OTRO NACIMIENTO
Al lado del
NACIMIENTO DE JESÚS, como adherido a él, celebra la Iglesia hoy otro nacimiento: el del primer mártir de Cristo, el primer
fruto de amor consciente y hasta la muerte por la defensa de la fe en Cristo
Salvador. Formaría trilogía con Santiago, el primero de los apóstoles que murió
por razón de su fe, y el menos conocido martirio del niño SAN TARSICIO, a quien
aquellos momentos difíciles de arranque de la fe cristiana, era el portador no
sospechoso para las gentes, pero que iba encargado de llegar la Eucaristía de
una comunidad cristiana a otra, como era práctica primitiva para expresar de forma
significativa que quien comulga a Cristo da lo mismo que sea de una comunidad
que de otra, porque Cristo es el mismo para todos y el aglutinante de toda
comunidad y comunidades que tienen una misma fe.
Pasaba Tarsicio junto a las gentes
sin ser advertido de su misión, hasta que unos niños lo invitaron a jugar y
Tarsicio no aceptó jugar entonces. Alguno se dio cuenta cómo estrechaba en su
pecho algo, y puso en ascuas a otros. No
consta que Tarsicio hablara. Sólo vivió un silencio, aunque le costara la vida. Lo que es significativo, porque revela ese
valor del silencio interior, el silencio profundo, que sería siempre el arma de
quien lleva a Jesús. Hasta el mismo
nacimiento de Jesús ha venido a situarse en el pleno silencio de la media
noche, como un símbolo de que Jesús se hace presente cuando hay silencio,
aunque –a la vez- su silencio tenga la elocuencia que hace saltar a la vista
los valores y contravalores de su venida al mundo (como recoge la liturgia de
Nochebuena): una renuncia a lo superficial, lo hedonista, lo mundano vacío, la
vida sin Dios…; pero no para dejar un vacío sino para tener todo el espacio
disponible a los esencial: la honradez, la sobriedad (la que lleva a cada uno a
ser dueño
de sí y no pelele ni de dichos ni de hechos), y la profundidad de una
vida interior, que es la única en la que el silencio puede oírse y puede revelar que Dios está en medio.
El silencio de la paz, del respeto
mutuo, de dar cancha al otro para ser tan libre como uno mismo para expresar su
pensamiento, como uno puede querer ser libre para expresar el suyo. Pero en simplicidad, en la riqueza de la variedad
de la fe. No espetando “contra” sino construyendo “a favor”; no cerrando
direcciones sino abriendo cauces…, y hasta alabando la mucha variedad de cada
alma para poder expresarse libremente, porque Dios no nos ha cortado con la
misma tijera, y Dios es mucho más grande que la pequeñez del corazón humano o
la cortedad ridícula del YO, que parece emerger como dardo contra… ¡Y mira que
es grande Dios, y que nos deja amplios espacios para ser fieles, pero
distintos!
Lo único que pide esa honradez, sobriedad y re-lación con Dios (=re-ligión),
es que hayamos renunciado a lo contario: las actitudes mundanas donde privan
los egoísmos, los celos, las fobias, el “yo” por delante, o la pretensión de
que los demás sean “en serie” conmigo mismo. Dios es más ancho que el mar, más
inmenso que los montes, más sublime que el cosmos…, ¡y vaya si caben estrellas!
Cuando uno piensa las guerras que
han asolado y creado tantas muertes y penurias y que se hicieron por dos bandos
que sacaron a relucir a Dios “a su favor”…, cuando uno ve los cismas y herejías
que se levantaron porque cada uno blandió la espada de una frase evangélica,
traída a su molino para “defender la gloria de Dios”, ve uno la pobreza (y no
bienaventurada) que hay en las mentes y los corazones de una humanidad que se
cree “dueña de Dios”…
Bendito sea Dios que no es nada de
eso, que no es tuyo ni mío, que no esta por mí más que por ti, y que por algo no
se describe lugar alguno en el Evangelio para poner el nacimiento de Jesús: ¡para que nadie se lo pudiera apropiar!...,
para ser Dios de todos y posesión privada de ninguno. Y si algo se nombra y se
repite tres veces en unas líneas, es un pesebre que es lugar común de comida de
muchos… Y que muy posiblemente –señalan los estudiosos- la intencionalidad
expresa del evangelista para irnos conduciendo a UNA COMUNIÓN CON CRISTO, UNA EUCARISTÍA, en la que todos somos
iguales, y nadie se lleva más porque haya llegado antes, ni menos porque llegue
después. El que es de Cristo es una
nueva criatura, y eso cambia todas las coordenadas que trazamos los
humanos, dividiendo el mundo –como aquel fariseo- en yo y “los demás”.
El valor del silencio... Sólo en él y desde él, se escucha a Dios. Y no es el silencio exterior el que molesta, pues más o menos, podemos aislarnos de él, sino que nuestro gran problema es conseguir un silencio interior (a veces, lo rehusamos por molesto) que nos deje escuchar al Señor. Sólo desde el abandono del "yo" podemos lograrlo. María es nuestro referente en esa escucha del Señor; su silencio no es sinónimo de pasividad, de omisión, sino de saber cumplir la voluntad de Dios desde la aceptación gozosa del corazón.
ResponderEliminarJosé Antonio. gracias por tu comentario sobre EL SILENCIO. Merece la pene leerlo y releerlo muchas veces. Sólo en el silencio del alma podemos escuchar al Señor.
EliminarLa excelente explicación del P.Cantero es el ecumenismo. Recuerdo una intervención en televisión de unos religiosos en misiones, que sufrían una persecución por causa de la guerra y después de días huyendo por la selva se encontraron una misión protestante que los acogió y les socorrió.
ResponderEliminarNo nos olvidemos que los cristianos somos unos, auqnue se haya llegado en otros tiempos a producir cismas, nuestro Dios es solamente UNO.
Apenas hemos celebrado el Nacimiento del Señor y ya la liturgia nos propone la fiesta de primero que dió su vida poe ese Niño que acaba de nacer.Aye´,Cristo fue envuelto en pañales por nosotros;hoy,cubre EL a Esteban con vestidura de inmortalidad.Ayer la estrechez de un pesebre sostuvo a Crit o niño;hoy,la inmensidad del Cielo ha recibido a Esteban triunfante.
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