Un apartado
digno de tener en cuenta
Hoy no voy a hablar yo. Podrá
verse como menos fluido, pero hoy toca decir las cosas de otra manera. Benedicto XVI, un Papa de gran categoría
humana, científica, teológica y bíblica –a pesar de la mala fe de esos que
intentan irle minando el terreno, por el solapado odio a la Iglesia Católica-
ha escrito un libro que era muy deseado por los verdaderos creyentes, los que pretendemos
siempre conocer más y mejor la verdad que encierra la Sagrada Escritura, y las “figuras”
que, al estilo de parábolas- no vienen a dar mucha más información que la pura
narración de una “historia” que no responde a los conceptos históricos
occidentales y de culturas de siglos más avanzados.. Por eso considero importante añadir aquí,
copiado al pie de la letra lo que la reflexión de un creyente verdadero, e
investigador teológico-bíblico nos ha aportado.
Después
de la reflexión sobre la narración de Lucas de la anunciación, ahora hemos de
escuchar aún la tradición del Evangelio
de Mateo sobre dicho acontecimiento. A diferencia de Lucas, Mateo habla
de esto exclusivamente desde la perspectiva de san José, que, como descendiente
de David, ejerce de enlace de la figura de Jesús con la promesa hecha a David.
Mateo nos dice en primer lugar que María era prometida de
José. Según el derecho judío entonces vigente, el compromiso significaba ya un
vínculo jurídico entre las dos partes, de modo que María podía ser llamada la
mujer de José, aunque aún no se había producido el acto de recibirla en casa,
que fundaba la comunión matrimonial. Como prometida, «la mujer seguía viviendo
en el hogar paterno y se mantenía bajo la patria potestad. Después de un año tenía lugar la acogida en
casa, es decir, la celebración del matrimonio». Ahora bien, José constató que
María «esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo» (Mt 1,18).
Pero lo que Mateo anticipa aquí sobre el origen del niño,
José aún no lo sabe. Ha de suponer que María había roto el compromiso y —según
la ley— debe abandonarla. A este respecto, puede elegir entre un acto jurídico
público y una forma privada: puede llevar a María ante un tribunal o entregarle
una carta privada de repudio. José escoge el segundo procedimiento para no
«denunciarla» (Mt 1,19). En esa
decisión, Mateo ve un signo de que José era un «hombre justo».
La calificación de José como hombre justo va mucho más allá de la decisión de aquel momento:
ofrece un cuadro completo de san José y, a la vez, lo incluye entre las grandes
figuras de la Antigua Alianza, comenzando por Abraham, el justo. Si se puede
decir que la forma de religiosidad que aparece en el Nuevo Testamento se
compendia en la palabra «fiel», el conjunto de una vida conforme a la Escritura
se resume en el Antiguo Testamento con el término «justo».
El Salmo 1 ofrece la imagen clásica
del «justo». Así pues, podemos considerarlo casi como un retrato de la figura
espiritual de san José. Justo, según este Salmo, es un hombre que vive en
intenso contacto con la Palabra de Dios; «que
su gozo está en la ley del Señor» (v. 2). Es como un árbol que, plantado junto
a los cauces de agua, da siempre fruto. La imagen de los cauces de agua de
las que se nutre ha de entenderse naturalmente como la palabra viva de Dios, en
la que el justo hunde las raíces de su existencia. La voluntad de Dios no es
para él una ley impuesta desde fuera, sino «gozo». La ley se convierte
espontáneamente para él en «evangelio», buena nueva, porque la interpreta con
actitud de apertura personal y llena de amor a Dios, y así aprende a
comprenderla y a vivirla desde dentro.
Mientras que el Salmo
1 considera como característico del «hombre dichoso» su habitar en la Ley, en
la Palabra de Dios, el texto paralelo en Jeremías
17,7 llama «bendito» a quien «confía en el Señor y pone en el Señor su
confianza». Aquí se destaca de manera más fuerte que en el salmo la naturaleza
personal de la justicia, el fiarse de
Dios, una actitud que da esperanza al hombre. Aunque ninguno de los dos
textos habla directamente del justo, sino del hombre dichoso o bendito, podemos
no obstante considerarlos la imagen auténtica del justo del Antiguo Testamento
y, así, aprender también a partir de aquí lo que Mateo quiere decirnos cuando
presenta a san José como un «hombre justo».
Esta imagen del hombre que hunde sus raíces en las aguas
vivas de la Palabra de Dios, que está siempre en diálogo con Dios y por eso da
fruto constantemente, se hace concreta en el acontecimiento descrito, así como
en todo lo que a continuación se dice de José de Nazaret. Después de lo que José
ha descubierto, se trata de interpretar y aplicar la ley de modo justo. Él lo
hace con amor, no quiere exponer públicamente a María a la ignominia. La ama
incluso en el momento de la gran desilusión. No encarna esa forma de legalidad
de fachada que Jesús denuncia en Mateo
23 y contra la que san Pablo arremete. Vive la ley como evangelio, busca el
camino de la unidad entre la ley y el amor. Y, así, está preparado
interiormente para el mensaje nuevo, inesperado y humanamente increíble, que
recibirá de Dios.
Cuando se ama a una persona se desean saber hasta los más mínimos detalles de su existencia,de su carácter,para así poder identificarse con ella.Por eso hemos de meditar la historia de Cristo desde su nacimiento en un pesebre,hasta su muerte y su resurrección.Sölo asi tendremos a Cristo en nuestra mente y en nuestro corazón.Si nos acostumbramos a leer y meditar cada día el Santo Evangelio,nos meteremos de lleno en la vida de Cristo,le conocermos mejor,y,casi nsin darnos cuenta,nuestra vida será un reflejo en el mundo nde la Suya.
ResponderEliminarDesde que vivo en Jerusalém, donde la situación es compleja y enredada por estratificaciones seculares de odio y malentendidos, me he propuesto no juzgar a nadie, amar a todos y, de igual modo, rezar por todos.
ResponderEliminarEs una regla de comportamiento muy sana, que vale para cada situación y para toda nuestra vida.
Me gusta citar la estupenda oración de san Ambrosio, en su Tratado sobre la penitencia, que él dirige al Señor suplicando: «Cada vez que se trata del pecado de alguien que ha caído, concédeme sentir compasión por él y no regañarlo altivamente, sino gemir y llorar, de tal modo que, mientras lloro por otro, llore por mí mismo». Cuando tenía que escuchar a un pecador que lloraba por sus pecados, san Ambrosio lloraba con él, los experimentaba como si fueran los suyos; pensaba que esos mismos pecados habría podido co¬meterlos él mismo; así que no le juzgaba, sino que le abrazaba en el Señor dándole el perdón.
Te pedimos, Señor, que perdones todos nuestros juicios temerarios, precipitados, inútiles, sin misericor¬dia, duros, rígidos y condenatorios. Haz que seamos
liberados de ellos para no ser juzgados. Nosotros no querríamos ser juzgados y no juzgamos.
Llegados a este punto, os invito a meditar para pre¬pararos para un buen examen de conciencia, reconociendo que el Sermón de la montaña, aunque aparezca arduo y exigente, nos ofrece indicaciones de sabiduría espiritual muy profunda y de gran verdad vital.
Cardenal Martini (El Sermon de la Montaña)
La eficacia de todo lo que hacemos depende de la unión con Jesús, de nuestra santidad de vida. (Juan Pablo II)
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