EL EVANGELISTA DEL AMOR
Hoy
celebramos al apóstol del amor; al autor de cartas centradas en el amor que
Cristo enseñó; el evangelista que recogió en su evangelio una narración única
que sintetiza toda la vida y la acción de Jesús: el lavatorio de los pies de sus apóstoles, como el sustentáculo
para expresarnos el nuevo amor que
habría de ser el amor cristiano: no ya amar al otro como me amo a mí mismo y no
querer para otro lo que no quiero para mí.
Reveló el secreto más profundo de Cristo y su doctrina: que os améis unos a otros como Yo os he
amado.
Y porque entendió el amor, nos da
un Evangelio que no se parece a los
otros tres, porque para San Juan prevalece lo simbólico sobre lo narrativo. Los
hechos que narra no se narran por ellos mismos ni por darnos a conocer algo que
ocurrió sino para salir desde ahí hacia lo que intenta enseñar. Y así su
evangelio es un evangelio muy elaborado y teológico, de manera que cuando uno
lee, tiene que saber que hay mucho más allá de lo que está leyendo.
Uno de los posibles inmensos
secretos de su evangelio es la amplitud abierta hacia la Iglesia, concretada en
aquella primera comunidad, que forma parte del entramado vivo de este
evangelio, como sujeto activo el mismo.
Hoy en diversos textos litúrgicos –que
provienen de la antigüedad- nos irán identificando al otro discípulo, el discípulo amado, el que recostó su cabeza sobre el
pecho de Jesús…, y demás expresiones parecidas, con la persona de Juan, que
es “tan humilde” que no se nombra a sí mismo…, como esas costumbres cúrsiles y “piadosas”
que han llegado a nuestros días que sustituyen el “yo” por “servidor” o “servidora”. Poco
favor le hacen a un evangelista de altos vuelos, y muchísimo más evangelista y
portador de Buena Noticia que para esas cosas.
Por el contrario la gran fuerza de
sus expresiones “anónimas” es la oportunidad que ofrece a cada seguidor de su
evangelio de ir situando su propio nombre, su propia realidad, en cada
experiencia de su seguimiento de Jesús:
y así seré yo el “otro discípulo” que –junto a Andrés- tuvo la dicha de
ir a ver dónde vivía, y ser yo quien
me extasío al conocerlo, y quien me queda
ya con Él para siempre. Será yo –poniendo
mi nombre- el que cada día puede recostar
su cabeza sobre el pecho de Jesús…, que nada tiene de mero símbolo piadoso
cuando en realidad puedo orar en la profundidad de experimentar el sentir de
Jesús, “los pálpitos de su Corazón” cuando oro, cuando contemplo, cuando
comulgo.
Voy a ser yo, quien en la cruz esté
presente y reciba el testamento más grande del amor de Cristo: tomar a María en
mi casa, como Madre.
Y yo el afortunado testigo de que
Cristo vive, porque pude correr más al ir
al sepulcro, VER Y CREER. Yo y toda
la Iglesia estamos ahí presentes, porque nuestra vida nace en ese momento, adelantándonos
a la misma fe del pobre Pedro que aún no ha llegado a experimentar la fe en la
Resurrección.
Y seré yo, el afortunado de la
barca de aquella noche que, sin acabar de ver con los ojos, ya me hace
descubrir que ES EL SEÑOR, el hecho mismo de que la vida ha cambiado, y las
actitudes, saltando ya las pequeñeces de quien quiere ser el “primero, o más
grande, u ocupar un puesto de honor y de mando. en un inventado “reino” de
privilegios” señalados.
Y por eso, como evangelista que ve
con una profundidad y amplitud que sobrepasa los horizontes, sabrá expresar en
hipérbole aparentemente exagerada, que si
se escribiera todo lo que Jesús dijo o hizo, no habría estanterías en el mundo
para contener esos libros. En
realidad era un evangelista que escribía ya desde el seno mismo de una comunidad
viva que tenía conciencia de que era una
realidad de que cada cristiano, cada persona creyente en Cristo, cada persona
orante, ESTÁ ESCRIBIENDO HOY EVANGELIO VIVO, hechos vivos que extienden la BUENA NOTICIA y dan vida a cada nueva
realidad donde se vive la vida según Cristo.
Desde luego no es el evangelista melifluo que nos ha legado la
iconografía, jovencito y barbilampiño. Ni el suave muchachito el grupo. Cuando
los otros evangelistas nos lo presentan, nos dicen que Jesús llamó a él y a su
hermano Santiago como hijos del trueno, lo que queda avalado por los detalles
que nos cuentan de sus actuaciones.
Sin duda, Juan ha de ser nuestro modelo de imitación en cuanto al Amor sentido por y de Jesús. Ojalá Le amemos tanto como Juan hizo y, sintamos (y vivamos) en la intimidad de nuestro corazón, el Amor de Jesús como Juan lo sentía.
ResponderEliminarHoy en la festividad de San Juan,miro al discípulo "a quien Jesús amaba"con una santa envidia.Reclinó su cabeza en el pecho de Cristo,y le hace entrega en el Calvario del amor más grande que tuvo en la tierra:su SAntísima Madre.Recuerda su primre encuentro con el Maestro:"sería sobre las cuatro de la tarde"¿Qué le hablaría Jesús para no separarse más de El? Lo reconoce en el lago "ES EL SEÑOR".
ResponderEliminarEste grito ha de salir también de nuestros corazones.
A San Juan podemos pedirle hoy muchas cosas:de un modo especial que los jóvenes busquen a Cristo,lo encentren y tengan la generosidad de seguir su llamada.Podemos pedirle a Jesús por su intercesión ser siempre fieles al Señor y que nos enseñe a tratar a María,MADRE DE DIOS con cariño y confianza.
Gracias, Dios mío, pensar que podemos "ocupar" el sitio del DISCÍPULO AMADO.que San Juan nos dejó para todos...Nadie como él escuchó en aquella CENA de despedida, los latidos de tu CORAZÓN... Pienso que él (hijo del trueno) cuando escribe su Evangelio al final de su vida, recuerda y revive sus experiencias vividas desde que TE SIGUIÓ...No se nombró, pero ¿quién, sino él, podía contarnos tantos detalles que ningún otro Evangelista contó?
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