San Juan –pienso- es el que podemos llamar el evangelista del Espíritu.
Aunque San Lucas arranca con una fuerza enorme esa “entrada” del Espíritu
Santo, que va moviendo todo, que aparece ya aun antes de que llegue el núcleo
de todo el Evangelio, que es Jesús, es luego San Juan el que –ya pasados muchos
años- va concretando la esencial obra de ese Espíritu Santo.
Precisamente ese renacer del agua y del Espíritu con que
yo acababa ayer, es el punto de arranque de San Juan. Habla con un Doctor de la Ley y Maestro de
Israel, que viene deseoso de descubrir la verdad del mensaje de Jesús. Y Jesús
le planta nada menos que la urgencia de nacer de nuevo. Nicodemo es un rabino, y en el modo de
discusiones teológicas rabínicas, el arte estaba en ir presentando los absurdos
aparentes del interlocutor. Y no con
ánimo de ridiculizar sino como “método” de aclaración de uno mismo. Y Nicodemo
le presenta a Jesús una pregunta aparentemente infantil: ¿Puede, acaso, uno –siendo ya viejo- volver al seno de su madre para
volver a nacer? Y Jesús le sigue la
forma rabínica y al mismo tiempo le avanza: Hay
que renacer del agua y del Espíritu.
“Volver a nacer” es un movimiento continuo. A diferencia del parto natural que se
verifica de una vez y en breve espacio de tiempo, el “volver a nacer del agua y del Espíritu” es una vida entera. Cierto que tiene un momento inicial y
puntual, que es el Bautismo cristiano, a través de un agua pletórica de
contenidos (que no se limitan a “lavar” del pecado). La presencia del Espíritu
lanza un caudal de vida tal, que no puede reducirse a ese momento. Será ya “manantial
de agua viva que saltará hasta la vida eterna”. Será vida que llama a la vida, y vida que
exige irse viviendo, y que no deja ya pararse. San Juan ha puesto el motor en
marcha, pero ese motor ya no se detiene, ni puede detenerse, ni pude detenerlo
el que “ha nacido de nuevo”. No puede admitirse un “renacido del Espíritu” que
se quede anquilosado en lo que ha recibido.
Lleva un germen activo de vida que ya no le puede dejar estancarse
jamás. Y aun “siendo viejo”, tiene que “volver
a nacer”…, tiene que seguir naciendo…, tiene que estar siempre ante esa sublime
realidad de que un cristiano es un ser vivo, que está vivificado por le
Espíritu, y ese Espíritu sopla siempre. Y aunque –como el viento- nadie sabe de dónde
viene ni adónde va- sin embargo lo capta ese que ha renacido del Espíritu. Lo capta y lo mantiene en constante búsqueda –aunque
uno sea viejo-, porque no puede justificarse nadie ni por su edad ni sus
achaques, ni sus físicas impotencias. El
alma, espíritu de la persona y reflejo e imagen viva del Espíritu Santo (que
está viviendo dentro de ella), siente –no tiene más remedio que sentir- que ya
no es posible pararse. “Ha renacido” y esa
vida va abocada a la plenitud del Reino en el propio Reino donde habita Dios.
LITURGIA DEL DÍA
Pablo se despide de Éfeso.
Reúne a los presbíteros y al pueblo fiel y les pone en guardia: lobos feroces
van a caer sobre el rebaño; pero mucho más me preocupa que entre vosotros surjan
los que deforman la verdadera doctrina, metiendo engaños y medias verdades que
arrastrarán discípulos. Me voy con la
conciencia tranquila de haber aconsejado personalmente para ayudaros a
manteneros en la fe. Y los fieles
lloraban la despedida, no sólo como tal despedida sino porque Pablo les había
dicho que no volvería a verlos. Pablo
sabía ya que su despedida le conducía ya al martirio.
En el Evangelio, una
obsesión de Jesús: Padre Santo: consérvalos en la unidad…
Yo les he dado tu palabra…”
El gran enemigo de esa Palabra y de esa Verdad de Cristo es “el mundo”.
No el mundo en el que ellos tienen que quedarse porque viven ahí, en la
realidad de la vida. Ni Jesús va a pedir
al Padre que los saque el mundo, como seres volátiles que quedan libres de
problemas humanos. Lo que Cristo pide
con toda su alma es que no se dejen inficionar por los engañosos cantos de
sirena de ese “mundo” que vive haciendo la guerra a lo que viene de Jesús. Frente a ese veneno, ¡santifícalos en la verdad!..., hazlos honrados y sinceros con la
verdad, sin concesiones a unos enemigos sutiles que el mundo inocula de forma
tan suave que los mismos creyentes se dejan deslizar por la pendiente cómoda de
esos “valores” falsos de ese “mundo” que está en manos del maligno. Y concluye: Por ellos me consagro”…, por esos mis discípulos creyentes me
entrego a la muerte; “para que ellos se
consagren en la verdad”…, aunque ls cueste la vida…, aunque les ofrezcan
todos los tesoros del mundo, en esa tentación tan engañosa: “todo esto te daré
si te postras y me adoras”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¡GRACIAS POR COMENTAR!