Liturgia del día
Jueces 11, 29-39 debe ser
leído desde el aspecto de la fidelidad pero a sabiendas de que se pasa tres
pueblos, porque un voto así como el de Jefté no obliga. Es un voto comprometido
en un momento de dificultad: “ofrecer a Dios en holocausto al primero que le
salga al paso si Jefté ha alcanzado la victoria contra los enemigos”, es un
voto que no tiene valor. Sin embargo era para ellos un juramento al que no se
podía faltar. Recordemos la juramento de Herodes a Salomé, de darle cualquier
cosa que pidiera. Salomé pide la cabeza del Bautista y Herodes lo cumple, a su
pesar, porque lo ha jurado.
En moral cristiana es
inválido todo voto o promesa que no sea mejor que lo contrario. De ahí la
invalidez del juramento de dar muerte a alguien, porque su contrario –dejarla
con vida- es mejor.
Pero puestos a leer
con lente de historia de salvación, lo que queda en pie es la seriedad y
fidelidad con que Jefté lleva a cabo su juramento, aun cuando la primera
persona que le sale al encuentro tras la victoria es su propia hija. Ella misma
acepta su sacrificio, puesto que su padre así lo había jurado. Entraba en la
mentalidad del momento. Y bien sabemos que aun ahora hay etnias que mantienen
juramentos semejantes y que los llevan a cabo sea como sea.
El Evangelio -Mt 22,
1-14- es un complemento del evangelio de ayer. Ayer presentaba esa nueva
JUSTICIA de Dios que daba su “denario” (su acogida, su gloria) a todos, aunque
hubieran llegado a última hora. Hoy hay una concreción: HAY QUE LLEGAR. El
pueblo judío había sido llamado al BANQUETE del reino. Pero a la hora de la
verdad ese pueblo no acudió: “se excusó” por unos motivos o por otros. Y como el Banquete estaba preparado de todas
maneras, el dueño envía a sus criados a “los cruces de los caminos”: fuera de
Israel…, a los gentiles que estaban fuera, para que acudieran al Banquete.
Aquí, pues, hay una aclaración importante: todos los judíos son invitados pero
si no quieren acudir, se quedan fuera. A nadie se le obliga a “ir a la viña” y
poder recibir “el denario” o “comer el banquete”. El que no quiere, queda
fuera.
Pero la aclaración
sigue adelante y –una vez llamados los no judíos y llena la sala del banquete- el dueño entra a saludarlos y
repara en uno que no ha tenido la delicadeza de vestir el traje de fiesta. A
ese le pregunta el dueño cómo es que se ha presentad así, con esa falta de
respeto hacia la solemnidad del banquete del Rey y hacia los otros comensales.
Y tampoco el dueño entra por esas, como no había entrado a pasar por alto las
“excusas” de los primeros invitados.
El amo manda a los
criados echarlo fuera, donde le quedará al individuo la quemazón de haber
perdido su gran oportunidad, la gran quemazón de su insensatez: haber tenido
todo a la mano y haberlo desperdiciado.
En esa amalgama que se
pretende hoy de “aquí todos somos buenos”, y mirar a Dios como un Dios pasivo,
ajeno y casi bobalicón, para el que todo da igual, Jesucristo ha presentado una
parábola aclaratoria: Dios es inmensamente bueno y poderoso (tiene “un denario
para todo el que acuda a su viña, aunque sea de la última hora), pero no hay
denario para quien no acude o para quien acude en malas condiciones. Esos
quedan fuera. Y quedar “fuera de Dios”, el “no-Dios”, el “contra Dios”…, es la
no entrada en el Banquete, en el Reino: el ser echados FUERA. Y eso es la
condenación, el rechinar de dientes, la desesperación de haberlo tenido todo en
las manos y no haberlo querido coger.
No gusta pensar en
esto pero meditar en la Palabra de Cristo debe ser muy honrado para no
tergiversar lo que dice, no manipular su enseñanza, no acabar haciendo un Reino
de mantequilla donde todo vale y todo da igual. Repito, como he dicho antes,
que el gran pecado de nuestro tiempo es haber concebido la idea de un Dios
amorfo que pasa por todas. Y tan falso es pensar en un Dios castigador como
pensar en un Dios que todo lo pasa por alto y que todo le da igual, y que
podemos ser de cualquier manera “porque Dios es muy bueno”. La bondad de Dios
nunca es tontura. La bondad de Dios llega hasta la “última hora” pero nunca
forzará esa última hora. La libertad del ser humano es respetada por quien se
la dio. Y cada ser humano estamos llamados a la viña y todos podemos acudir,
por tarde que sea. Pero HAY QUE ACUDIR. Y eso debe quedar en pie muy claramente
en medio de las muy diversas situaciones en que estemos y vivamos.
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