20º.- PENTECOSTÉS (Hechos 2, 1-13)
Llegamos
al final del periplo que nos ha tenido cogidos desde el gran Domingo de
Resurrección. Culminamos una experiencia espiritual que da sentido a
nuestra vida y la transforma. Incluso que es foco que determina, en retrospectiva,
todo lo que nos revelan los Evangelios. Sin Resurrección y sin Pentecostés, todo
eso sería absolutamente distinto. Pero desde la luz de este inmenso instante que
hoy vamos a orar con el alma, el Evangelio es el que es y nosotros podemos ahondarlo
sin que nunca se agote.
El pentecostés judío era una fiesta
que tenían a los 50 días de su pascua. Horas
después de esa su pascua, Jesucristo resucitó de la muerte y dio sentido pleno
a una Pascua eterna y definitiva. Nuestro Pentecostés, es, pues también 50 días
después. Así lo va describiendo San Lucas. Y es el nacimiento de la nueva Iglesia de Jesucristo, y viene a ser –como el
día de la Encarnación del Verbo, por el Espíritu Santo y María, una renovada “encarnación”,
en la que el Espíritu Santo, viniendo sobre María y los apóstoles –reunidos en
profunda oración- dan a luz esa inmensa realidad de la Iglesia de Jesucristo.
Había advertido Jesús sus apóstoles que permanecieran en Jerusalén hasta que viniera la fuerza de lo alto. Hoy –Pentecostés- estaban todos reunidos y un
estruendo sacudió el lugar: un viento impetuoso hizo retemblar los
cimientos de la casa en que estaban.
Había enseñado Jesús a Nicodemo que el
viento sopla cuando quiere, y que nadie sabe de dónde viene ni adónde va, pero que
lo capta el que es nacido del Espíritu.
Hoy no es un “viento” cualquiera… Hoy es una invasión tumultuosa, que
remueve cimientos a la vez que los consolida.
Que es viento huracanado y a la vez, susurro de paz. Que es un viento que no se sabe…, pero que
misteriosamente llenó toda la casa,
como brisa que conforta y refresca, y que, paradójicamente, calienta… Porque se hace visible en lenguas de fuego que se posan sobre cada uno. Todo es misterioso, sobrenatural. Lo humano, allí, es meramente receptor de esa
fuerza
de lo alto. Y como es “de lo
alto”, la mueve Dios y sólo Dios. Es el ESPÍRITU SANTO de Dios, el que procede
del Padre y del Hijo, y que es el Espíritu de la Resurrección. Lenguas de fuego. Dos realidades fundidas en
una sola. “Lenguas”…, que ya enseñó Jesús, antes de irse al Cielo, que serían lenguas
nuevas, modos nuevos de hablar, de sentir, de actuar, de comprender… Un
mundo nuevo que nace en Pentecostés. Y leguas
de fuego, que calienta, abrasa, emprende, doblega el hierro y funde el
témpano. Espíritu de Dios que hace
presente a Dios de modo experimentable. ¡Estamos bajo el manto de la mirada de
Dios!..., y todavía San Pablo nos dará el punto clave –acorde con la oración típica
cristiana enseñada por Jesús-: que este es Espíritu de amor que acaba con el temor,
y que nos lleva a sentir a Dios –y hablarle- como al ABBA, al Padre (o “Papá
mío”, con expresión inocente y gozosa del niño indefenso que se apoya en su papaíto).
“Se llenaron de Espíritu Santo”.
Hablaron lenguas nuevas”, tan
nuevas que, misteriosamente- hablando Pedro a una multitud (atraída por aquel “huracán”)
se había concentrado allí, y procedían de 16 lugares, países o dialectos
diferentes, ¡y sin embargo cada cual escuchaba en su propia lengua! El reverso de Babel. Porque ahora el hombre se ha puesto en la órbita
de Dios, y se hace entender fácilmente, aunque sólo fuera con signos de acogida
y amor. Los misioneros saben mucho de
eso, cuando llegan a lugares cuya lengua desconocen, pero sus obras son gritos
desgarrados de amor. Una Teresa de
Calcuta, como antes un Pedo Claver o un Francisco Javier…
Y con “lenguas nuevas” así, se
produce un movimiento de conversión como el de aquellos 3000 que se adhirieron
a la fe… Porque aquellos testigos vivos
de Pentecostés habían dejado de ser “ellos”, y constituían un trasunto de la
Presencia permanente de Cristo en su Iglesia.
Esas palabras finales de San
Mateo (28, 20), con las que Jesús nos asegura que Yo estaré siempre con vosotros
todos los días hasta el fin del mundo.
Ahí entramos de lleno nosotros.
Ojalá que seamos un pentecostés vivo que vuelva a remover cimientos y a
emprender fuego en la tierra.
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Queda por delante una posibilidad que encierro en mi
deseo: la posible publicación en un libro de todo lo que he ido publicando en
estas reflexiones del blog, junto a aquellas de Adviento que también ayudaron a
vivir días muy sentidos. Ahora habrá que
ver lo que se puede.
LITURGIA DEL DÍA
Hoy es fiesta litúrgica de San
Felipe y Santiago (aunque en algunos lugares se mantenga hoy la celebración de
la fiesta de la Cruz, por su
arraigada tradición).
Felipe, uno de los primeros
llamados por Jesús. Santiago (el de
Alfeo), y pariente del Señor.
En las lecturas, la primera
relación escrita sobre la Resurrección y apariciones de Jesús, que señala Pablo
en la 1ª carta a los Corintios. Ahí aparece la aparición a Santiago, sin más
explicaciones.
En el Evangelio, una actuación
de Felipe, y la declaración solemne de Jesús de que Él es igual al Padre; o que
es la Persona visible que muestra al Dios invisible. Por eso: quien
me ve a Mí, ve al Padre.
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