
quienes la inflingen. De Jesús, que
padece hasta la extenuación, va a salir una fuente de consuelo y apoyo a todo
el que sufre.
TENGO SED
Tras
la oración de Jesús con el Salmo 21…, tras su espantosa experiencia de sentir
ese estar como separado de Dios
(desolación espiritual en el máximo
grado), Jesús se sume en un silencio.
Ardía su lengua reseca por la sed que provoca la, pérdida de sangre y la
fiebre alta por todo el traumatismo de su cuerpo destrozado. Y Jesús expresó que tenía sed.
Yo
pienso que su primera ardorosa sed era precisamente el ansia de sentir a Dios,
que se había escondido, que no aparecía, precisamente en los momentos más
ardientes de su dolor. Y la sed de ese “sentir a Dios” es una sed que hace
clamar, levantar la voz, querer hacerse oír de quien más necesidad se tiene. [Dios nos dé esa ansia del alma; que entre
todas las ausencias o carencias, la que más nos traspase sea la de no
experimentar a Dios. Y esto no es tan
imposible, porque la desolación espiritual
es posible, y porque precisamente es más sensible en las almas espirituales].
También Jesús
estaba pidiendo una ayuda humana porque se abrasa de sed. Hasta que no comprendamos
la plena humanidad de Jesús, no estaremos creyendo de verdad en Él, y nos
estaremos escandalizando de su plena humanidad. Y nos aferraremos a sacar por encima
“que es Dios”, como si con ello dejáramos a salvo la teología pura. Que Jesús afrontó su pasión sin “paraguas”,
sin engaño, sin ir a cubierto de su divinidad, es algo que un puritanismo
espiritual no es capaz de asumir. Y lo
malo es que detrás de ello no saben preguntarse éstos si no les haría comprender
mejor el misterio de Cristo el SABER DUDAR, el saber siquiera plantearse la
hipótesis de qué hubiera sido la pasión si Jesús no tuviera bajo el brazo su “seguro
de divinidad”. Será muy difícil que la
Pasión pueda sentirse desde el propio
interior de Jesus, y hasta de Jesús
que siente abandono de Dios, si no somos capaces de ponernos en esa
experiencia cruda del Cristo gusano y
desecho de la gente, ante quien se
vuelve el rostro… Ante Jesús que se
queja musitando aquella petición tan simple: Tengo sed. Y puede verse a
un soldado que tiene un gesto de humanidad –pese a las burlas de los compañeros-
de mojar una esponja en vinagre –que se usaba como más refrescante- y se la
acerca a los labios a Jesús con la punta de su lanza. La mirada de Jesús hacia
él debió ser inmensa…, agradecido, valorando el gesto…, aunque poco podía
alivairle.
Luego
está toda la profundidad de San Juan, con sus sentidos múltiples en estas
expresiones lapidarias, con las que el evangelista del, agua deja constancia de
una realidad tremenda: Jesús ha vivido tres años entre un pueblo al que dio
torrentes de aguas vivas…, al que le cambió los cauces de un agua insípida en
un vino nuevo y llamativo (en Caná), o que –sudoroso y cansado del camino-
pidió agua a una mujer samaritana, que en ningún momento se dice que le diera
de beber. Se le fue el tiempo en
discusión y preguntas, pero no acercó su cántaro a ls labios de Jesús…
Tenía
Jesús una sed espantosa, y no era ya la sed de su lengua seca sino como la
visión de la esterilidad de sus esfuerzos por llevar a aquel pueblo a la verdad
de Dios, a la abundancia del manantial del reino. Tenía una sed ardiente, con
la que muere, sin que haya visto el fruto del amor intenso y las delicadezas
que puso a través de mil momentos de su vida.
Han
pasado siglos. Y la palabra de Jesús: TENGO SED sigue ahí… Y nos llega a
nosotros. Y ME LLEGA A MÍ, y me cuestiona, me hace preguntar en el fondo de mi
alma, si no hay algo –y quiero decir algo
concreto- en lo que es posible que yo no esté llevando a los labios de
Cristo el cántaro de mi vida…, la esponja –siquiera- que exprese mi buen deseo,
mi intento de satisfacer la sed suya. Ya
no hablamos de “grandes cosas”. Hablamos de eso pequeño del día a día, donde
cada uno nos estamos retratando continuamente en los detalles de la vida.
Hoy, en una reflexión que leí sobre el evangelio, se indicaba que en ocasiones, nos hiciéramos la pregunta que Judas hizo a Jesús: ¿acaso soy yo? Y es que deberíamos cuestionarnos las veces que "entregamos" a Jesús por anteponer en nuestras vidas otros intereses.
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