Debajo está la LITURGIA
Texto completo del ángelus del Papa del 16 de agosto
Francisco recuerda que la Eucaristía no es una oración
privada o una bonita experiencia espiritual, no es una simple conmemoración de
lo que Jesús hizo en la Última Cena. La Eucaristía es memorial que actualiza y
hace presente la muerte y resurrección de Jesús
Ciudad
del Vaticano, (ZENIT.org)
El santo padre Francisco se ha asomado a la ventana del Palacio
Apostólico para rezar, como cada domingo, el ángelus con los fieles reunidos en
la plaza de San Pedro.
Estas son las palabras del Papa antes de la oración mariana:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En estos domingos, la Liturgia nos está proponiendo, del
Evangelio de Juan, el discurso de Jesús sobre el Pan de la vida, que es Él
mismo y que es también el sacramento de la eucaristía. El pasaje de hoy (Jn
6, 51 -58) presenta la última parte de este discurso, y habla de algunos
que se escandalizaron porque Jesús dijo: “El que come mi carne y bebe mi
sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día” (Jn 6,54). El
estupor de los oyentes es comprensible; Jesús, de hecho, usa el estilo típico
de los profetas para provocar en la gente --y también en nosotros-- preguntas
y, al final, una decisión. Primero de todo las preguntas: ¿qué significa “comer
la sangre y beber la sangre” de Jesús? ¿es solo una imagen, un símbolo, o
indica algo real? Para responder, es necesario intuir qué sucede en el corazón
de Jesús mientras parte el pan entre la multitud hambrienta. Sabiendo que
deberá morir en la cruz por nosotros, Jesús se identifica con ese pan partido y
compartido, y eso se convierte para Él en “signo” del Sacrificio que le espera.
Este proceso tiene su cúlmen en la Última Cena, donde el pan y el vino se
convierten realmente en su Cuerpo y su Sangre. Y la eucaristía, que Jesús nos
deja con un fin preciso: que nosotros podamos convertirnos en una sola cosa con
Él. De hecho dice: “Quien come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo
en él” (v. 56). Ese permanecer en Jesús y Jesús en nosotros. La comunión
es asimilación: comiéndole a Él, nos hacemos como Él. Pero esto requiere
nuestro “sí”, nuestra adhesión a la fe.
A veces, se escucha sobre la santa misa esta objeción: “¿Para qué
sirve la misa? Yo voy a la iglesia cuando me apetece, y rezo mejor en soledad”.
Pero la eucaristía no es una oración privada o una bonita experiencia
espiritual, no es una simple conmemoración de lo que Jesús hizo en la Última
Cena. Nosotros decimos, para entender bien, que la eucaristía es “memorial”, o
sea, un gesto que actualiza y hace presente el evento de la muerte y resurrección
de Jesús: el pan es realmente su Cuerpo donado por nosotros, el vino es
realmente su Sangre derramada por nosotros.
La eucaristía es Jesús mismo que se dona por entero a nosotros.
Nutrirnos de Él y vivir en Él mediante la Comunión eucarística, si lo hacemos
con fe, transforma nuestra vida, la transforma en un don a Dios y a los
hermanos. Nutrirnos de ese “Pan de vida” significa entrar en sintonía con el
corazón de Cristo, asimilar sus elecciones, sus pensamientos, sus
comportamientos. Significa entrar en un dinamismo de amor oblativo y
convertirse en personas de paz, personas de perdón, de reconciliación, de
compartir solidario. Lo mismo que Jesús ha hecho.
Jesús concluye su discurso con estas palabras: “Quien come este
pan tendrá vida eterna” (Jn 6, 58). Sí, vivir en comunión real con Jesús
sobre esta tierra, nos hace pasar de la muerte a la vida. Y el Cielo
empieza precisamente en esta comunión con Jesús. En el Cielo nos espera
ya María nuestra Madre --ayer celebramos este misterio. Ella nos obtenga la
gracia de nutrirnos siempre con fe de Jesús, Pan de vida.
Palabras del Santo Padre después del ángelus:
Queridos hermanos y hermanas, os saludo a todos con afecto,
romanos y peregrinos: las familias, los grupos parroquiales, las asociaciones,
los jóvenes.
Saludo al grupo folclórico “Organización de arte y cultura
mexicana”, los jóvenes de Verona que están viviendo una experiencia de fe en
Roma, y los fieles de Beverare.
Dirijo un saludo especial a los numerosos jóvenes del Movimiento
Juvenil Salesiano, reunidos en Turín en los lugares de San Juan Bosco para
celebrar el bicentenario de su nacimiento; les animo a vivir en lo cotidiano la
alegría del Evangelio para generar esperanza en el mundo.
Os deseo a todos un feliz domingo. Y por favor, ¡no os olvidéis de
rezar por mí! ¡Buen almuerzo y hasta pronto!
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