HAGO UNA ADVERTENCIA PREVIA Comencé este tema antes de la "novena de Pentecostés. Luego caí en la cuenta de que esa gran fecha del calendario litúrgico tenía su entidad particular para dedicarle los nueve días. Quedó interrumpido este aspecto pedagógico sobre la LITURGIA DE LA MISA. Sigo ahora donde lo dejé. Puede visitarse en el blog desde l 17 de mayo.
EL BESO
El
sacerdote BESA EL ALTAR. Bien puede
imaginarse que no es un beso a la “mesa” (ni que sea de mármol, ni de oro. El
Sacerdote besa a ESE ALTAR que es
símbolo de Jesucristo. Besa también
a esos mártires “del sepulcro” del Altar (que ya se explicó en su momento, que
expresan el modelo máximo del amor a Jesús, porque dieron su sangre por
Él. [Ni que decir tiene que hoy puede
haber una menor conciencia de todo esto para los nuevos sacerdotes que ya no
tienen ese ALTAR tan lleno de simbolismo, que ya por sí solo está recogiendo el
espíritu hacia la sublima acción que se va a realizar. Y puede pensarse que mucho menor sentido para
los fieles que ya pueden preparar un altar en la mesa de su casa, si no se
lleva el anti-mensiun que convierta
el “espacio” de la celebración en un “espacio simbólicamente sagrado”
El
Celebrante ha besado el ALTAR. Y con ese
beso que lleva prendido el calor inmenso de los mismos labios de Jesús, se
dirige a los fieles y les trasmite el saludo: EL Señor esté con vosotros (o alguna de las otras formas de saludo
y trasmisión a los fieles). Lo suelo explicar con ese gesto tan simple y humano
con que uno hace además de tirar un beso desde la palma de la mano, como
soplándole. Pues así, como derramando
sobre los fieles ese beso que está prendido en el ARA, en Jesús, Y así es como va a comenzarse el gran acto
litúrgico en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, una
fórmula que es santiguarse, preparar
el espíritu a una actitud de santificación…;
“fórmula” con la que debemos comenzar el día al levantarnos…, al
comenzar nuestras obras… Y que nada menos que viene a ser como una actualización
y traída al momento presente de NUESTRO BAUTISMO, por el que entramos a ser
Iglesia, y por el que podemos ahora celebrar LA EUCARISTÍA.
LITURGIA DEL
DÍA
Retomamos
el TIEMPO ORDINARIO (de los ornamentos verdes del sacerdote). Y comienza hoy l primera carta de san
Pedro. Sólo leer el saludo ya pone en
trance: Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran
misericordia, por la Resurrección de Jesucristo, no ha hecho nacer de nuevo para
una esperanza viva. Me bastaría eso
para que fuera ya un marco sublime en la vida de un cristiano.
En el
Evangelio el subyugante hecho del joven
rico, el modélico cumplidor de mandamientos…, y que sin embargo le faltaba
un enorme trecho para llegar a estar en el espacio de Jesús. Aparentemente el problema se sitúa en el
dinero. Pero ¿no es cierto que aún sin
dinero, podemos ser tan “ricos” que sigamos
tan lejos de ese espacio de Jesús como el ricachón egoísta. Porque el problema ni es el dinero en sí, sino
el egoísmo. Hay un rival más poderoso
que el dinero (aunque el dinero lo engendra especialmente): EL YO, el orgullo,
el amor propio, el egoísmo que encierra…
¡Muy
difícil así estar con Jesús! Lo dice él
mismo. Y cuando los apóstoles se extrañan,
Jesús les hace una salvedad: ¡Imposible
para los hombres; no para Dios! ¿Cómo?
Porque la vida, bajo la acción providencial de Dios, se encarga de
hacernos piltrafas a los que nos creíamos reyes del mundo. Y porque de la piltrafa, sale Dios, el gran
Maestro, sacando una dulce melodía… Y el
hombre engreído, pagado de sí mismo, puede quedar así en condiciones de “pobre”…,
de esos pobres que son los nuevos ricos
en el Reino de Dios.
FLOR A MARÍA
Me lo dan servido en
bandeja. María fue la pobre de Yawhé, la esclava del Señor…, en la que –por lo mismo- Dios hizo en Ella maravillas…, bendita entre todas las mujeres.
María
atrae todas las miradas. Por todos los
conceptos. Pero pienso que hay un algo
espacial en Ella: que la vemos siempre una mujer sencilla, cercana, ¡madre!,
tierna, pura, delicada… Y esa “pobreza” atrae la mirada de Dios y la de la
humanidad.
Por eso a mí no me estorba nunca una
alabanza, porque instintivamente me voy a María y digo: Proclama mi alma la grandeza del Señor. Y lo convierto en flor para Ella.
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