LITURGIA DEL DÍA
Hoy es FIESTA de la Vista de la Virgen a San Isabel. Por
ser último día de Mayo, por ser una fiesta litúrgica (ya sabemos lo que eso
significa), comienzo hoy por este punto.
El Evangelio nos cuenta
aquella llegada de María a casa de Isabel en la montaña de Judea. La muchacha
de Nazaret se había tenido que hacer 160 kilómetros para llegar allí. Y fue anunciar su llegada desde la puerta de
la casa, e Isabel se conmovió en lo más hondo de su persona y gritó de gozo,
reconociendo milagrosamente el misterio que se había realizado en María. La
bendijo, la alabó, la proclamó dichosa
entre todas las mujeres. Y la misma
Isabel notó cómo se revolvía en ella una fuerza especial inusitada: El Espíritu
Santo la había cogido por dentro, y el Niño de sus entrañas, había saltado de
gozo en su vientre…, porque la ha
visitado la MADRE DE SU SEÑOR. María
no negaba nada, pero cuantas alabanzas recibió, las transportó hacia el Señor,
el Dios que había hecho las maravillas en Ella.
La 1ª lectura, del gran
capítulo 12 de San Pablo a los fieles de Roma, sería como la plasmación
detallada de cómo es María. E invito a la lectura de ese capítulo, más que
copiarlo línea a línea.
LAS LECTURAS EN LA MISA
Por supuesto, lecturas de la
Sagrada Escritura, Palabra de Dios. Habíamos hecho una oración de peticiones
(Oración “colecta”). Y la respuesta de Dios está en su Palabra. No queda baldía
la petición. No van aparte y como “otra cosa” las Lecturas. Hemos pedido a Dios y Dios responde. Estamos
ante el diálogo entre Dios y el hombre; el hombre y Dios. La MISA no se divide en “partes”; constituye un todo único y bien
concatenado. Una Asamblea unida, que
pide unida, que ya se le ha hecho así presente Cristo, ahora se desdobla esa
Presencia –digámoslo así- en formas concretas.
Las LECTURAS tienen –para entendernos-
su parte sacramental, por cuanto
están destinadas a hacer lo que dicen,
a hacer presente la historia de la salvación que ha escrito Dios…, que ha
realizado, y que realiza hoy. [He ahí una razón por la que la forma de
decir la liturgia de la Iglesia, no se anuncian las lecturas como narración pasada, como podría leerse un
trozo del Quijote y se acabaría diciendo: “ES del Quijote”. Con muchísima más fuerza y PRESENCIA, LO QUE
SE PROCLAMA no es un recuerdo de cosas pasadas, sino que cuando se ha puesto
delante un episodio de la Historia de Dios con los hombres, se afirma
tajantemente, “a plomo”, como si dijéramos: ”PALABRA DE DIOS”. ¡Habla
Dios! Lo que nosotros hacemos es
simplemente prestarle nuestra voz,
pero podríamos decir que con temor y temblor,
porque HA HABLADO LA BOCA DE DIOS.
Y si ha hablado Dios, si se nos ha hecho presente el Señor: “PALABRA
DEL SEÑOR”, con los fieles puestos en pie porque Jesús se ha manifestado en nueva presencia casi sacramental, lo
que ahora debe seguir es una conciencia personal activa de que a mí ha llegado
personalmente Dios, Jesús, y me ha dicho algo PARA MÍ; no una historia pasada, ni una palabra
enlatada y sacada del polvo viejo de la Biblia.
ME HA HABLADO DIOS, y ahora se está preparando EN MÍ en “material” de un
quinto evangelio, en el que el
personaje Jesús es el protagonista, y los otros personajes soy yo mismo…, y en
mí se realiza y actualiza la PALABRA PROCLAMADA.
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