Liturgia del día
Hoy vamos de parábolas.
También la 1ª lectura (Jue 9, 6-15) usa una parábola para explicar que los
vecinos de Siquén van a dar un mal paso. Iban a nombrarse un rey. Y Yotán les
explica: no será un rey que dé aceite suave, ni higos dulces, ni mosto
agradable. Será como una zarza que acoge pero pincha y amenaza. Un comentarista
explica: “el ejemplo no revela simpatía por el nombramiento de un rey. Los
personajes de valor no quieren abandonar sus ocupaciones para dedicarse a la
vida ociosa de un rey. Sólo el que no hace cosa de provecho acepta la dignidad
para molestar a los otros. Tal es la moraleja”.
Lo que yo añado
–partiendo de la Historia Sagrada- es que la elección de un rey era contraria
al deseo de Dios, porque aquel pueblo sólo debía tener a Dios por Rey. Pero el
pueblo se inficionó viendo a los pueblos limítrofes que tenían rey y quiso no
ser menos que ellos. La historia les mostró que habían errado de parte a parte
porque los reyes les trajeron la desgracia.
Si el mundo de hoy
supiera historia, respetara la historia y aprendiera de la historia,
encontraría la gran lección: hoy se trata de eliminar los valores (o se han
anulado ya) y se “nombran reyes” de cartón que son pan para hoy y hambre para
mañana…, si es que siquiera son “pan para hoy” y no vaciedad absoluta. Lo que
les espera (lo que está ocurriendo) es que el mismo rey (zarza que se presta a
ser “rey”) acaba siendo fuego que les devora y les deja sin personalidad, sin
criterio, sin valores de referencia. Y que es un mundo que –como el Imperio
Romano- se destruye a sí mismo en la molicie y malas costumbres. Quiénes lo
verán destruirse no lo sabemos, pero la historia es maestra de la vida y los
derroteros actuales son una repetición de aquella historia de Israel y la más
cercana del Imperio Romano.
El Evangelio (Mt 20,
1-16) es una de esas parábolas que chirrían en los oídos de muchos, que
pretenden que Dios sea como los hombres y que la justicia bondadosa de Dios sea
como la justicia vengativa de esta humanidad tan reivindicativa. Jesús presenta
un amo que contrata a trabajar en su viña a los hombres que esperan en la
plaza. Y con amplitud generosa se ajusta con ellos en un denario por jornada. Y como es generoso, ve a otros que
están parados a media mañana y –ya sin contrato- les dice que vayan a la viña a
trabajar. Pero les pagará “lo debido”. Es ventajoso y aceptan. Y otra vez sale
el amo a la plaza a mediodía, a media tarde…, y sigue compadeciéndose de
aquellos hombres y les envía a la viña. Y llegan las 5 de la tarde, cuando
queda una hora de labor, y todavía hay zánganos que no han hecho nada y aún así
se quejan de que nadie los contrató. -Pues id a mi viña, dice el amo.
Lo que Jesús nos está
plateando es la inmensa bondad de Dios que no se rinde ni ante los flojos y los
que no merecen nada…, pero hacia los que Dios extiende su misericordia. Quiere
explicar Jesús que no queda nunca por Dios la llamada a “la viña”, a la
salvación, y que aunque sean “de la última hora” (convertidos in extremis), Dios los sigue llamando.
Y no sólo llamando
sino que a la hora de la verdad la generosidad del amo hace que aun a esos
últimos les pague un denario. Y lo mismo a los de media tarde y mediodía… Los
de la primera hora esperan recibir más, pero ellos ya se habían ajustado
gozosamente en un denario, y eso reciben. Y surge la protesta porque “nosotros hemos aguantado el peso del día y
el calor”. La respuesta es clara: ¿No
nos ajustamos en un denario? Pues recíbelo gustoso y vete. Y déjame a mí ser
generoso con mis bienes. ¿O es que yo no puedo ser misericordioso con lo que es
mío?
Esa es la tan traída
JUSTICIA DE DIOS: pura misericordia. A nadie le perjudica y a muchos beneficia.
¿Y por qué vamos a ser tan rácanos que nos resulte mal que los “malos” puedan
convertirse a última hora? Un corazón cristiano tiene que experimentar el gozo
de que aquel hermano tuyo que se había
perdido lo hemos encontrado. Por parte de quien estuvo “desde la primera
hora”, su gozo debe ser “estar en la casa
paterna”, y saber que fue digno hijo de tal padre…, digno hijo de Dios, que
no quiere la muerte del pecador sino que
se convierta y viva.
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