FIESTA DE PENTECOSTÉS
Hoy es día grande para la Iglesia. Es su cumpleaños. En
el momento de su nacimiento. La iglesia
de Jesús nace, como el propio Jesús, bajo la acción del Espíritu Santo. Y María está ahí presente. Casi diríamos que
estamos ante una segunda encarnación.
El Salmo 103 no expresa, en
anhelo del salmista, la petición del envío
del Espíritu de Dios que repueble la tierra. La forma normal de traducción es: ”Y renueva
la faz de la tierra” que es traducción que se queda muy corta para situarse en
el meollo de este día. El Espíritu Santo
no se limita a “renovar” o, como si dijéramos a “parchear” o maquillar el
rostro de la tierra. El Espíritu de la
Verdad no puede limitarse a eso. Por eso
la expresión original habla de “repoblar”. Repoblar supone un terreno estéril, o
calcinado, o de cualquier forma perdido por las furias de los elementos. Que se
está devastando poco a poco. Y la “repoblación”
busca que arraiguen nuevos árboles, nuevas especies… Repoblar es aquel viento tumultuoso que hace retemblar la casa en la que estaban los
apóstoles, que se conmueve desde los cimientos. Ahí hemos de pensar si no es ese el
Pentecostés que se hace falta. Porque hay una realidad muy clara: la humanidad
está haciendo real la parábola de la “torre de Babel”. En aquel relato la
soberbia de los hombres, que pretenden arrebatarle a Dios por la fuerza sus
propios dominios (quieren “llegar hasta el Cielo”, acaba produciendo una
confusión tan grande que no pueden entenderse.
“La confusión de lenguas es mucho más que “hablar varios idiomas”
Bien fácil de comprobar lo
tenemos en el mundo de hoy. Muchas ideologías, muchos sentimientos desbocados
partidistas, muchas facciones de todo tipo, toda la infernal carrera económica
en la que estamos inmersos; el intento brutal de destruir las instituciones,
desde las terrenas a las celestiales, sin escatimar medios mentirosos y
calumnias abiertas, o acentuando intencionadamente los fallos o las simples
diversas maneras de otros. ¿Quién
renueva eso, cuando el espíritu del mal está cumpliendo su amenaza de “todo es
mío y se lo doy a quien yo quiero”. Y
Pentecostés entra como huracán que hace retemblar…, que no se limita a lavar la
cara a la tierra perdida. El Espíritu repuebla.
Viene a hacer nuevas las
cosas. Y no sabemos cómo se va a
manifestar ese Viento que nadie sabe de dónde
viene y adónde va”. Y sólo Dios sabe cómo se va a producir ese “repoblar”. Todos soñamos con un “dulce pentecostés” en
el que el Espíritu repartirá besos y rosquillas que nos conforten la devoción
al Espíritu Santo. Y sin embargo no reparamos en aquel fuego que se posó sobre los apóstoles, y es propio del fuego
emprender, abrasar, calcinar toda la basura acumulada en los montes.
Con una amorosa providencia,
Jesucristo previene a este mundo alocado y que vertiginosamente se empeña en a
apartarse de la verdad, de que el espíritu Santo ha sido dado a los apóstoles –y
en ellos, a la Iglesia- para que el mundo tenga aún esa oportunidad de entonar
su arrepentimiento, de saberse loco pecador, soberbio integral, y buscar ahí el
perdón (o lo que es igual: vivir ahí los efectos de Pentecostés).
Para ello todavía ese
Espíritu se hace patente en lo pequeño, en lo diario, en cada posibilidad, en
cada nueva realidad, con sus carismas,
que son –por decirlo así- ideas buenas, empujones al bien, novedades posibles…,
que pone en el alma de particulares, para el crecimiento de la Iglesia y de la
verdad, Pueden estar en cualquier
persona, en cualquier institución, en cualquier edad…, y lo que discierne un carisma de un engaño, de un capricho, de
una idea personal, es que los carismas
siempre los da el Espíritu Santo para el bien común.
Por tanto, la fiesta de hoy
REPUEBLA… Va directamente a lo más hondo
de la vida del mundo y de la Iglesia. Y
repoblará con el hombre a favor o con el hombre en contra. Con esas facciones políticas, económicas,
religiosas, familiares, personales (y aun dentro de cada persona), la acción
que realizará el Espíritu Santo será profunda, hasta hacer una REPOBLACIÓN que
cambia de tal manera que aquel babel de los que no pudieron entenderse por su
soberbia, se troca en la novedad absoluta de muchos pueblos e idiomas que
pueden entenderse, porque son capaces de oír la única voz de Dios que habla
todos los idiomas…, que no confunde.
Y eso, o lo plasmamos en la
realidad concreta de la EUCARISTÍA que recibimos hoy, o se nos queda en humo de
pajas, en elucubraciones de la mente, en imaginarnos falsos “pentecostés” en
los que cada uno quiere llevar el Espíritu a su terreno. Y la sincera manera de comulgar es
desposeyéndose de sí para poder empezar a hablar el lenguaje nuevo que Cristo
nos comunica por su Espíritu Santo
A LA VIRGEN EL ROCÍO
Millones de personas, Madre,
se concentrarán hoy para celebrar tu fiesta.
Una flor te pongo hoy en el pecho, Madre. Que Tú seas el vehículo para
que me llegue (y nos llegue) el auténtico rocío del Cielo, que es el Espíritu Santo,
protagonista central de la fiesta de hoy.
En mi flor, una muy honda
oración por todos los que hoy s reúnen allí:
que lo que les toque el alma no sean las emociones contagiosas de un
evento anual, sino tu toque hondo en el alma que acaba diciendo dos palabras
esenciales: qué vino les falta…, y
que la solución única y verdadera es hacer lo que Él os diga.
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