El camino
Avanzó
la caravana a su paso lento, con su traqueteo propio, con la curiosidad de la
nueva compañera, con lo que son las presentaciones espontáneas de unas y otras,
y el interés de María por cada una, por los motivos del viaje de cada cual (que
era –de suyo- la conversación que ya traían desde que arrancaron en Cafarnaúm. Los comienzos son siempre más fáciles en la
convivencia de personas en un espacio reducido y siendo cada cual quien es y
como es. Es evidente que los caracteres de unas y otras se iban definiendo a
simple vista: la persona sufrida y la sufriente (que no es igual); la de corazón
más ancho y la vive su pequeño mundo (que para ella es más grande que el de las
demás); la retraída que huye las preguntas y se reduce a su monosílabo que
mantiene un hermetismo en el que nadie puede entrar; la “sensible” (decimos en
lenguaje coloquial “la picajosa”) a
la que hay que “tratar con gasas”… (muy semejante a la persona celosa,
envidiosa, sabelotodo, con afán de protagonismo), y la persona serena que busca
poner ambiente propicio, con corazón abierto y comprensivo; quien acapara o
quien sabe ceder de sí porque –cuando hay que convivir- sabe que es preferible
dar algo que mantenerse en sus trece… La
persona que sabe salpicar de alegría y optimismo una relación humana, y la que
sirve de erizo y “casa-sola”… No perdamos de vista que han de permanecer en
aquel pequeño habitáculos muchas horas de tres días (por lo menos), en aquellos
ciento cincuenta kilómetros, y que esta observación que hago aquí es de mucha
importancia para imaginar a María en su viaje, e ir descubriendo en ella su
bondad, su buen saber hacer, su humor alegre, su madurez (aunque pueda ser –quizás-
la más joven de aquel viaje. Y para captar al vuelo la riqueza humana de quien
tiene una vida interior profunda, que le da un equilibrio para superar y atemperar
los efectos de la convivencia obligada…
Es esa persona que –sin aspavientos- muestra muy pronto esa autoridad
moral para que todas moderen sus expresiones, sus reacciones…, y los mismos
conatos de explosión de carácter que puede sobrevenir en el momento más
inesperado.
Cuando
al cabo de un par de horas el jefe de caravana dio la orden de parada, para que
todos bajaran de su carretas y caminase, se movieses o recostasen…, destensaran
músculos o desfogasen energías negativas acumuladas, María está por allí, bien
acercándose a quien más le puede necesitar…, a la que ha visto que puede ayudarle
un poco de alguna manera…, o retirada en un aparte en el que María explaya su
alma con el Dios del Cielo…, y con el Hijos de sus entrañas (el que el Dios que
se le ha venido a su seno). Eran
momentos que agradecía María con todas sus fuerzas, porque le reproducían mucho
mejor su propio ambiente, el de casa pacífica y el de sus ocasiones de
interiorizar sus pensamientos e ilusiones, sus ofrecimientos yn peticiones.
Luego
seguirá de nuevo la marcha de la caravana. Todos vuelven a sus puestos, y
reinician otra etapa que durará hasta la hora de la comida. Los ánimos más
nuevos, las oportunidades de “volver a empezar” que son tan valiosas y tan
valientes cuando –tras un rato de calma- han podido racionalizarse un poco los
sentimientos que son traicioneros en muchas ocasiones.
Uno
de a caballo se va acercando a las carretas para cerciorarse de que van todos
bien, para ver si hay alguna necesidad, y también para ayudar a variar un poco
el panorama monótono de ls horas que se van haciendo cada vez más pesadas. Sin mostrarlo mucho hacia afuera, también con
una atención hacia María, que va bajo la tutela del que se ha hecho responsable
de conducir a aquella muchacha hasta su destino.
A
la caída de la tarde –ya están calculados los tiempos y las horas- llegan a la
posada “de carretera” donde lo hacen habitualmente las caravanas, y donde ya
existen mutuos acuerdos para esos traslados de personal, cuido de los animales
de enganche, y todos esos detalles que ya están acostumbrados quienes conducen
habitualmente aquellas caravanas.
Luego
aquellos lugares de acomodo suficiente para la noche, el descanso, y esa
prudente vigilancia para que todo transcurra en paz y respeto al sueño y a las
personas.
Me
he detenido a conciencia en la primera descripción porque la vida se hace en
esos pequeños habitáculos” que son la
familia, el hogar, el grupo, la comunidad, la clausura, el centro de trabajo,
el colegio, las asociaciones…, y todo modo donde caemos muchos tipos de
personas.
Y
esas convivencias se dan normalmente con personas muy diversas, estilos muy
distintos, psicologías muy variadas. Ahí hay traumas, filias, fobias,
caracteres apacibles y también los dominantes, los que saben ser y estar en ese
equilibrio y equidistancias indispensables, y quienes tensan las situaciones
por sus egoísmos, su oculta o abierta soberbia que les pone siempre como la
yema (y son incapaces de no serlo), los celosos, los que siempre tienen “más
derechos”, los acomplejados, los que sufren sus propias patologías psicológicas
y se imaginan a sí mismos como postergados… Todos esos “tipos caracteriológicos” (y los muchas más…) se dan en la vida
real…, existen en la convivencia de cualquier clase. Y todos necesitamos conocer y conocernos,
saber servir de colchón que atempere, tener “cintura” para soslayar tensiones,
soportar con paciencia las flaquezas de nuestro prójimos (lo mismo que les pedimos
a ellos para con nosotros.
Y
me quiero a imaginar a Maria en medio de esta “carreta” nuestra (cada cual en
la suya y en sus circunstancias), y encontrar su sonrisa, su madurez, su saber
emplear el sentido del humor, su templar sentimientos (los propios y los
ajenos)…, y mostrarnos la riqueza profunda –y la gran almohadilla que es la
vida interior verdadera- para saber estar y saber dejar estar…, que son normas
esenciales de convivencia, en la que unas veces el silencio oportuno, y otras la
vaselina de una palabra buena a tiempo, nos ayudarán tanto a hacer viable esta “caravana”
en la que estamos caminando y en la que tenemos que caminar. Y hacer que nos sobrellevemos con suficiente
prudencia hasta ese término del viaje que será la Ciudad Santa, a la que nos encaminamos, como aquella caravana
que lleva a María a su destino en este viaje hacia las montañas de Judea.
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