Hoy estuvo el tema de reflexión dedicado a la liturgia del domingo. Pero las fechas invitan a avanzar alguna materia, porque NOCHEBUENA ya está ahí..., y vamos a acercarnos lo más posible al misterio en Belén.
NAZARET, HACIA NUEVA VIDA
El
viaje de regreso no podía tener muchas novedades al de la venida a la montaña. Claro:
nuevas caras, nuevas situaciones, la necesidad de casi volver a empezar en lo que es
una larga convivencia de días en una carreta reducida. Por otra parte, una especial ilusión de
encontrarse con los suyos y una emoción interior honda porque María sabe que
empieza una nueva vida. La boda que había
quedado pendiente por su marcha a la casa de Zacarías e Isabel, ahora ya se
realizaría y dejaría su casa de siempre, sus padres, rincones muy suyos, muy íntimos,
y –naturalmente- empezaba a ser ahora esposa, ama de casa, con nuevos vecinos
aunque evidentemente conocidos en el pueblo. Era toda una novedad y creaba la doble sensación
de determinada forma de recelo y de ilusión.
Aproximadamente
a la hora prevista la caravana llegó a la encrucijada de Nazaret. Hubo despedidas muy bonitas, lágrimas,
palabras de felicitación a aquella muchacha con la que habían compartido varios
días, y en la que habían encontrado esa dulzura y equilibrio que pone paz y
bienestar en medio de la variedad de sentimientos y reacciones que se producen
en situaciones semejantes. María había dejado un gozoso recuerdo por su simpatía
y juventud, tan impregnada –a su vez- de inusitada madurez.
El
encuentro con su padre y con José fue
muy emotivo. María se había echado al
cuello de su padre y allí hubo un abrazo prolongado. José supo esperar. Luego
ese encuentro gozoso con José, unos prometidos que desearon un hogar común, que
ahora permanecen en ese mismo deseo, pero sabiéndose dos elegidos por el Señor,
para una misión y una obra privilegiada que sólo Dios podía saber cómo la
llevaría adelante. Encerraba aquel encuentro todo el misterio de un futuro tan
distinto del que hubiera tenido una pareja enamorada y que ve su boda ya a la
inmediata. Pero eso no quitaba que el
mismo misterio fuera un estímulo con un plus de interés y de ilusión, cuando se
sabían con Dios en medio de una manera tan peculiar, y bajo la voluntad y
dirección del Altísimo.
Así
recorrieron aquel camino de vuelta a casa, contando María tantas experiencias
vividas en casa de los parientes, desde su primera sorpresa por la mudez de
Zacarías, al muy especial momento de la imposición del nombre al hijo, a Juan,
otro elegido de Dios. Joaquín y José también contaron novedades o sucesos del
pueblo. Y la verdad es que se hizo corto
el trayecto, que llevaba –a la par- el deseo grande de María de encontrar a su
madre.
Ana,
por su parte estaba asomándose a la puerta y mirando impaciente ya el momento
en que aparecieran los tres por el tramo que ella divisaba desde allí. Por fin llegó ese instante y María ya corrió hacia
su madre y se fundieron en un largo abrazo.
Invitaron
a José a entrar pero con la delicadeza de aquel hombre, declinó la invitación y
dijo que ahora era un momento muy familiar y que él volvería al día siguiente. De
hecho dejó ya el pensamiento suyo de que entonces hablarían ya de esa boda a la
que Dios mismo le había movido desde aquella noche especial.
María
contó a sus padres mil detalles, sus experiencias tan variadas desde que dejó
Nazaret, y muy especialmente lo mucho que había disfrutado en los meses que pasó
con los parientes de Judea, que se habían volcado en delicadezas, y con los que
ella había vivido momentos tan emocionantes. Porque lo más grande que había conocido era
que aquel hijo de Zacarías e Isabel era también un regalo de Dios. Más aún: había sido enviado por Dios para
anunciar a Jesús, el hijo de sus entrañas. Ya le había “traducido” Isabel lo que a lo
largo de meses pudo ir leyendo en los gestos de su esposo. Pero Zacarías, finalmente, una vez que pudo
hablar, la puso al corriente de los detalles tan concretos que había vivido (y
que en realidad, así como ahora podía contarlos, también eran una novedad para
Isabel). Ana, Joaquín y María hablaron
mucho aquel final de la tarde y dieron muchas gracias a Dios por cuanto habían
podido acertar en los deseos no explicitados por el Señor.
¿No es todo demasiado dulce? No resulta humano... ni convence ni mueve a fe.
ResponderEliminarLe deseo una FELIZ NAVIDAD. Que el Señor ilumine su FE, le dé la PAZ, y le ayude a descubrir este MISTERIO del amor de JESÚS por TODOS nosotros.
ResponderEliminarMi estimado opositor. ¡He ahí la riqueza de la variedad! Si su fe es la que debe ser, LE DESEO QUE ESTA NAVIDAD JESÚS SEA EL VERDADERO CENTRO DE SU FIESTA. Cómo se adoba eso en cada alma es el gran misterio del hombre. Y como mi último libro -que está en ese estilo- es alabado por teólogos y por gente sencilla, yo seguiré "dulzón" [es su palabra, que no comparten las almas contemplativas] porque todavía hay esas almas que se adentran en el Corazón de Dios a través de mil formas. Vd., a su modo. Dios se lo conserve y aumente. Otros, de otra manera. Y mientras Dios siga siendo tan grande, habrá "comida para todos". Con tal que sea DIOS en el que creemos.
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