Liturgia del 14 agosto
Josué
24, 1-13 es una recopilación de la historia que ha vivido aquel pueblo desde
Abrahán, Sólo me fijaré en el final de esa historia, que hace ya alusión a la
tierra que reciben, si bien no se ha recogido en el relato la habíais sudado, ciudades que no habíais
construido y en las que ahora vivís, viñedos, olivares que no habíais plantado
y de los que ahora coméis. El relato encierra todo un regalo de Dios a su
pueblo, Dios fiel a su promesa, y que supone todo el misterio de la predilección
de Dios, que da porque sí, y sin que podamos llegar más allá de sus razones.
Porque en esto como en tantas cosas, entrar en el secreto de Dios y abismarse
en una realidad que no podemos descifrar con nuestros pensamientos.
Seguir
paso por paso esa historia que nos ha mostrado ahí el autor sagrado con una
meritoria labor de síntesis, es entrar en la maravilla que vivió Israel como
pueblo elegido de Dios. Y cuando algo choque a nuestras sensibilidades tan
críticas, no tenemos sino que adentrarnos en nuestro propio misterio y pensar
por qué mi historia es la que es y no es otra; por qué la mano de Dios estuvo
sobre mí en la forma que estuvo… Y cuando recorramos el propio misterio de por
qué conmigo las cosas fueron como fueron, entonces empezaremos a entender por
qué aquel pueblo tuvo la historia que tuvo.
El
Evangelio (Mt 19, 3-12) nos mete en un tema de enorme actualidad: el tema del
divorcio y la situación en que queda cada miembro de la pareja. Lo primero que
establece Jesús como punto de partida es el principio creador. Se unen el
hombre y la mujer y forman una sola carne, de modo que ya no son dos sino una sola carne. Y
lo que Dios ha unido, no puede separarlo el hombre. Se parte de ahí
para cualquier posterior consideración. La conclusión que saca el propio Jesús
es que el divorciado/a que se casa con otra/o, comete adulterio.
Los
apóstoles se extrañan y replican: Pues
entonces no conviene casarse. A lo que Jesús responde con un claro
pensamiento de que no todos tienen capacidad de casados: No todos pueden con eso; sólo los que han recibido ese don. Podrá
extrañar, podrá querer discutirse. Sin embargo la experiencia lo da cada vez
más claro en estos tiempos. No todo varón o toda mujer está en la madurez para
afrontar la vida con esa capacidad de perpetuidad ni de relación de igual a
igual. Los fracasos matrimoniales a los pocos meses de casados lo ponen de
manifiesto. El retraso en la aceptación de un hijo es otra prueba evidente. La
violencia doméstica es el grito de un fracaso humano en la relación de la
pareja. No andaba errado Jesús cuando aclaró que no todos están capacitados
para el matrimonio, y que en el fallo tan hondo de los matrimonios y la salida
por la puerta falsa del divorcio, es una mala solución.
El
tema que se presenta es si realmente son
matrimonios una buena parte de los que creyeron emprender ese camino, quizás ya
amparados en su subconsciente en esa posible salida por la puerta falsa. En
cuyo caso no hay adulterio en una nueva relación. Lo que hay es engaño,
inmadurez, incapacidad psicológica.
Y
punto y aparte es la vida posterior de los divorciados vueltos a casar. Nunca
estuvieron excomulgados, pero sí en situación anómala por cuanto que su vínculo
primero, no desatado aunque roto, les dejaba en una imposibilidad de acercarse
al sacramento de la Comunión. El Papa no ha entrado directamente en ese tema
sino en la pastoral de cercanía a esas personas que son muy útiles,
posiblemente, en otros campos de la vida de la Iglesia. Y la Iglesia, por su
parte, con los brazos abiertos para ayudarles en lo que pueden ser ayudados, Es
oficializar lo que fue o debió ser la práctica en la acogida a todo hombre y
mujer, sea cual sea su condición en el plano moral y personal. Muy distinto,
por supuesto del aquí no ha pasado nada.
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