Conversión
pero…
Sí,
en efecto: la conversión como tema reincidente de la Cuaresma y como
constante de todo el año y de toda la vida. Pero analizar lo que es conversión
nos lleva lejos. Porque lo malo de las
palabras que se repiten es que se vacían de contenido. Imaginemos que vamos al lugar A pero que
hemos tomado la carretera B. La “conversión”
–el remedio- no es ”arrepentirse” pero seguir por la carretera B, a la espera
de que pueda haber más adelante –quizás- una correspondencia que le faculte a
reencontrar la A. La “conversión” en
pararse, como primera providencia. Lo sensato es dar la vuelta 180º y regresar
a la bifurcación donde se tuvo el despiste.
Y olvidarse ya de B y tomar decididamente la carretera A. ¡Qué difícil se les hace eso a los
conductores! [Pues…, si siguen en B,
pueden no encontrar ya la salida hacia A;
que no lo pierdan de vista].
Pero
eso no se queda sólo en eso cuando estamos metidos en el proceso cuaresmal.
Porque lo que se está pidiendo hoy es mucho más. Es que hay que recomponer no
sólo el camino sino la propia actitud del conductor: el reconocimiento claro de
su error y la petición de ayuda. ¡Y la aceptación de esa ayuda, que puede ser
que le cambie hasta el cuadro de mandos del coche!
Eso
sí: el día que eso se produce, hay un auténtico mundo nuevo de coche y
conductor, y hasta del mismo panorama que se ofrece ante sus ojos. Es la
belleza de la primera lectura. [Oseas, 14, 2-10].
Y
cuando pasamos al Evangelio, nos encontramos con el inmenso horizonte de la
CONVERSIÓN RADICAL: cuando todo se reduce ya –como en un coche inteligente- a
poner el piloto automático: amarás al
señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser. A
partir de ahí, aquello de San Agustín: ama,
y haz lo que quieras. Jesucristo lo
concreta muy bien: Y amarás a tu prójimo
como a ti mismo, que vale más que todos los holocaustos y sacrificios. Consecuencia en los oyentes: “No ha más
preguntas”. Porque ahí está encerrado
todo. Esa es LA CONVERSIÓN.
Hoy
volvía yo al lugar de la flagelación. Ayer pensé cómo recoger a Jesús del
suelo, y la verdad que no veía modo sin que le hiciera aún más daño. Hoy me he acordado de la visión de los Santos
Padres de la Iglesia, y he llegado a quedarme mirando, sin hacer nada. Aquellos insignes Maestros de la primera
Iglesia están viendo en ese Jesús desnudo y caído sobre su propia sangre, el
icono de CONVERSIÓN de todo pecado de la carne.
A Jesús no lo puede levantar la compasión de quien no soporta verlo en el
suelo. Jesús está allí porque muchos
están “en ese otro lugar” donde su “dios” es su cuerpo, su placer, su mirada
sucia, sus instintos carnales y aberrantes, su sencillo embadurnamiento en la
bazofia que se ha constituido en el negocio o el simple juguete de un mundo sin
otras miras ni sentidos ni valores. Que
tampoco vamos a decir que sea “nuevo”.
No
se levanta Jesús de su charco de sangre porque la humanidad ha elegido
revolcarse en su poza. Y esto es ver la
Pasión en su arista más hiriente, que nos obliga a nuestro propio examen.
Y
no queda ahí: los soldados del
Presidente vinieron por Él. Vinieron a burlarse de Él. A hacerlo juguete. Lo vestirían de ridículo rey, y pasarían el
rato golpeándole. Siempre será fácil
hacer leña del árbol caído. Y cuando yo
me sitúo enfrente de esa imagen viva, temblorosa (y que la ciencia admite que
puede crear enloquecimiento, como en los tormentos de una checa), vuelven los
Santos Padres a mostrar al Cristo que llama a CONERSIÓN de tanta soberbia,
orgullo, amor propio, encerramientos sobre sí…, ese inhumano mundo en que cada
uno se erige en “dios” de sí y en juez de los demás. Ese mundo del que uno no se baja de su burro,
y hace imposible la convivencia, el bienestar, el sentirse personas, el vivir
como personas, el prestarse atención unos a otros. El solado de la derecha –y no me refiero solo
al romano- tiene la idea de hacer una corona para tal rey…, y tiene que
inventar la que más daño haga. Y el otro de la izquierda tiene la ocurrencia de
la caña…, y el otro el de golpear la corona con la caña… El
hombre que se ha hecho un lobo para el otro hombre”. Y lo peor: que los lobos van en manada, y lo
que no hace uno, lo hace el otro.
¿Qué
está ocurriendo? Que allí está Jesús
sufriendo todo esto junto. Y como Jesús acaba de decir que amar a Dios es amar a los hermanos como a uno mismo, ya puede uno
imaginar todo lo que hay aquí debajo como realidad de esa CONVERSIÓN que se
pide hoy…, que será el grito de la Iglesia, porque es la llamada misma de
Dios. Todo un replanteamiento desde las
bases, porque no se trata de arreglar unos sentimientos o unos deseos, que
pueden ser muy nobles. Hay que girar los
180º, volver grupas, y retomar la
carretera A.
Fue
exactamente lo que no hizo Pilato.
Porque Pilato intentó su nuevo engaño, su nueva falsa salida a campo
través: a ver si encuentro un atajo en el que se produzca la compasión de la
muchedumbre enardecida ya y ávida de sangre.
Y dirá estúpidamente: Aquí está el
hombre…, cuando lo que tenía que haber dicho es: Aquí me tenéis a mí que no
tengo ni madera de humano. Ni de juez. Ni de justo. Ni sentimientos de
humanidad.
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