FINAL Y PRINCIPIO
Para un ojo
avizor con visión global bíblica, salta a la vista que la visión profética de
Juan rehace al final de los libros revelados lo que fue el mismo
principio. Allí, cuando nos narraban la
creación, había un Paraíso con mucha agua: río del que salían cuatro ríos; un
árbol de la vida; y había día y noche, sol, luna y estrellas. Y unas
condiciones para mantener esa situación idílica que había hecho el Señor: el
respeto a Árbol de la vida, que era como la representación de la presenci de
Dios, EN EL CENTRO DE LA CREACIÓN.
Hoy, al acabar la revelación con el
libro del Apocalipsis, se anuncia un río
de agua viva, luciente como el cristal..; con un Árbol “a mitad de la calle”.
Ese árbol da fruto permanente –una cosecha cada mes- y es medicinal para todas
las naciones. No hay sol, ni estrellas, ni tampoco noche. La LÁMPARA es el
CORDERO, que irradia sobre todos, y reinan por siempre. Palabras ciertas, que no fallarán. Ya no puede haber rotura del Árbol,
desgajamiento de ramas, robo del fruto. Porque
estoy para llegar.
Será el Salmo el que ponga el
broche final, que es el verdadero último toque de ese libro VEN, SEÑOR JESÚS.
Lo
cual tiene en este momento ya último del año litúrgico un doble sentido: por
una parte es súplica a Jesús de su venida final triunfal, en la que ya sea
realidad ese nuevo Paraíso que no tendrá noche.
Por otra parte nos engarza con la esperanza ilusionada del Adviento,
cuyo grito ilusionado, repetido y ansiado es ese mismo: VEN, SEÑOR JESÚS, en el
que miramos al futuro con toda la fuerza de un deseo que va mucho más allá que
“la navidad” como centro… Hay navidades mucho más importantes y con exigencia de
realidad EN NOSOTROS para que tome cuerpo
en nosotros ese Jesús, al que suplicamos que venga. Nos es una necesidad
muy grande…, urgente. A ver si este grito de final (que nos remite al encuentro
personal último en la tierra), nos es estímulo para comenzar de otra manera lo
que, si Dios nos da vida, está por venir.
Por eso en el evangelio surge también esa mirada doble en la que nos mete
Jesucristo: Lo primero es que estamos ya
en un momento para un serio examen de nuestra vida pasada, y una previsión para
adelante. Y en eso, no permitir que
nuestro corazón se nos embote con el vicio, la preocupación por el dinero, los
placeres de la carne…, y así no se nos eche encima el final. El final no puede ser una amenaza sino esa
esperanza, que también se concretaría en esa llamada ilusionada al Cristo de
nuestra salvación: VEN, SEÑOR JESÚS.
Y Jesús nos dice entonces algo tan
importante como esa espera de pie para cuando venga el Hijo del
hombre. “De pie” significa, postura activa.
No
adormecidos, no aburridos, no descuidados. Por el contrario, estad siempre despiertos, pidiendo fuerza. Con todo esto, y en esa importante mezcla de
confianza y advertencia, se cierra el año litúrgico. Si el Señor nos da vida
para amanecer mañana, estaremos estrenando una “segunda oportunidad”. Eso debe constituir el adviento para cada
uno. Estamos en la transición, y lo muy
importante es saberlo y tomar en serio las advertencias de Jesús.
Claro que podemos tener la
“tentación” de tomar tan al pie de la letra eso de “vicios, preocupación del
dinero y placeres de la carne” que nos pongamos fácilmente al margen como quien
dice: “eso no me toca a mí”. Es la postura de la inconsciencia. Porque lo que
corresponderá a cada uno es hacer ese “transporte” (diríamos en lenguaje
musical) de una partitura a un tono menor o mayor). “Traducir” los términos desde la sincera
honradez de cada uno a sus circunstancias y realidades. “Vicio” tiene una amplitud enorme. Y los hay grandes, medianos, pequeños y
camuflados. El amor propio es un engañabobos impresionante, y es capaz uno de
sentirse muy pronto “al margen”… Y sin embargo ya –en eso mismo- está el vicio
más básico: la carencia de autoanálisis, la falta de luz…, porque no le damos
al interruptor de la conciencia. Y la
verdad es que si fuéramos capaces de preguntarle a los que nos conocen (y ellos
fueran capaces de decirnos lo que piensan de nosotros), íbamos a encontrar que
vicios sí que tenemos.
El apego al dinero podrá no ser el
punto esencial… Pero “apegos…”, en cantidades industriales. Desde el que se
apega a un objeto, a un animalito, a un gusto personal, a una persona, a un
“impermeable” para que no le cale “la lluvia” cuando le viene de fuera y le
“moja”… Ahí está el “sistema
inmunológico” del amor propio para descargar sobre el otro los mismos defectos
nuestros. Esa “catarsis” para ver la paja en el ojo ajeno y no ver la viga en
el propio. ¿No ver…, o no querer verla?
Y los placeres de la carne pueden
ser muy variopintos. Cuando el bueno de Juan XXXIII expresó aquello de la
“lujuria larvada” estaba refiriéndose no a unas situaciones llamativas
pecaminosas, pero sí a un corazón que no está libre…; que hambrea afectos bajo capas espirituales.
La expresión técnica que lo define es: “transferencias
afectivas”, que arrancan desde un sentido espiritual y se trasforman en
“necesidades” de “contacto”, sin el que no se puede vivir. Y no tiene que ser el contacto físico. Lo que
ahí está “larvado” es el fondo del corazón, que desde luego no está en el plano
de lo inmaculado.
Por eso, digo, que TRADUCIR y PISAR
TIERRA cuando leemos la palabra de Dios, es de una urgencia grande, si queremos
hablar de esa nueva evangelización con un sentido realista y PERSONAL.
ORACIÖN.Señor,DIos grande,que tienes el universo e n tus manos y nos has constituido en pueblo tuyo y ovejas de tu rebaño, haz que nunca se endurezcan nuestros corazones,sino que escuchando dócilmente tu voz,y obedientes a tus divinas leyes,obtengamos un día la tierra prometida y cantemos tu alabanza con júbilo eterno.
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