EL “ÁNGEL” DEL
SEÑOR ANUNCIÓ A MARÍA
Estremece este momento. Siente uno el
impulso a entrar con los pies descalzos…, con el alma de rodillas. Estamos ante el momento más grande la historia…,
ante lo que llamaríamos hoy “el suspense”
más inmenso. La historia del mundo, la historia de la humanidad, pende de
aquella muchacha. De su sí o de su no.
Porque pienso que es fundamental caer en la cuenta de que María, como al
principio lo fue Eva, había de dar su consentimiento en libertad absoluta, en
obediencia consciente, en amor a su Dios que la situaba en la encrucijada.
Y sucedió ese momento. Dios se
dirigió a María. ¿Dónde? ¿En qué situación? ¿Cómo? Yo me tengo que poner en lo trivial,
corriente, normal; en lo que lo mismo –o semejante de alguna manera- podría ocurrirme
a mí (o de hecho ocurre en su grado y medida) cuando tantas veces Dios se
dirige y me inspira. Unas veces son esos
momentos especiales de unos Ejercicios, o de una Comunión, o de una oración en
la que nota uno que le están levantando los pies del suelo…
Porque Dios –evidentemente- habló muchas veces y de muchas maneras,
pero su GRAN PALABRA fue su propio Hijo.
Y ese Hijo –como dice un Prefacio de Adviento: viene a nuestro encuentro en cada persona y en cada acontecimiento-,
sin alas de ángeles, pero con la misma Presencia profunda de ser Él mismo.
Por eso yo gozo sintiendo aquel
instante en que Dios tocó
interiormente a María, y le saludó con palabras inauditas: Dios te saluda, llena de Gracia. El Señor
está contigo. No pude extrañarnos la
perplejidad de María: “se turbó”,
dice el texto. ¿Cómo iba a turbarse?
Ella, una muchachita sencilla, perdida en una aldea sin relieve ni
especial fama; ella, una más del pueblo aquel, en la Galilea tan lejana del
centro neurálgico de Israel. Y a ella
se le venía aquella Palabra, aquel sentir hondísimo, profundo, con un saludo tan directo y especial de mujer agraciada (dibujada en filigranas
de la Gracia del Dios-Señor…, que le dice –además-: estoy contigo. Supo Dios, en esa exquisitez de su Corazón, callar
después un poco, dejar un espacio…, ese espacio que María necesitaba para rehacerse,
para saber que estaba en el cuerpo y no fuera de él…, y que era a ella y no a
otra a quien Dios estaba hablando. Estaba estremecida. Y entonces llega la palabra inconfundible de
Dios (que bien conocía María por su buen entender de las Escrituras santas): No
temas, María. Sí; era a ella; ahora Dios pronunciaba su nombre. Y que era Dios, ya no había duda: No temas. Y Dios mismo le explica: Concebirás en tu seno y darás a luz un Hijo,
a quien darás por nombre JESÚS. No
había quedado duda de que ra Dios cuando le dijo: No temas. Pero ahora ya es la plenitud: el Hijo que se le anuncia,
trae ya UN NOMBRE…, y eso es lo más propio de las vocaciones de Dios a través
de la Biblia. Y mucho más cuando ese
nombre, que Ella le pondrá, será el de JESÚS, que en una mente hebrea era facilísimo
de “comprender”. Porque Jesus es Salvador,
y ahora ya queda claro todo lo que ha antecedido. Además será grande, será conocido como Hijo del Altísimo, el Señor le dará el
trono de David, y su reinado no tendrá fin. Era la descripción evidente del Mesías…, del Hijo amado de las complacencias de Dios.
Era todo muy claro y María se ha hecho cargo ya de la realidad. Pero
hay algo que Ella necesita saber, no porque duda sino porque está decididamente
abierta a colaborar. Admirada, más perpleja que al principio…, pero de muy
distinta manera. Lo que pasa es que para
dar una respuesta madura, plena de obediencia y total de su persona, ha de
preguntar: ¿Cómo será eso, puesto que yo
no vivo maritalmente con varón? Una traducción castellana muy aclaratoria,
sería: De acuerdo. ¿Qué tengo que hacer?
Hacía falta la respuesta de Dios. Porque lo mismo podría ser que realizara ya
su boda con José. Había casos en la Escritura
en que l promesa de Dios se resuelve “llegándose el esposo a su esposa”. Un término muy claro de que Dios sigue las leyes
naturales, y se vale de ellas para realizar sus proyectos.
María, pues, ha preguntado desde su profunda humildad y rendida
obediencia previa. La misma que ahora tiene
depositada ya en manos de Dios, y por eso está colgada de su respuesta.
Nos decía el Padre,en la reunión del Primer Viernes que para confesar podemos escoger cualquier pasaje del Evangelio y meditándolo,encontraríamos pecados,faltas....de los que poder acusarnos sin llegar a la rutina de otras confesiones o mejorar en nuestra vida interior.Me pareció una idea excelente ya que casi siempre solemos hacer nuestras confesiones basadas en lo que hacemos mal.
ResponderEliminarEl mejor modo de disponer nuestra alma al Señor que llega es preparar muy bien la confesión,siguiendo las recomendaciones del Padre.La necesidad de este sacramento,fuente de gracia y misericordia a lo largo de nuestra vida,se pone especialmente de manifiesto en este tiempo en el que la liturgia de la Iglesia nos impulsa y nos anima a esperar la Navidad.
Bueno, los que conocemos al Padre Cantero, sabemos que este método no es de ahora. El ya lo ha dicho antes, lo que pasa es que muchas cosas de las que oímos caen en sacos rotos. Realmente de lo que se trata es de hacer que la PAlabRA de Dios vaya calando, para que así realmente sea la propia Palabra la que nos ponga delante de Dios, humildes y buscando su misericordia en el perdón.
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