EL ESPÍRITU SANTO
Aunque
ayer empecé el tema de la Liturgia de la Misa –y está escrito el 2º capítulo-
voy a hacer un paréntesis porque estamos en plena “novena” al Espíritu Santo.
Es
evidente que hablar del Espíritu Santo es estar zambullidos en el Nuevo
Testamento. Es el espíritu del Padre y
del Hijo…, el mutuos amor infinito entre los dos, realidad revelada por Cristo.
Pero
puede uno remontarse perfectamente a los mismos orígenes de la revelación, el
Génesis, la CREACIÓN para encontrar ya allí referencias que nos hablan de ese
ESPÍRITU. Espíritu que aleteaba sobre las aguas para dar vida; Espírito
que como soplo o aliento vital [todo
es una sola palabra hebrea que indica lo sutil], Dios inspiró en las narices de Adán Cuando “aquello” era solo materia
(fuere la que fuere, y que Dios tuvo como soporte de la creación del hombre),
ese aliento de vida, que crea la imagen
de Dios, es el Espíritu de Dios.
Jeremías
(31, 31) profetiza mi Ley en el interior,
escrita sobre los corazones. Esa
Ley, pues, no viene desde mandatos, leyes, imposiciones o mandamientos, sino escrita
por Dios en los corazones. Y esa Ley es la que hará que sean su pueblo. La que aparece en tantas expresiones
contemporáneas, que distinguen “leyes, constituciones, mandatos y decretos” de ña Ley interior escrita e impresa en los
corazones, que da valor humano y divino a todo otro modo de sentirse
impulsado. A la ley humana o eclesial,
siempre se opone el gusanillo de “hacer lo prohibido”, de saltarse la
norma. A la Ley interior escrita en el corazón, no le hacen falta guardianes ni
policías. Se vive. Es la diferencia que
señala Ezequiel (36, 22) al oponer corazones
de piedra [tablas de la Ley, o mandamientos del Sinaí], a corazones nuevos, de carne…, que tienen infundido mi Espíritu en vosotros
(dice Dios).
Desde
luego todo esto nos mete en un EXAMEN DE CONCIENCIA de nuestros modos de ser y actuar que hace
saltar muchos cerrojos, actitudes, prejuicios, soberbias y susceptibilidades.
LITURGIA DEL
DÍA
1ª
lectura: sigue esa obsesiva persecución contra Pablo por parte de los judíos,
hasta el punto de llevarlo ante un Tribunal. Romano. Galión (procónsul de
Acaya) ni se entera de qué va la cosa, y se inhibe: eso son cosas vuestras; resolvedlas vosotros. El moderno: ese es tu problema, expresión
del egoísmo galopante, por el que “allá os la arregléis” (aunque pueda haber
daño de terceros). Y lo hubo, pagando el pato el que no se había metido en
nada: el jefe de la sinagoga. Galión se
hizo el sueco. [¡Qué fotografía más
perfecta de tantas situaciones reales actuales…, y quizás mías!].
Lo
evidente es que un pagano no puede ni oler lo espiritual sobrenatural. Y menos aún lo dimes y diretes de gentes
interesadas en sacar adelante la suya sin tener razones racionales (permitid
esa redundancia, pero es expresiva).
Lo
evidente es que esa lucha dentro de un mismo terreno religioso y basados judíos
y Pablo en una misma base –Dios-, resultaría ininteligible no ya sólo a Galión
sino al Papa de Roma.
Evangelio: Toma el mismo versículo final de ayer para
explicar que la tristeza de “un “poco que no me veréis”, se convertirá en
alegría para nosotros. La comparación con el parto está muy humana, por parte
de Jesús, porque la madre sufre los dolores del parto y la incertidumbre… Pero
eso es nada, comparado con la inmensa alegría del momento en que recibe a la
criatura en sus brazos.
El
sacrificio nuestro, el sufrimiento, la tristeza de un mal terreno, nunca se
comparará con la inenarrable alegría de un encuentro con Jesús…, de una
esperanza –que se hará realidad- de acabar echándose para siempre en el Corazón
de nuestro Amado Jesús.
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