Huyó desnudo
El evangelista
Marcos es el único que nos narra el caso de aquel “cierto joven” que salió
envuelto en una sabana sobre el cuerpo, y cuando la turba pretendió echarle
mano, él dejó la sábana en manos de aquellos hombres y huyó desnudo.
Por ese afán de los comentaristas de atribuir el
protagonismo de un hecho al que lo narra, se ha dado en pensar que fue el mismo
Marcos quien vivía en alguna casa lindante al huerto y por eso puede describir
tal detalle.
Yo me resisto
cada vez más a poner nombre por mi cuenta a lo que ellos no se lo pusieron. Y
más me voy al fondo de la narración, que pienso que hace pensar mucho más y
puede ser mucho más provechosa.
En medio de
aquella tragedia que se desarrollaba en Getsemaní, aparece un curioso que
quiere ver qué tumulto de gente era aquella y qué perseguían. Porque algo gordo
tenía que ser cuando llevaban palos y hasta espadas. ¿Sabía aquel joven que
Jesús estaba allí? ¿Tenía algún interés por la causa de Jesús? La verdad que
muy preparado para afrontar una situación no venía, sino que tal como estaba
acostado se levantó, se lió en la sábana y salió a ver.
Y cuando se
encontró con el peligro propio, salió huyendo de prisa, sin importarle dejar la
sábana por la que le tenían asido, y escapar desnudo como estaba.
Y he pensado
de qué manera podemos quedar así de malparados los que miremos las cosas de
Jesús como una historieta piadosa: que al final, si surge la exigencia, no
tenemos empacho escapar DESNUDOS… Cierto que quedaremos ridículos pero lo
importante es quitarnos de en medio. Y DESNUDOS quedamos si no nos hemos metido
en la piel misma de Jesús, en su dolor y en su soledad.
Y pienso si
Marcos no nos quiso dejar “una foto-robot” de los apóstoles, y en especial de
aquellos tres, que también desaparecieron entre los olivos, en el momento en
que vieron las cosas tan negras, con el Maestro –antes poderoso-, ahora caído
en las manos de los criados del sumo sacerdote.
¿Acaso no fue
Pedro uno de los DESNUDOS, que quedaron tan malparados aquella noche, después
de fanfarronear que él nunca se escandalizaría, y que hasta estaba dispuesto a
morir con el Maestro? ¿Y Juan y Santiago, los dos hermanos que pretendieron
estar a la derecha e izquierda de un reino humano, y cuando vieron el cariz de
las cosas tomaron las de Villadiego? ¡También DESNUDOS! Y a mí me parece todo esto mucho más serio
que quedarme identificando al “joven” con el propio evangelista, que
naturalmente tenía algo más importante que contar a sus cristianos que una travesura
de su juventud.
Y como yo veo
que esto de quedar DESNUDO y saliendo por donde mejor se pueda, es cosa de la
que no soy ajeno…, y como me da la impresión que no soy yo solo, me quedo mucho
más parado ante esta “imagen evangélica”, a ver si esta Cuaresma puedo salir
vestido (o revestido) de una realidad muy verdadera que dé a la palabra CONVERSIÓN una consistencia mucho más
fuerte. Que la experiencia de desnudeces propia y ajenas de otros años -¡y de
tantos años!-, me obliga a pararme sobre este punto, y desear con toda el alma
que las cosas sean muy otras. Que, mientras tanto unos u otros huimos, Jesús
está prendido, maltratado y maniatado, camino del palacio de Caifás.
Cubrir las carnes
ResponderEliminarEl mensaje litúrgico de este sábado (Deut 26, 16-19) viene a decirnos algo que enlaza con el tema principal. Moisés habla al Pueblo diciéndole el revestimiento que tiene que llevar para vivir el plan de Dios: que guarde los preceptos, mandatos y decretos que el Señor les manda hoy. Y lo que les manda es que es Pueblo sea verdadero pueblo, verdadera comunidad que camina al unísono y apoyándose unos a otros, y que ese será el modo como Dios podrá reconocerlo SU PUEBLO. Y Dios se volcará a él para hacerlo un pueblo superior.
Jesucristo da pasos mucho más largos (Mt 5, 43-48), cuando amplía el concepto de “Pueblo de Dios” a los que están fuera o en contra… Por supuesto el primer paso es el amor a los amigos. Hay que empezar por lo inmediato, por los más próximos. Pero el nuevo Pueblo de Dios no se queda ahí: hay que salir hacia “los enemigos” (los que lo son o los que uno siente enemigos, o los que se empeñan en hacer de la vida un blanco o negro sin admitir el gris y se sitúan en la línea de enemigos sin serlo verdaderamente). Y dice Jesús: El revestimiento nuevo de este nuevo pueblo es el amor a los enemigos, porque ¿qué valor ni distinción tendría amar sólo a los que se nos muestran amigos? ¡Para eso se basta cualquiera! Enemigos se los fragua uno muy fácilmente, y ahí se quedan… Y Jesús impulsa entonces a la meta más alta: “sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”. Y como esa frase se puede quedar demasiado alta, vendrá San Lucas a traducirla de forma muy comprensible: “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso”.
Y ahí sí hemos de entrar de lleno. Y yo confieso que no me siento enemigo de nadie, y que por encima de mis propias deficiencias –que las tengo y he tenido-, mi sentimiento cordial (miseri-cordioso) es un horizonte siempre abierto, siempre acogedor. Que perdona o pide perdón por aquello que pudo romper (objetiva o subjetivamente) la unidad de PUEBLO DE DIOS, y que mi alma no alberga distancias respecto de nadie.
Que mi sentimiento no quiere, bajo ningún concepto- la vergonzosa desnudez del que huye dejándose la sábana en manos de “enemigos”.