CONSECUENCIAS DE NAVIDAD
Los días de
Navidad han pasado, pero permanece el ciclo de la Navidad. Y hoy estamos en un día de la octava de
Navidad. Como ya no hay más relatos de
ese acontecimiento, el evangelista pasa a contar los hechos siguientes. Pasada la cuarentena de María,
cumplieron con el ritual prescrito de presentar en el Templo al primogénito. En
ese instante de entrar en el Templo a presentar el Niño al Dios de Israel, sale al paso un
anciano cuya petición a Dios más sentida era la de no morir sin ver antes al
Salvador. Y Dios le concede ese favor. Por eso su emoción es inmensa y su canto
es ya de estar dispuesto a entregar su vida, porque se han cumplido sus
ilusiones. Advierte a María y José que
ante ese Niño va a haber dos posturas en la humanidad: los que aceptan –y lo
aman a rabiar-, y los que se oponen y rechazan con un absurdo odio, también a
rabiar. Lo que va a originar en María un
gran dolor, como una espada que le atravesará el alma. Bien lo comprobará ella desde casi el
principio hasta ese final de la cruz.
La Lectura primera, que viene
recogiendo la carta de san Juan, centrada en el AMOR, concreta perfectamente
esa división de la humanidad. No
perdamos de vista que Juan se constituyó en evangelista del amor; que –como ya
dije- un verdadero símbolo de su Evangelio es el lavatorio de los pies (en vez
de la Eucaristía) y la lanzada que abre el costado de Cristo, tras su muerte,
en expresión sublime y extrema de un AMOR que se deja hasta la última gota.
Pues bien: quien ame a Jesús y viva
de parte de Él, será el fiel cumplido de los mandatos del Señor, que son como
principios básicos del amor, y que se concentran en el amor a Dios hasta el
extremo (como Él nos ha amado), y en la necesaria proyección hacia el prójimo
para que se muestre verdadero el amor que tenemos a Dios. Al prójimo es a quien
tenemos delante (y “prójimo” no es ni por simpático, ni por amigo, ni por
agradable, ni porque nos ame él, sino todo el que de una u otra manera entra en
nuestro círculo y se hace así “próximo” a nosotros). Si vivimos ese amor así, tenemos luz, la luz
brillante de Belén, la Luz que es Cristo, la luz del mundo que somos llamados a
ser. Y cuando nos falta ese amor sin condiciones,
estamos en las tinieblas. Y tinieblas,
oscuridad, “infierno” (=ausencia de Dios), es el emblema del desamor.
Y hoy no puedo hacer más. Aunque
creo que con esto ya hay suficiente. Y
cuando se aboca ya al fin del año, ahí os remito a quienes podáis verlo, a la
última página del Boletín de enero, y que será la lectura de San Juan el día
31: Hijitos, es la última hora. ¡Es para aprovecharla!
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