Un amanecer
Nos
describe este día [Isaías 65, 17-21] un amanecer en el Pueblo de Dios. Si ayer
nos hablaba del final del tiempo del desierto y la entrada ya en una patria,
hoy nos lleva, en bellas imágines, a la realidad de esa patria –que en definitiva
está mirando más a la plenitud mesiánica, más que a un territorio-. Repite algo
fundamental para el que posee la fe, y es ese dejar ya atrás el pasado (“no habrá recuerdo, ni vendrá pensamiento”),
y mirar hacia lo que está por venir: “gozo
y alegría perpetua”. Lo que plasma
en imágenes expresivas: no habrá niños malogrados, no se oirán en ella
gemidos ni llantos…; construirán casas y las habitarán; plantarán huertos y
comerán sus frutos”).
En
el Evangelio [Jn 4, 43-54], el profeta que no es recibido bien en su tierra, es
sin embargo salvador. Y mientras Jesús tiene que reprocharles a unos que no
creen si no ven signos y prodigios (en realidad es el fallo de la fe, que deja
de ser fe por el hecho de tener que ver), acude con una palabra a distancia a
la curación del hijo de aquel funcionario real que ha venido a suplicarle. Y se hace todo “al minuto”, porque a la misma
hora en que Jesús dice: “tu hijo está
curado”, en casa del funcionario comprueban que el niño se ha curado.
El
mensaje de Cuaresma sigue siendo mensaje de esperanza, de seguridad, de
abrir a la confianza, de mirar hacia
adelante. Y si los creyentes fuéramos
capaces de enfocar nuestra vida en esa ilusión de un mañana mejor, aún psicológicamente estaríamos preparados –y preparando-
ese mañana mejor. Y no arrastraríamos
fardos del pasado que en vez de estimular detienen el paso.
Me
he quedado en la Plaza del Pretorio. Me hago cruces de ver el desarrollo de los
acontecimientos…, aunque juntamente me voy explicando muchas cosas. Voy viendo claro como el agua que Pilato es
un mal juez. Un hombre atado por sus intereses. Un incapaz de administrar
justicia porque pretende nadar y guardar la ropa. Y si eso ya es malo en
cualquier situación, lleva al fracaso si lo emplea con unos dirigentes como los
judíos, que le dan cien vueltas en astucia y en llevar las cosas a su terreno,
sea como sea. Por eso cuando Pilato ha
pronunciado aquella frase: Aquí le
tenéis; aquí tenéis al hombre,
puede ser que él esté queriendo decir muchas cosas bajo esa frase: “el hombre
que me presentasteis como peligroso, alterador del orden, pretencioso rey de
Israel… Es este pobre hombre… Poco podéis temerle… Bien merece la pena soltarle
y que se vaya avergonzado y no saque más la cabeza por ahí.
Pero
he aquí que lo que me estoy encontrando es que el presidente, gobernador y
juez, tiene todo el terreno perdido. Que
tiene tan poca personalidad, tan poca autoridad, que ni siquiera le está oyendo
ya los exaltados sacerdotes y la turba vociferante que, lejos de reaccionar
ante el pobre hombre, lo que gritan
desaforadamente, puño en alto para hacer más fuerza, es ya una consigna
inoculada: Crucifica, crucifica. La
partida está perdida.
Como
yo he llegado “de turista”, por mucho que yo quisiera comprender, me sería más
difícil. Pero me he entremezclado entre
varias gentes, unos que están gritando…, otros que se han retirado…, y los
primeros están casi de guasa con el presidente; los otros, indignados. Y la explicación, muy sencilla. Pilato no ha parado de recular desde el
principio. No ha sido capaz de tomar una decisión y mantenerla. Pilato ha chaqueteado. Y eso es el modo más evidente de fracasar como
juez, como presidente, como persona. Hoy
sí; mañana, no. Ahora banco; luego,
negro, ahora quiero; luego, no…, son formas que acaban en el fracaso
pleno. Y Pilato se lo ha ganado a pulso.
Por
eso intento posterior es ya una guasa –trágica guasa-, porque quiere salirse
del tema y cargar las responsabilidades sobre ellos, y lo hace con dejadez de
sus funciones: tomadlo vosotros y
crucificadlo, porque yo no encuentro en
Él causa de muerte. De lo malo a
lo peor. Yo me retiro; vosotros, allá…,
¡que yo –el juez- no encuentro causa! Es
aberrante. El que está viendo esto desde un puesto de observador imparcial,
experimenta repugnancia. Si, con un poco
de sensibilidad, soy capaz de “subirme al estrado” y hablar con Jesús, ¿qué
podría decirme Jesús delo que está sintiendo?
De la repugnancia que a Él mismo le causa esta farsa… De lo espantoso
que es vivir en esa mentira institucionalizada…, y precisamente desde un puesto
de responsabilidad… De las veces que se
repetirá a lo largo de la historia, y que serán los mismos creyentes los que
sean capaces de vivir reculando y mintiéndose, para salvar cada cual “su puesto”.
Los
judíos quieren hacer valer “su justicia” y responden a Pilato que debe
morir porque se ha hecho Hijo de Dios.
Y aquello estremece a Pilato. ¿Será posible que esté jugando con un hijo
de dioses, y que los dioses lo puedan castigar?
Y temió. No fue la justicia, la
verdad, la imparcialidad, la honradez lo que le estremeció. Es el miedo a que los dioses puedan caer
sobre él…
Y
entonces mete hacia dentro a Jesús –que no puede casi moverse- para hacerle una
pregunta que le causa miedo a Pilato ¿De dónde eres tú?
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