ZACARÍAS PREGUNTÓ
Era mucho el estado de
aturdimiento de Zacarías. Uniendo ese aturdimiento a un estado emocional que le
sacaba de sí, Zacarías tuvo una salida que verdaderamente no era la correcta,
aun siendo muy lógica- Pero en las cosas de Dios no es la lógica la que debe
prevalecer. Y además no era la que hubiera tenido el buen hombre y buen
sacerdote que era. Pero es parte porque ya no se sostenía en pie ante toda
aquella situación, en parte porque a veces –por hablar- se habla lo que hubiera
sido mucho mejor callar, se le ocurrió decirle al ángel: ¿En que conoceré yo que todas estas cosas se van a realizar? Y todavía pone delante las razones de su
pregunta: Porque yo soy ya viejo y mi
mujer entrada en años… Pregunta intempestiva porque a Dios no se le piden
pruebas. Porque la fe cree por encima de todas las razones. Y el ángel se
identifica como envido para los grandes mensajes: Yo soy Gabriel, el que asiste en la presencia de Dios. Vas a tener una
prueba, y como no has creído a lo que te he anunciado de parte de Dios, vas a
quedar sin poder hablar hasta que todo esto se cumpla. Pedía una señal Zacarías. Esa era la señal
que le aseguraba. Y el ángel despareció.
El sacerdote quedó parado,
inmóvil. La mirada perdida. Aturdido.
Casi paralizado por unos momentos.
Quizás lo sacó de ese estado el murmullo que llegaba desde el pueblo que
había asistido a la ofrenda del incienso
y que evidentemente estaba muy extrañado de aquella tardanza del
sacerdote. Y quedó patente cuando
Zacarías salió muy despacio del Santuario, con los ojos bajos, con el alma bajo
dos impresiones tan fuertes: la de lo que había recibido del ángel y que iba
rumiando interiormente, y el encuentro con una muchedumbre a la que ahora no
podía hablar por su mudez. Cuando
Zacarías se limitó a n saludo con su mano, sin poder decir más, pensaron
–convencidos- que había tenido una visión. Y no se equivocaban.
Con sus ojos bajos, ensimismado,
se dirigió al atrio de los sacerdotes, y allí cayó exhausto sobre uno de los
divanes que había para sentarse los sacerdotes.
No se había desvestido de sus ropajes ministeriales. Y aunque no era
momento para entrar en conversación, se acercaron otros sacerdotes para interesarse
por él. ¿Estaba enfermo? ¿Se sentía mal? ¿Por qué no hablaba?
Zacarías les fue haciendo sosegarse con gestos de su
mano- Pedía menos preguntas, más paciencia.
Y si se quiere, desde su interior pedía más vida interior, esa que viene
precisamente desde el silencio hondo y las pocas palabras, dejándole así tiempo
al espíritu que necesita sus tiempos.
Cuando pudo, les expresó con
señas lo que pudo “explicar” mejor. Todos escuchaban y atendían extrañados. Y
bien podemos imaginar que cada cual se hacía sus juicio… ¿Esta ese hombre
salido de quicio? ¿Era real lo que él había intentado explicar y lo que ellos
habían podido captar? ¿Llegó Zacarías a expresar el meollo de todo lo ocurrido,
o le dio hasta vergüenza decir que iba a a ser padre, porque su mujer iba a
tener con él un hijo? ¿Llegó a desvelar –pidiendo una tablilla- que hasta el
ángel le había manifestado ya el nombre de ese hijo?
¿Lo creyeron? ¿Comprendieron que allí había un hecho que no
sólo era sobrenatural sino de directo anuncio de la proximidad del Mesías? Las
preguntas pueden sucederse en catarata.
Zacarías estaba abrumado por lo sucedido y lo que ahora ansiaba con toda
su alma es poder emprender su viaje de regreso a casa. Mucha ilusión y un claro
resquemor…: ¿cómo iba a presentarse a Isabel, su esposa? ¿Cómo iba a poder empezar porque comprendiera
que su mudez no era una enfermedad y que a él nada malo le había ocurrido.
Cuando llegó el momento, se
despidió de sus compañeros y se subió a su mula y emprendió pensativo aquel
viaje. El alma iba en las nubes…, los
ojos fijos en el Cielo (unas veces)…, adentrados en sí y en recuerdo de casos
similares en la historia de la salvación, y admirado de la grandeza del Dios de
Israel. Pero eso son cosas profundas del
alma, y hay que dejarle cabalgar sin interrumpirle sus pensamientos. Lo que sí podremos es cabalgar a su lado estos
kilómetros, y orar muchísimo con el alma abierta a Dios, sin que nos detenga
nunca lo aparentemente inverosímil. Dios
es mucho más grande y le quedan muchas cosas que decirnos.
La parábola del Evangelio de la Misa de hoy nos hace recapacitar sobre cómo edificamos nuestra vida:sobre roca,sobre barro,sobre humo,sobre aire....El cristiano sólo tiene un fundamento firme en el que apoyarse con seguridad:el Señor es la Roca Permanente.Apoyándonos en Ël aumentamos nuestra oración y nos fijamos más en Jesucrito;especialmente cuando nos resulten duros y dolorosos los acontecimientos,el dolor de los que más queremos.
ResponderEliminarEn vísperas de la festividad de la Virgen Inmaculada,pedimos al SEÑOR,que siguiendo su ejemplo,la gracia de aceptar sus designios con humildad de corazón.