05 de agosto de 2015 (ZENIT.org)
Publicamos a continuación el texto completo de la catequesis del
papa Francisco en la audiencia general.
Queridos hermanos y hermanas, buenos días.
Con esta catequesis retomamos nuestra reflexión sobre la familia.
Después de haber hablado la última vez, de las familias heridas a causa de la
incomprensión de los cónyuges, hoy quisiera detener nuestra atención sobre otra
realidad: cómo cuidar de aquellos que, después de un fallo irreversibles de su
unión matrimonial, han comenzado una nueva unión.
La Iglesia sabe que esta situación contradice el Sacramento
cristiano. Sin embargo, su mirada de maestra que viene siempre de un corazón de
madre; un corazón que, animado por el Espíritu Santo, busca siempre el bien y
la salvación de las personas. Por eso siente el deber, “por amor a la verdad”,
de “discernir bien las situaciones”. Así se expresaba san Juan Pablo II, en la
Exhortación apostólica Familiaris
consortio (n. 84), dando como ejemplo la diferencia entre quien ha
sufrido la separación respecto a quien la ha provocado. Se debe hacer este
discernimiento.
Si después miramos también estos nuevos lazos con los ojos de los
hijos pequeños, los pequeños miran, de los niños, vemos aún más la urgencia de
desarrollar en nuestras comunidades una acogida real hacia las personas que
viven estas situaciones. Por esto, es importante que el estilo de la comunidad,
su lenguaje, sus actitudes, estén siempre atentos a las personas, a partir de
los pequeños, ellos son quienes más sufren estas situaciones. Después de todo,
¿cómo podríamos aconsejar a estos padres hacer de todo para educar a los hijos
en la vida cristiana, dando ellos el ejemplo de una fe convencida y practicada,
si los tenemos alejados de la vida de la comunidad como si fueran excomulgados?
No se deben añadir otros pesos a aquellos que los hijos, en estas situaciones,
¡ya deben cargar! Lamentablemente, el número de estos niños y jóvenes es
realmente grande. Es importante que ellos sientan a la Iglesia como madre
atenta a todos, dispuesta siempre a la escucha y al encuentro.
En estos decenios, en realidad, la Iglesia no ha sido ni
insensible ni perezosa. Gracias a la profundización cumplida por los Pastores,
guiados y confirmados por mis predecesores, ha crecido mucho la conciencia de
que es necesaria una acogida fraterna y atenta, en el amor y en la verdad,
hacia los bautizados que han establecido una nueva convivencia después del
fracaso del matrimonio sacramental; de hecho, estas personas no son
excomulgadas, no están excomulgadas, y no van absolutamente tratadas como
tales: forman parte siempre de la Iglesia.
El papa Benedicto XVI intervino sobre esta cuestión, solicitando
un discernimiento atento y un sabio acompañamiento pastoral, sabiendo que no
existen “recetas simples” (Discurso
al VII Encuentro Mundial de las Familias, Milán, 2 junio 2012,
respuesta n. 5).
De aquí la reiterada invitación de los Pastores a manifestar
abiertamente y coherentemente la disponibilidad de la comunidad a acogerles y a
animarles, para que vivan y desarrollen cada vez más su pertenencia a Cristo y
a la Iglesia con la oración, con la escucha de la Palabra de Dios, con la
frecuencia a la liturgia, con la educación cristiana de los hijos, con la
caridad y el servicio a los pobres, con el compromiso por la justicia y la paz.
El ícono bíblico del Buen Pastor (Jn 10, 11-18) resume la misión que Jesús ha
recibido del Padre: la de dar la vida por las ovejas. Tal actitud es un modelo
también para la Iglesia, que acoge a sus hijos como una madre que dona su vida
por ellos. “La Iglesia está llamada a ser siempre la casa abierta del Padre.
Ninguna puerta cerrada. Todos pueden participar de alguna manera en la vida
eclesial, todos pueden formar parte de la comunidad. La Iglesia es la casa
paterna donde hay sitio para cada uno con su vida a cuestas” (Exort. ap.Evangelii gaudium, n.
47).
Del mismo modo, todos los cristianos están llamados a imitar al
Buen Pastor. Sobre todo las familias cristianas pueden colaborar con Él
cuidando de las familias heridas, acompañándolas en la vida de fe de la
comunidad. Cada uno haga su parte asumiendo la actitud del Buen Pastor, que
conoce cada una de sus ovejas ¡y no excluye a ninguna de su infinito amor!
Gracias.
La familia es una realidad a ser evangelizada, y, al mismo tiempo, es protagonista de la nueva evangelización. La familia como sujeto y objeto de evangelización, debe manifestar a los hombres cual es el plan, la vocación y qué es lo que Dios pide a unos esposos cristianos que se comprometen a ser una familia evangelio, buena noticia,, que se sienten capaces de hacer posible una nueva civilización del amor y de la vida, que son capaces de renunciar a todos los egoísmos, de amar al otro más que a sí mismo, de denunciar cuanto destruye esa misma familia, y por lo mismo al hombre.
ResponderEliminarSi, a pesar de las buenas disposiciones y mejores intenciones, un matrimonio se rompe, la Iglesia como Madre sufre y acoge a estos hijos desgraciados que se han unido a otras personas;sabe que una situación semejante contradice el Sacramento cristiano; pero como Madre, con el corazón roto por el sufrimiento de sus hijos y de los hijos de sus hijos, animada por el Espíritu Santo, busca la forma de salvar también a estas personas.
Hay que ayudar a estas familias"heridas", ayudarlas a que tengan su protagonismo en la Comunidad diocesana. Ya que lo que caracteriza a una familia cristiana, no es una ausencia de problemas y dificultades, sino su espíritu de tensión permanente en la búsqueda de lo que es mejor y más conveniente.
Creo que los separados y divorciados necesitan una atención especial, prestada por personas especializadas, colaboradoras de los Centros Diocesanos de Orientación Familiar.