catequesis del Papa del
19 de agosto
Francisco recuerda que el trabajo es sagrado y da dignidad a
una familia
Ciudad
del Vaticano, (ZENIT.org)
Publicamos a continuación la catequesis del Santo Padre en la
audiencia general:
Queridos hermanos y hermanas,
después de haber reflexionado sobre el valor de la fiesta en la
vida de la familia, hoy nos detenemos sobre el elemento complementario, que es
el del trabajo. Ambos forman parte del diseño creador de Dios. La fiesta y el
trabajo.
El trabajo, se dice comúnmente, es necesario para mantener a la
familia, para hacer crecer a los hijos, para asegurar a sus seres queridos una
vida digna. De una persona seria, honesta, lo más bonito que se puede decir:
“Es un trabajador”, es uno que trabaja, es uno que en la comunidad no vive a
costa de los otros. Hay muchos argentinos hoy, que he visto, y diré como
decimos nosotros ‘no vive de arriba’. ¿Entendido?
Y de hecho, el trabajo, en sus muchas formas, a partir del de amo
de casa, también cuida del bien común. ¿Y dónde se aprende este estilo de vida
trabajador?
Antes que nada se aprende en familia. La familia educa al trabajo
con el ejemplo de los padres: el papá y la mamá que trabajan por el bien de la
familia y de la sociedad.
En el Evangelio, la Sagrada Familia de Nazaret aparece como una
familia de trabajadores, y Jesús mismo es llamado “hijo del carpintero” (Mt
13,55) o incluso “el carpintero” (Mc 6,3). Y san Pablo no dejará de advertir a
los cristianos: “Quien no quiera trabajar, que no coma” (2 Ts 3,10). Una buena
receta para adelgazar. Si no trabajas no comes.
El apóstol se refiere explícitamente al falso espiritualismo de
algunos que, de hecho, viven a costa de sus hermanos y hermanas “sin hacer
nada” (2 Ts 3,11). El compromiso del trabajo y la vida del espíritu, en
la concepción cristiana, no están en contradicción entre ellas. ¡Es importante
entender esto! Oración y trabajo pueden y deben estar juntos en armonía, como
enseña san Benito. La falta de trabajo daña también el espíritu, como la falta
de oración daña también la actividad práctica.
Trabajar --repito, en muchas formas-- es propio de la persona
humana. Expresa su dignidad de ser creada a imagen de Dios. Por eso, se dice
que el trabajo es sagrado. El trabajo es sagrado, y por eso, la gestión de la
ocupación es una gran responsabilidad humana y social, que no puede quedar en
las manos de unos pocos o descargada sobre un “mercado” divinizado. Causar una
pérdida de puestos de trabajo significa causar un grave daño social. Me
entristece cuando veo que no hay trabajo, que hay gente sin trabajo, que no encuentra
trabajo y que no tiene la dignidad de llevar el pan a casa. Y me alegro mucho
cuando veo que los gobernantes hacen tantos esfuerzos y tanto trabajo para
encontrar puestos de trabajo y para tratar que todos tengan un trabajo. El
trabajo es sagrado, el trabajo da dignidad a una familia. Debemos rezar para
que no falte el trabajo en ninguna familia.
Por tanto, también el trabajo, como la fiesta, forma parte del
diseño del Dios Creador. En el libro del Génesis, el tema de la tierra como
casa-jardín, a cargo del cuidado y el trabajo del hombre (2, 8.15), es
anticipado con un pasaje muy conmovedor: “Cuando el Señor Dios hizo la tierra y
el cielo, aún no había ningún arbusto del campo sobre la tierra ni había
brotado ninguna hierba, porque el Señor Dios no había hecho llover sobre la
tierra. Tampoco había ningún hombre para cultivar el suelo, pero un manantial
surgía de la tierra y regaba toda la superficie del suelo” (2,4b-6a). No es
romanticismo, es revelación de Dios; y nosotros tenemos la responsabilidad de
comprenderla y asimilarla hasta el fondo. La Encíclica Laudato Si’, que propone
una ecología integral, contiene también este mensaje: la belleza de la tierra y
la dignidad del trabajo están hechas para ir juntas. La tierra se hace bella
cuando es trabajada por el hombre. Van juntas las dos.
Cuando el trabajo se desvincula de la alianza de Dios con el
hombre y la mujer, cuando se separa de sus cualidades espirituales, cuando es
rehén de la lógica del beneficio y desprecia los afectos de la vida, la degradación
del alma contamina todo: también el aire, el agua, la hierba, la comida... La
vida civil se corrompe y el hábitat se estropea. Y las consecuencias golpean
sobre todo a los más pobres y a las familias más pobres. La organización
moderna del trabajo muestra a veces una peligrosa tendencia a considerar a la
familia una carga, un peso, una pasividad, para la productividad del trabajo.
Pero preguntémonos: ¿qué productividad? ¿Y para quién? La llamada “ciudad
inteligente” es sin duda rica de servicios y de organización; pero, por
ejemplo, a menudo es hostil con los niños y los ancianos.
A veces, quien proyecta está interesado en la gestión de
fuerza-trabajo individual, para ensamblar y utilizar o descartar según la
conveniencia económica. La familia es un gran lugar de prueba. Cuando la
organización del trabajo la tiene como rehén, o incluso le obstaculiza el
camino, ¡entonces estamos seguros de que la sociedad humana ha comenzado a
trabajar contra sí misma! Las familias cristianas reciben de esta coyuntura un
gran desafío y una gran misión. Estas ponen en juego los fundamentos de la
creación de Dios: la identidad y la unión del hombre y la mujer, la generación
de los hijos, el trabajo que hace doméstica la tierra y habitable el mundo. ¡La
pérdida de estos fundamentos es algo muy serio, y en la casa común ya hay
muchas grietas! La tarea no es fácil. A veces, a las asociaciones de familias
les puede parecer que son como David contra Goliat… ¡pero sabemos cómo terminó
ese desafío! Se necesitan fe y astucia. Que Dios nos conceda acoger con alegría
y esperanza su llamada, en este momento difícil de nuestra historia. La llamada
al trabajo para dar dignidad a sí mismo y a la propia familia. Gracias.
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