Mensajes de confianza
La carta a los
Hebreos llega a su fin. En el texto de hoy (13, 15-17.20) da el autor unas
recomendaciones finales, y van en la línea del ofrecimiento. Hemos recibido
mucho (todo el proceso de la carta), ahora debemos nosotros ofrecer sacrificios de alabanza, el fruto de
unos labios que profesan tu nombre. Eso, en lo que toda en la mirada hacia
Dios. Porque en lo que toca a la relación humana, no olvidéis hacer el bien y ayudaros mutuamente: éstos son los sacrificios que agradan a Dios. Y que el Dios de la paz que resucitó a Jesús
en virtud de la sangre de una Alianza eterna, os ponga a punto en todo bien
para que cumpláis su voluntad.
Podemos, pues,
decir, que toda la carta ha sido una gran homilía: cuanto ha dicho la Palabra
de Dios se concentra en un compromiso de vida en virtud de la NUEVA ALIANZA, de
la entrega de Jesus en la Eucaristía: en dirección a Dios, agradeciendo; en
dirección a los hermanos, ayudándose.
El evangelio
(Mc 6,30-34) recupera a Jesús. Regresan
los apóstoles de la misión a la que los envió Jesús. Naturalmente tienen mil
historias que con contar, a cuál más interesante…, dado que ellos, pobres
hombres, han hecho cosas impensables y maravillosas. Vienen desbordados
queriendo contarle al Maestro tantas “aventuras” que han vivido. Y Jesús –con esas
delicadezas que le son tan propias- invita a los Doce a retirarse un sitio tranquilo donde descansar de su
esfuerzo, y relajarse un poco, y poder seguir contando las cosas que han hecho,
que han visto, que les han ido bien o que les han ido mal.
Mucha gente se
había percatado de aquel “viaje” de Jesús con sus amigos…, un viaje que separaba
a las gentes fuera del círculo de influencia de Jesús. Entonces se decidieron
salirles al encuentro. Y conforme pasaban por aldeas y cortijadas, iban
advirtiendo de la presencia der Jesús. E intuyendo hacia dónde se dirigía el
grupo, ellos se adelantaron. Nada extraño, puesto que para “un día de campo”
los apóstoles iban tranquilamente y sin prisas, deteniéndose cuanto les
apetecía en su deseo de expresar sus muchas experiencias de aquellos días de
misión.
El desembarco
en el “lugar tranquilo” no tuvo nada
de tranquilidad. Porque una muchedumbre estaba aguardando, con sus enfermos en
primera línea, como reclamo.
No se nos dice
nada de la reacción de los apóstoles. (Bastaría mirar nuestras caras si nos
halláramos en una situación igual…) Se fija el evangelista en Jesús. Y Jesús ya
se ha olvidado de “la tranquilidad”, porque lo que tiene delante es una multitud
ansiosa (y gozosa de haberle ido a la mano), y un corazón de Jesús al que
le dio lástima porque andaban como ovejas sin pastor. Y se puso a enseñarles.
Si aquellas
gentes hubieran tenido acogidas y ayudas en sus pastores habituales, no
necesitaban tanto de este desplazamiento que les ha supuesto caminar y hallarse
fuera de los pueblos y lugares habitados. Como no tenían a nadie que se ocupase de sus penurias,
buscaron a Jesús. Y Jesús sintió ablandarse su sentimiento y dedicarse ahora a
ellos, olvidándose de todo lo demás.
¿Los
apóstoles? Naturalmente, contrariados. Pero ya conocían a Jesús…, y no llevaron
demasiado a mal aquel cambio de situación. Más les valía enrolarse en el
proyecto de Jesús e implicarse en él. Y, aunque en la sombra, allí estuvieron
colaborando en el momento oportuno.
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