Liturgia
Pasamos al libro de Josué: 3, 7-10; 11. 13-17. Josué ha
tomado la responsabilidad de conducir al pueblo y -a la muerte y por encargo de
Moisés- Dios quiere mostrar la autoridad de Josué para que el pueblo “vea que estoy contigo”. Y para ello
hace un prodigio semejante al del paso del Mar Rojo, pero en la más pequeña escala
del río Jordán. Eso sí: se advierte que en ese tiempo el Jordán va hasta los
bordes para mostrar la magnitud del prodigio.
Josué encargará a los sacerdotes llevar el arca y cuando
los pies de ellos toquen el agua, el Jordán detendrá su curso y el pueblo atravesará
el río. Así –les dice Josué- sabréis que Dios está con vosotros, y que Dios os
va a conceder lo que os tiene prometido.
Así ocurrió y el pueblo pasó el Jordán, y entonces los
sacerdotes salieron del agua y el río recobró su cauce normal.
El Evangelio Mt 18, 21-19, 1 es continuación del de ayer,
el de la corrección fraternal y la actitud de aquel miembro de la comunidad que
es corregido. Porque Pedro llega a preguntar, consiguientemente, hasta cuantas
veces debe de haber perdón… ¿Hasta siete
veces? [¿Siempre, siempre?, es lo que significan las “siete veces”]. Y
Jesús con énfasis muy propio de Él, con ese estilo estremoso con que quiere
subrayar una enseñanza, le dice: No hasta
siete veces sino hasta setenta veces
siete. [Sin fin].
Y para dejar aclarado el tema cuenta su parábola que pone
de manifiesto que del perdón que uno otorgue a otro va a depender el perdón que
se recibe de Dios. Siempre es un hecho que el perdón que da Dios es de mucha
más envergadura: diez mil talentos era toda una fortuna.
El perdón que tiene que dar un particular es siempre
pequeño (cien denarios, casi un “perrilleo”). Pero el hecho es que esos cien
denarios hay que saberlos perdonar (o saber dar salida a esas “deudas”
humanas), de manera que quede patente que el hermano es capaz de perdonar
al hermano. Porque si ese hermano no
sabe perdonar o ayudar a solucionar el tema de su semejante, no podrá haber perdón
de Dios para él. En la parábola se expresa con toda crudeza que el perdón que
el primero había obtenido, le es retirado, y se le exige ahora el pago de toda
su inmensa deuda, porque él no supo condonar los cien denarios que le debía su
colega.
No cabe duda que la parábola se desenvuelve en términos muy
fuertes. Y es que Jesús quiere dejar patente que está tratando de un tema muy
serio. En efecto: cuando enseña a orar a sus apóstoles de manera que sea un
orar distintivo de la escuela de Jesús, una de las peticiones (que es el perdón
que se pide a Dios), se hace de forma condicional: perdónanos COMO NOSOTROS PERDONAMOS (o porque nosotros ya hemos perdonado). Querría decir que cuando
mi perdón no es total, yo le pido a Dios que su perdón a mí no sea total; o que
no se me ocurra pedir perdón si yo no he perdonado antes.
Recuerdo a una persona que hizo ejercicios conmigo y sugerí
la reflexión profunda de si DE VERDAD habían perdonado en plenitud cualquier
“deuda” del pasado. Y una persona, que era muy honrada en sus planteamientos,
me dijo que había descubierto que tenía en su recámara un perdón aparentemente
dado, pero que no lo había sobrepasado en su corazón.
No será el último caso. Y no se trata de perdones de
ofensas. Yo me quedaría hoy mucho más en LOS RECELOS que quedan ahí en las
entretelas del sentimiento, y que en el fondo suponen que NO SE HA SOBREPASADO
la herida de una determinada situación.
Sólo está oculta. Quedan brasas capaces de reemprenderse al mínimo soplo de
contacto con aquella persona.
¡somos tan exigentes con lo demás y nos cuesta tanto perdonar..!Siempre está en juego el sufrimiento y la injusticia... a veces parece que no se va a poder perdonar; pero el Señor nos habló en serio y ahora ya sabemos que si no podemos perdonar, tampoco podemos acercarnos a Él a pedirle que nos perdone a nosotros.Tenemos que perdonar siempre, de corazón, amando; aceptar nuestras pobrezas, tragándonos el orgullo y el rencor; el perdonar nos reconcilia y nos libera, no borra los acontecimientos, pero pone fín a los efectos.Que estamos obligadísimos a perdonar siempre, es indiscutible, si somos seguidores de Cristo y estamos dispuestos a seguirlo...
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