AIM KARIM
Tenemos a María
ya situada en casa de Zacarías e Isabel. Y pasado el primer momento de
emociones y sorpresas, entra a hacer lo que ha venido a hacer: prestar un
servicio en aquella casa de una pariente mayor y embarazada. María aporta, además, su jovialidad, su alegría,
sus posibilidades de muchacha joven. Como
un aire de frescura en la casa de dos personas mayores y sin hijos que, quieras
que no, han quedado menos baqueteadas en la vida que el resto de los hogares
vecinos. María es un nuevo aire, una muchacha tan joven que les aporta mucho a
ellos, y a quien muy pronto están considerando como una hija.
Por su parte,
María, no es de quienes llegan a casa ajena a innovar y cambiar, a hacer las
cosas a su manera por creerla mejor. María tiene una delicadeza suprema de
preguntar los gustos, las costumbres, los detalles que son `propios de cada
casa, máxime cuando esa casa es la de sus parientes, y parientes mayores, que tienen
ya hecha su vida a su modo y manera. María
ayuda, y hasta puede sugerir lo que fuere en mayor comodidad para ellos. Lo que no podemos pensar es una sobrina que
viene pretendiendo hacer las cosas a su manera y cambiarles las costumbres y
los modos a quienes están en su propia casa.
Así pasaron
aquellos meses. Y así llegó el momento
del parto. Isabel dio a luz. Y cuando vinieron vecinos y parientes a dar la
enhorabuena, todos empezaron a llamar “Ben Zacarías” (hijo de Zacarías) al recién
nacido. Isabel intervenía cada vez muy decididamente: No; que se va a llamar Juan.
Y como siempre la gente se mete tan fácilmente donde no la llaman, venían a
decirle que “nadie en tu familia se ha
llamado así”. Isabel no tenía que
dar más explicaciones. Estaba dicho lo dicho. Pero llegado el momento de la circuncisión,
volvieron a la carga cuando ya estaban reunidos y como a la mujer no se le daba
crédito, se dirigieron a Zacarías para preguntarle. Y Zacarías pidió una
tablilla y escribió con rasgo firme: JUAN ES SU NOMBRE. Ni siquiera dijo
que se fuera a llamar Juan… La cosa iba mucho más honda que eso y lo que
declaraba –una señal muy seria para un judío- que ese niño traía ya un nombre. No
es si ellos le querían llamar o no, sino que JUAN ERA YA SU NOMBRE,
independientemente de otra cualquier cosa.
[El nombre de JUAN significa: Yawhé hace misericordia, o puede
simplificarse en “ misericordia de Dios,
respuesta a la oración de Zacarías “que
ha sido escuchada” y que en definitiva era pedir con ansias la venida del Mesías.
Y ha llegado –con este hijo que se le anuncia- el momento inmediato de la gran
misericordia divina]
Advierto una curiosidad que se escapa en la narración: que los se
dirigen a Zacarías para preguntarle, lo
hacen por señas. En realidad Zacarías
estaba mudo pero no sordo. Y por tanto
no necesitaban ellos las señas,
aunque Zacarías sí necesitara la tablilla.
Es
evidente que para unos judíos aquel nombre que viene ya dado, y no es al
arbitrio de unos padres, expresa que allí hay algo sobrenatural. La Biblia
presenta diversos casos de esa realidad. U cuando Dios es quien pone el nombre,
ahí hay algo mucho más grande que lo que pueda aparecer a simple vista. No es
de extrañar que cuando Zacarías circuncida al niño, como era prescrito, y le
pone el nombre de JUAN, y en ese instante recobra Zacarías el habla y alaba y
bendice a Dios, haya un sentimiento de sagrado temor en los circundantes, y se
pregunten admirados: qué va a ser de este
niño, están claramente ante una
realidad que les rebasa, que les produce esa perplejidad y admiración del
encuentro con lo divino, con lo misterioso. [Cuando hoy día vemos a muchos reaccionar
contra las situaciones que no comprenden, y que tantas veces acaban convirtiéndose
en quejas contra Dios, estamos asistiendo a esa dolorosa experiencia de un pueblo que ya “no
sabe leer” más allá de sus narices…; del ser endiosado que pretende saberlo y
dominarlo todo al modo que cada cual cree y piensa que sería mejor. Y así nos
va. Al perder la dimensión de la trascendencia, lo humano se choca de bruces
con lo que no cabe en su corta cabeza].
María
asistió a todo aquello con hondo reconocimiento de la mano de Dios. Tenía ese “sentido
interior” que sabe ir leyendo más allá, más profundo. Y todo aquello le admiraba con un sentimiento
de alabanza y amor crecido hacia su Señor, porque en Ella había la capacidad
para “leer más lejos”, sin la miopía del que se ha quedado pegado a la tierra.
Estaba
cumplida su misión. Pasados pocos días, asistidas las necesidades de primera
mano que hay tras los días del parto, María expresó su necesidad de regresar a Nazaret. Y aunque Zacarías e Isabel gustarían de que
quedara más tiempo con ellos, comprendían que a María le esperaban también sus propias
obligaciones… Que José aguardaba su regreso porque había quedado pendiente su boda,
con ese momento solemne y significativo de conducir a María a su casa.
Zacarías,
hombre con cierto influjo por su misión sacerdotal, puso en movimiento sus
conocimientos para que se preparara en Jerusalén el viaje de regreso de María,
así como el aviso previo a Nazaret del día en que ella llegaría a la
encrucijada de Nazaret. Que desde Aim
Karím a Jerusalén, sería él mismo quien acompañara a aquella criatura que el Cielo
les había enviado Dios. No sólo por la
ayuda que ha prestado a Isabel y l alegría que ha aportado, sino porque en ella
está –como había declarado Isabel, por inspiración divina- la Madre de mi Señor. El
grito de Israel…, la oración de Zacarías: Ven
Señor, ven Salvador…, esa ilusión por la llegada del MESÍAS, estaba ya
realizado en María
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