El Espíritu de amor
Todavía oímos a muchos decir
que el mundo está mal porque se ha
perdido el temor de Dios. Y se abren
las carnes ante esa expresión, que está evocando los tiempos en que ponían terror
las “amenazas de Dios”…, que así “educaban” a los niños en meros detalles de
urbanidad, porque “como hagas eso, Dios
te va a castigar”. Dios nos perdone
el mal incalculable que hemos hecho y la deserción de tantos que han optado por
librarse de ese mal dios vengativo y justiciero que le presentamos un día.
Cuando San Pablo escribe a los fieles de Roma (8,15-17) y les
dice: “Porque no habéis recibido un Espíritu de esclavitud para recaer en el temor,
sino un Espíritu de hijos para poder
llamar a Dios: ABBA (Padre). El
Espíritu testifica dentro de nuestro espíritu que somos hijos de Dios”.
¡Ahí es nada! Incluso en su
literalidad ABBA se le dice a PAPÁ…, al
Papaíto mío, como balbuceo del niño.
Cuando Jesús aparece a
última hora de aquel día de Resurrección –que Juan (20, 19) reduce a la presencia exclusiva de los apóstoles (muy
intencionadamente), tras su característico saludo de PAZ, declara abiertamente
que todo el poder que Él trajo al mundo, de parte de Dios, Él ahora lo traslada
a sis apóstoles, y sobre ellos realiza un presagio pentecostal, soplando su aliento sobre ellos y
diciéndoles: Recibid el Espíritu Santo.
Y como consecuencia de ello: a quienes vosotros perdonéis los pecados,
les son perdonados; a quienes vosotros no se los perdonáis, no se les perdonan. Es sólo ese poder del Padre y esa fuerza
plasmada en aquel “aliento” del Espíritu Santo, el que da el poder de perdonar. Aquel día que se escandalizaron los fariseos
porque Jesús dijo al paralítico de Cafarnaúm: tus pecados son perdonados, Jesús les dio un mentís rotundo a ese
escándalo, porque para que veáis que
tengo poder para perdonar pecados, lo visibilizo en algo muy comprobable. Y se dirige al paralítico y le dice: Toma tu
camilla y echa a andar.
Pues ahora la Iglesia, bajo
esa realidad perenne pentecostal, también recibe el mismo poder para perdonar
pecados. Y solo ella, porque así lo
recibió del Señor. De la misma manera
que recibió poder bautizar, poder Consagrar el Pan, poder bendecir el
matrimonio cristiano y hasta poder ayudar al que va a hacer el último viaje,
para que no se vaya de manos vacías, sino con el salvoconducto del amor que
Dios le tiene y le manifiesta en el último Sacramento, que conforta, serena y
tranquiliza para ese viaje misterioso…, pero que puede hacerse con la segura
presencia de ese Espíritu Santo que lo recibió en el Bautismo, y que ahora le
permite poner el “AMÉN” cuando ha llegado al final de sus días aquí.
LITURGIA DEL DÍA
Merece la pena detenerse en
el Evangelio, casi también “final” con que Cristo está a punto de despedirse. Jesús viene a consolidar a Simón Pedro. Y como el Espíritu que les ha insuflado es
Espíritu de Amor, la pregunta que hace Jesús es si me amas. No necesita más
aval. Simón encuentra en esa expresión
de “amar” un amor muy grande, muy universal, muy amplio. Y su respuesta quiere ser más personal, más “suya”,
más propia de sus sentimientos hondos. Y
es verdad que “ama” pero es un amor muy peculiar: de amigo, de enamorado. Y entonces responde: Tú sabes que te quiero. Jesús volvió a preguntar; Simón: ¿me amas? Y Simón insiste en su matiz: Tü sabes que te quiero. Tu sabes que mi amor a Ti es otra cosa, tiene
otra intimidad, otra exclusividad… Y
entonces Jesús le pregunta, ya por tercera
vez, con la misma expresión que Pedro ha repetido: ¿Me quieres? Simón no podía
decirlo más alto ni más claro. Lo que sí
podía era -¡bien se acordaba de sus fanfarronadas anteriores con las que había
pretendido saber más que Jesús!- remitirse al propio Jesús, al propio saber
total de Jesús. Por eso con inmensa
humildad y plena confianza, responde: Tú
Señor, sabes todas ls cosas, y Tú sabes
que te quiero”. Lo sabía el
Señor. Y porque lo sabía, cimenta esa realidad sobre algo muy concreto: aquella
cruz mía que te escandalizó cuando la anuncié, va a ser la misma cruz tuya: porque cuando seas viejo, extenderás tus
brazos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieres. Y acto seguido, en la fuerza del amor,
reitera Jesús su gran palabra que llama al amor gratuito, abandonado y
total: Sígueme.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¡GRACIAS POR COMENTAR!