VIERNES 7
PRIMER VIERNES DE MES
REUNIÓN HABITUAL Y NORMAL DEL APOSTOLADO DE LA ORACIÓN, a las 5’30 de la tarde, en el Salón de Actos de los Jesuitas:
ORACIÓN ANTE EL SANTÍSIMO,
Y MISA DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN.
ZACARÍAS LLEGA A SU PUEBLO
Zacarías hubiera deseado ser
invisible cuando llegara a Aim Karim. Querría que fuera Isabel, su esposa, la
primera a la que llegara esa extraña mudez, tan difícil de explicar. Pero era lógico que no hizo más que
desembocar en el pueblo cuando fue advertido por los ancianos del mismo, que
sentían por él la veneración de ser “el sacerdote” que vivía entre ellos.
Lo primero fue el saludo, al que
Zacarías podía disimular “respuesta” con gestos de admiración, afecto… Pero las preguntas venían detrás: ¿cómo
estás, cómo te ha ido, que tal la vida por la gran Ciudad…? Zacarías podía simular afonía, pero no sin
levantar ya extrañeza con esa evasión total de cualquier respuesta.
Llegaron a la casa, ellos mismos
se encargaron de avisar a Isabel el regreso del marido…, y ahí entran ya las
preguntas femeninas, la insistencia, que
el esposo trataba de superar llevándola hacia dentro, pero ¿qué varón puede
soslayar la intuición y la sospecha de su esposa, que está notando todo muy
raro? Zacarías despidió a las gentes con
un gesto…, y mostró a su mujer que no podía hablar. Si antes las preguntas eran curiosas, ahora
pasan a preocupadas, insistentes, y de esas tan típicas que van como aluvión
sin dar tiempo a una respuesta. Si,
además, tenemos en cuenta que Zacarías no puede dar esa respuesta sino por
señas, la cosa es mucho más complicada, más difícil de satisfacer.
No sé si Isabel era, como la
gran mayoría de las mujeres aquellas una mujer sin letras. Cierto que era de familia sacerdotal por
descendencia, pero tampoco eso dice mucho para deducir si sabría leer. Porque hubiera sido un recurso más rápido y
fácil para Zacarías. Por lo pronto al nerviosismo inquieto de Isabel, Zacarías
intentaba apaciguar esa desazón que ella iba haciendo crecer en su inquietud.
Con paciencia, con una serie de
gesticulaciones que el marido fue dando y que Isabel interpretaba, no siempre
con exactitud, fue aclarándose el tema lo que era posible aclarar. Si Isabel leía, la cosa era tan fácil como
escribir en una tablilla las respuestas…
Todo se fue calmando, y el marido expresó a su esposa, con inmensa
ternura, que el amor entre ellos no iba a quedar sólo en lo que habían vivido
hasta allí. Porque Dios le había anunciado UN HIJO de ellos mismos… Isabel se
quedó de una pieza. No se rió como Saray, la esposa de Abrán. Más bien sintió el temblor sagrado de aquellas
mujeres de la Escritura Santa que también habían salido de su esterilidad por
una acción divina y con un nombre y una misión especial de Dios. No dudó,
aunque quedó con el alma en vilo. Y el
corazón que le saltaba por dentro porque iba a tener la deseada grandeza de
toda mujer de Israel, de dar un hijo a su marido (era el modo de expresión
típico). Y ahí entra el sublime momento doble en que dos casi ancianos saben
que su amor va a fecundar, y que el hijo que va a nacer trae un nombre que ya
ha puesto Dios. Es lógico que todo subía al terreno de lo sublime.
No podría hablar Zacarías pero
Isabel entiende ya perfectamente que Dios ha hablado y que a eso no le caben
explicaciones. Comprende que la mudez de Zacarías casi era necesaria para no
perderse en palabras cuando los hechos ya bastaban por sí mismos. E Isabel concibió un hijo y se sintió la
mujer más feliz del mundo, y Zacarías salió ahora a la plaza sin complejos,
pues ahora podía considerarse realizado en la plenitud de su virilidad judía. Y
como también aquellas gentes eran muy religiosas y conocían pasos de Dios a través
de la historia…, pasos semejantes en situaciones de especial elección, ahora
callaban más o hacían signos de reconocimiento hacia el paisano sacerdote. Y hasta fácilmente traducían la mudez como
una de las múltiples formas que Dios podía usar para hacerse presente y dar su
sello de garantía en lo que era obra suya.
La vida ordinaria siguió… Dice
el texto que Isabel “se mantuvo escondida
durante cinco meses, diciendo dentro de sí: tal maravilla ha hecho el Señor con
nosotros, quitándonos la humillación de nuestra esterilidad”. Yo me he llegado
a peguntar si realmente Isabel no salió
a la calle, no compró, no se comunicó con nadie, ensimismada en aquel inmenso
milagro divino. Y me cuesta trabajo
pensar que sean palabras que haya que tomarse al pie de la letra, o si están
expresando un sentido de recogimiento y vida interior. Porque no es menester
vivir aislado dentro de una casa. Puede estarse viviendo la misma profundidad y
gozar la maravilla, aunque se tengan que seguir realizando las labores propias
de un ama de casa.
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