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Liturgia del día
Jueces 2, 11-19. Muerto
Josué los israelitas, ya en la tierra prometida se vuelven hacia dioses falsos,
y desconectan de Dios y de sus enseñanzas, y todo el entramado del sentido de
su vida se les hunde, le suceden mil desgracias, los saquean bandas de
malhechores. Un pueblo, por otra parte religioso, describe su situación como si
Dios los hubiera entregado a esas desgracias.
Voy a ver si me hago
entender. Personas del siglo XXI, no precisamente movidos por un sentimiento
religioso. Cada día nos desayunamos, comemos y cenamos con una desgracia, la
mayor parte de las veces como consecuencia de la brutalidad y barbarie humana.
Todavía hay quien dice: “estamos dejados de la
mano de Dios”, en vez de confesar que el mundo de hoy se ha separado de
la mano de Dios. No es Dios quien lleva a cabo tantas maldades y fechorías. En
verdad que lo que predomina es el rechazo hacia Dios, hacia la Religión. Y
cuando esta sociedad ha dejado de tener a Dios en su punto de mira, la
humanidad se ha deshumanizado y suceden las hecatombes humanas que estamos
presenciando. No ha sido Dios quien las ha provocado ni quien castiga. El
hombre y mujer de hoy se han castigado a vivir esta situación cuando han
desconectado de Dios. Y nadie le eche las culpas a Dios cuando la culpa de todo
viene de haber abandonado esa referencia tan necesaria para tener una normativa
básica de vida y convivencia.
Al final de la lectura
aporta el hagiógrafo un detalle que retrata la realidad de Dios, aun en medio
de aquel pueblo díscolo y adúltero (que se “ha casado” con falsos dioses). Dice
que no hacían caso de los jueces, pero que Dios hacía surgir jueces y Dios
estaba con el juez y salvaba a los israelitas de sus enemigos, Quería Dios
agarrase al mínimo detalle favorable. Pero en cuanto moría el juez, recaían y
se portaban peor que sus padres. No se apartaban
de sus maldades ni de su conducta obstinada. Dios que sale al paso a la
primera de cambio para intentar hacer el bien; el pueblo que a la primera de
cambio se vuelve testarudo en su manera de vivir. ¿Cómo se va a quejar luego
cuando se les vienen encima las consecuencias de su propio fracaso?
El Evangelio (Mt19,
16-22) es el muy conocido relato del JOVEN RICO, el que pretendió unirse a la
causa de Jesús, pero sin soltarse de sus seguridades humanas. Hombre con muchos
bienes, a la par que buena persona, que había cumplido con los mandamientos de
Dios, el código de conducta de todo buen israelita. Pero no se conformaba con
ello. Buscaba más y por eso viene a Jesús. Cuando Jesús descubre que es un fiel
cumplidor y que sin embargo anda buscando, le dice unas palabras definitivas: Si
quieres llegar hasta el final… Porque, en realidad, lo que había hecho
hasta ahora en su fiel cumplimiento de mandamientos, era el principio. Si
quiere llegar hasta el final (si quiere emprender el camino que conduce a la
plenitud), vende lo que tienes, da el
dinero a los pobres –así tendrás un tesoro en el cielo- y luego ven y sígueme.
Era el camino para ir hacia el “final”.
Aquí es donde nos
quedamos la mayoría. Pretendíamos llegar a la “estación-Término”, pero nos bajamos en la estación intermedia, la
de “los buenos” que nunca llegan a
santos, la de los buenos que nos quedamos en mediocres… Los que creemos que
podemos ser todo no dando todo, y nos parece un mundo lo que nos pide Jesús
para enfilar el camino del Reino.
Aquel joven se echó
atrás. Se bajó del tren, No llegó al término. No llenó el espacio que LE
FALTABA HASTA EL FINAL. Y la pregunta que queda en el aire es: ¿y yo? El relato
se ha quedado cortado ahí. Mañana avanzará. Pero el paso de la liturgia nos da
lugar a pararnos y pensar.
Y no se me despinta
que aquel pueblo de Dios tampoco llegó hasta el final. Le faltó aceptar al
Mesías tal cual era, y reconocerse a sí mismo como en realidad era. Y la
historia muestra a las claras, en 2015, que ese pueblo sigue sin tomar el
camino que lo conduzca al tramo final, perdido entre contantes situaciones
belicosas activas o pasivas, como quien quiere y no puede. De verdad que es tan
rico en dinero avaro y en soberbia nacional, que no puede encontrar su
felicidad.
La historia enseña
mucho. Y cada particular también debemos aprender de esas enseñanzas.
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