Arrepentidos y
mirando hacia adelante
El
personaje que hoy abre camino en las lecturas es Azarías. Y su oración en la
verdadera oración de la persona que empieza aceptando, de base, la realidad del
pecado, el propio y el ajeno…: la situación de pecado. O lo que es igual: el
desfase entre lo que es bueno y acorde con los proyectos de Dios y el lastre
del egoísmo y la soberbia humana.
Es
muy claro que el ser humano no sale de su posición por sí mismo porque el
engreimiento y la soberbia le ciega y le nubla el horizonte. De ahí que la
experiencia dolorosa del hombre que mira de frente la verdad es de ser los más pequeños…, humillados por todo
lo que rodea…, y que en definitiva es el la negación de sí mismo que lleva
consigo lo que llamamos genéricamente pecado,
y que –en realidad- abraca esa carencia radical de todo lo bueno: no tenemos ni mentores, ni profetas, ni
culto digno de Dios, y nos hemos hecho estériles para alcanzar por nosotros la
misericordia.
Azarías
se va derechamente a Dios y suplica. “Compromete” filialmente a Dios para que
Dios mismo salga a defender su honor, y que eso se realice desde la
misericordia gratuita que viene de su mano. Porque
Tú lo prometiste, y eso es lo único que puede salvarnos. Y que ahora, nuestro corazón arrepentido…, el corazón capaz de reconocer el
propio error, el propio egoísmo, la propia autosuficiencia…, sea el verdadero
sacrificio válido y agradable a tus ojos.
Azarías
no pone ningún mérito personal por delante; no se apoya en las “bondades” de un
pueblo… Simplemente, desde la humilde actitud de quien ha de dejarse tomar por
la misericordia de Dios. Dejaos
reconciliar por Dios, que diría San Pablo.
Y
en el Evangelio, en medio de toda la trama de la parábola en la que Jesús se
pinta solo, el argumento central es muy sencillo: la comprensión, la acogida,
el perdón absoluto (“hasta setenta veces
siete”), es lo que redime y obtiene el favor de Dios. Por eso el enorme pecado de aquel siervo
engreído, que para sí quería el perdón…, pero no sabía ceder ni en una minucia a
favor del consiervo, está representando para Jesús la negativa a poder ser perdonado. Que no es que Dios no tenga las manos
abiertas para condonar la deuda, sino que ese engreimiento de quien ni se
plantea el tema de ser él quien ceda algo, le está cerrando el paso. ¡Él mismo
se está cerrando el paso!
No
es lo malo ser un pecador empedernido. Lo malo es permanecer empedernido sin
capacidad para la misericordia. Y la
misericordia no es la que cabe en “mi medida”, sino la que empieza vaciando ese
poso del yo-mismo para dejar entrar a
bocanadas el tú que hay en ti…, y el Tú que es el Dios infinito en
clemencia y perdón. El que está harto de
tantos personalismos (holocaustos y sacrificios “según la ley”…), para abrirse
de par en par a la NUEVA LEY, la del amor y el corazón compasivo. Porque ahí entramos
ya en la órbita de Dios.
A
mí me produce impresión ver que Pilato llegó a sentirse extraño y hasta empequeñecido
ante la personalidad de Jesús. Lo
acusaban de malhechor, y Jesús no se defendió. Dijeron que se hacía pasar por
rey y que prohibía pagar el tributo al César y Jesús no dijo una palabra… Y eso, cuando lo que se está jugando es una
condena a muerte, sería para que ese preso quisiera aducir algo. No lo hizo Jesús. Fue Pilato quien necesitó tomarlo aparte y –como
el juez perdido en medio de ese lío- pregunta entre sorna (posiblemente) y
admirada extrañeza: ¿Eres Tú el rey de
los judíos? Y si extrañado estaba,
le deja perplejo la respuesta de Jesús: Pues,
en efecto soy rey. Luego aclara que
no de este mundo…, que no tiene ejércitos, y que su reino no es de aquí. Y Pilato no sabe ya ni qué oye ni que pensar.
Pero cuando Jesús le dice que ha venido a ser testigo de la verdad,
ahí Pilato no quiere seguir escuchando. ¿Cuál es la verdad? ¿La de los judíos?
¿La de Jesús? ¿Cuál? Y Pilato, que no es
precisamente un paladín de la verdad, porque es un político que va nadando y
guardando la ropa, se siente desbordado y huye mascullando entre dientes… Sólo ha sacado en claro que Jesús no es un
malhechor, ni mucho menos un reo de muerte.
Cómo capear ahora el temporal desde esa otra “media verdad” del que no
quiere comprometer su mundo, ni condenar al inocente, es el gran problema. Y lo
es porque no es Pilato el hombre de la
verdad. Y así es muy difícil
afrontar una situación como ésta.
¿Llegó
Pilato a dudar? ¿Fue capaz de ponerse siquiera un instante ante su interior
profundo y barruntar siquiera lo que debería hacer? ¿Se lió a venda ante los ojos porque más le
valía no ver y no mirar y no sincerarse consigo mismo?
Bien
podemos ver en aquella historia que hubo un Cristo que fue la víctima. Dios quiera que en nuestras otras historias
no vaya a haber otras víctimas de esa misma venda con la que estamos
prefiriendo no ponernos delante nuestra última profunda verdad… Y es que en el fondo, CREER QUE JESÚS ES EL
REY, está muy bien para meditarlo. Pero “el
rey león” que cada cual lleva dentro, eso es bien difícil de domesticar.
Cada uno tenemos una "verdad" interna y con demasiada frecuencia no está conforme a la Verdad de Dios, como Pilatos no vemos claro o mejor no queremos ver que cambio deberiamos hacer para aceptar la Verdad
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