Joel, 3,1,
nos mete ya en una dimensión muy “moderna” para nosotros, por cuanto que afirma
–hablando Dios- que “derramaré mi
Espíritu sobre toda carne, y sucederá que todo el que invoque el nombre del
Señor será salvado”. Si tomamos los
términos bíblicos en su “traducción real”, la que sobrepasa l pobreza de la
lengua hebrea, toda carne es “todo el ser humano”, toda la realidad del ser
humano, y todos los seres humanos.
Cuanto tiene vida natural en la especie humana, recibirá ese desparramarse sobre él el Espíritu. Y en
fuerza y por razón del Espíritu, se va a realizar esa plenitud e vida que está
bajo la palabra “salvación”. Palabra que tantos contraponen a “condenación”, y
que para Jesús es “vida abundante”
Todavía quedará más “actualizado”
(explicitado) en el Salmo 103, en
esa invocación tan constantemente repetida por la oración cristiana: “Envía, Señor, tu Espíritu, y renueva el
mundo”. Voy a expresarlo ahora, tal
como el original: “y repuebla la faz de la tierra”. “Repoblar” es una “creación
vivificadora”. Un monte calcinado por un
incendio devastador, necesita ser “repoblado”, y la repoblación no es un simple
resembrar lo quemado. Es volver a dar
vida a lo inerte, afianzar un terreno que ha quedado expuesto a la devastación
de los elementos. No es un simple “maquillar
la faz”, adecentar el rostro externo, ni sino toco un entrar dentro para que
ese interior se regenere. Y “re-generar”
es volver a nacer o volver a ser engendrado.
Y es el Espíritu del Señor el
que se derrama con esa efusión de vida, y de vida que se engendra desde lo más
profundo del ser humano. ¡Bien se está
anunciando, ya desde el Antiguo Testamento, la vida nueva de Pentecostés!
LITURGIA DEL DÍA
No hay que hacer un salto
muy grande cuando leemos en la 1ª lectura de hoy aquel grupo de fieles que
encuentra Pablo en Éfeso, que se llaman cristianos pero que ni quiera han oído hablar de un Espíritu
Santo”. Y Pablo los bautiza en el
nombre del Señor Jesús, y se hace visible y patente el Espíritu Santo con la
misma característica de Pentecostés: las
lenguas diversas y proféticas.
Cada vez me subyuga más y me
adentra más en el alma el sentido profundísimo de las lenguas nuevas. Algunos
movimientos cristianos ponen el acento en esa forma de comunicación
ininteligible que puede darse en sus reuniones. Yo lo sitúo en realidades
inmensamente prácticas. Jesucristo dijo
que “de lo que hay en el corazón habla la
lengua”. Por tanto la efusión del
Espíritu Santo nos lleva directamente a un análisis del corazón. O si queréis empezamos por la lengua: ¿de qué hablamos?, ¿cómo hablamos?, ¿qué nos
sale de primeras en la conversación?
Quiere decir que de ese
análisis nos va a quedar a flote cómo juzgamos, qué “visión inmediata” hacemos
de las cosas y personas, qué reacciones instintivas explotan en nuestra
mente. Porque de ahí a lo que se alberga
en el corazón, hay un paso.
Por lo tanto, si no hablamos
“lenguas nuevas”, si sospechamos, si enjuiciamos, si el corazón no está libre,
si conservamos recelos, si incluso vamos más allá, es evidente que ese Espíritu
Santo no nos ha podido penetrar ni inspirar.
Y con el Salmo 103, no habrá una “repoblación de vida”.
El Evangelio sigue en esa
despedida para la muerte, pero hay que “traducirlo” al momento litúrgico. Y lo que entonces queda como esencial y básico
es el final: Os he hablado de esto para que encontréis paz en Mí. En el mundo tendréis luchas, pero tened
valor: YO HE VENCIDO AL MUNDO.
Es ininteligible para mi pobre mente el que se comuniquen cosas en lenguas ininteligibles. En cuanto a lo que habla la lengua hay en el corazón, es un termómetro estupendo para ver en que punto del camino nos encontramos.
ResponderEliminar