05 de febrero de 2015 (Zenit.org) - Sanar; levantar; liberar;
expulsar demonios. Y después reconocer con sobriedad: he sido un simple
“trabajador del Reino”. Esto es lo que debe hacer y debe decir de sí un
ministro de Cristo cuando cura a los muchos heridos que esperan en los pasillos
de la Iglesia, un “hospital de campo”. Así lo ha recordado el santo padre
Francisco, durante la homilía de este jueves celebrada en Santa Marta. Hoy, ha
tomado para su reflexión el Evangelio del día en el que Jesús envía a sus
discípulos de dos en dos en los pueblos a predicar, sanar a los enfermos y
expulsar a los espíritus inmundos.
En primer lugar, el Papa ha hablado de la descripción que Jesús
hace del estilo de aquellos que asumen el papel de sus enviados al pueblo:
personas libres de ostentación, no deben llevar “ni pan, ni alforja, ni dinero
en la cintura”. Y esto Jesús lo dice, ha observado el Papa, porque “la
salvación no es una teología de la prosperidad”. Es solo y nada más que el
“alegre anuncio” de liberación llevado a cada oprimido.
Y así lo ha explicado: “Esta es la misión de la Iglesia, la
Iglesia que sana, que cura. A veces, yo he hablado de la Iglesia como de un
hospital de campo. Es verdad: ¡cuántos heridos hay, cuántos heridos! ¡Cuánta
gente que necesita que sus heridas sean sanadas!”. Esta es la misión de la
Iglesia, ha recordado el Papa, “sanar las heridas del corazón, abrir puertas,
liberar, decir que Dios es bueno, que Dios perdona todo, que Dios es padre, que
Dios es tierno, que Dios nos espera siempre…”.
Por eso, Francisco ha advertido que desviar de la esencialidad de
este anuncio, abre el riesgo de tergiversar la misión de la Iglesia, cuando el
compromiso profundo de aliviar las distintas formas de miseria se vacía de la
única cosa que cuenta: llevar a Cristo a los pobres, a los ciegos, a los
prisioneros.
Al respecto, el Pontífice ha asegurado que “es verdad, nosotros
debemos ayudar y hacer organizaciones que ayuden en esto: eso sí, porque el
Señor no da los dones para esto. Pero cuando olvidamos esta misión, olvidamos
la pobreza, olvidamos el celo apostólico y ponemos la esperanza en estos
medios, la Iglesia lentamente se resbala hacia una ONG y se convierte en una
bonita organización: poderosa, pero no evangélica, porque falta ese espíritu,
el de la pobreza, el de la fuerza de sanar”.
Por último, el Santo Padre ha recordado que los discípulos
volvieron “felices” de su misión y que Jesús se les llevó a descansar. A este
punto, ha subrayado que no les dijo que eran grandes, y que en la próxima
salida organizaran mejor las cosas... Solamente les dijo, ha señalado
Francisco: “Cuando hayáis hecho todo esto que debéis hacer, deciros a vosotros
mismos: ‘siervo inútil soy’". Este es el apóstol. Y ¿cúal sería la
alabanza más bella para un apóstol?, se ha preguntado el Santo Padre. “Ha sido
un trabajador del Reino, un trabajador del Reino”, sería la respuesta.
Finalmente, el Obispo de Roma ha concluido explicando que “esta es
la alabanza más grande, porque va sobre este camino del anuncio de Jesús: va a
sanar, a cuidar, a proclamar este feliz anuncio y este año de gracia. A hacer
que el pueblo encuentre de nuevo al Padre, a llevar la paz en los corazones de
la gente”.
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