22 de febrero de 2015 (Zenit.org) - Como cada domingo, el papa
Francisco rezó la oración del ángelus desde la ventana de su estudio en el
Palacio Apostólico, ante una multitud que le atendía en la Plaza de San Pedro.
Dirigiéndose a los fieles y peregrinos venidos de todo el mundo,
que le acogieron con un largo y caluroso aplauso, el Pontífice argentino les
dijo:
"Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!
El miércoles pasado, con el rito de las Cenizas, ha comenzado la
Cuaresma y hoy es el primer domingo de este tiempo litúrgico que se refiere a
los cuarenta días transcurridos por Jesús en el desierto, después del bautismo
en el río Jordán. San Marcos escribe en el Evangelio de hoy: “En seguida el
Espíritu lo llevó al desierto, donde estuvo cuarenta días y fue tentado por
Satanás. Vivía entre las fieras y los ángeles lo servían” (1, 12-13). Con estas
descarnadas palabras el evangelista describe la prueba afrontada
voluntariamente por Jesús, antes de iniciar su misión mesiánica. Es una prueba
de la cual el Señor sale victorioso y que lo prepara a anunciar el Evangelio
del Reino de Dios. Él, en aquellos cuarenta días de soledad, se enfrentó a
Satanás “cuerpo a cuerpo”, desenmascaró sus tentaciones y lo venció. Y en Él
hemos vencido todos, pero a nosotros nos toca proteger en nuestro cotidiano
esta victoria.
La Iglesia nos hace recordar tal misterio al comienzo de la
Cuaresma, porque ello nos da la perspectiva y el sentido de este tiempo, que es
tiempo de lucha --en la Cuaresma se debe luchar-- un tiempo de lucha espiritual
contra el espíritu del mal (cfr. Oración colecta del Miércoles de Ceniza). Y
mientras atravesamos el ‘desierto’ cuaresmal, tenemos la mirada dirigida hacia
la Pascua, que es la victoria definitiva de Jesús contra el maligno, contra el
pecado y contra la muerte. He aquí entonces el significado de este primer
domingo de Cuaresma: volver decididamente al camino de Jesús, el camino que
conduce a la vida. Mirar a Jesús, qué ha hecho Jesús e ir con Él.
Y este camino de Jesús pasa a través del desierto. El desierto es
el lugar en el cual se puede escuchar la voz de Dios y la voz del tentador. En
el ruido, en la confusión, esto no se puede hacer; se escuchan sólo las voces
superficiales. En cambio, en el desierto, podemos bajar en profundidad, donde
se juega verdaderamente nuestro destino, la vida o la muerte. ¿Y cómo
escuchamos la voz de Dios? La escuchamos en su Palabra. Por esto es importante
conocer las Escrituras, porque de otra manera no sabemos responder a las
insidias del maligno. Y aquí quisiera volver sobre mi consejo de leer cada día
el Evangelio: cada día leer el Evangelio, meditarlo un poquito, diez minutos, y
llevarlo también siempre con nosotros, en el bolsillo, en el bolso… Tener
siempre el Evangelio a mano. El desierto cuaresmal nos ayuda a decir no a la
mundanidad, a los ‘ídolos’, nos ayuda a hacer elecciones valientes conformes al
Evangelio y a reforzar la solidaridad con los hermanos.
Entonces, entremos en el desierto sin miedo, porque no estamos
solos, estamos con Jesús, con el Padre y con el Espíritu Santo. Es más, como
sucedió con Jesús, es precisamente el Espíritu Santo el que nos guía en el
camino cuaresmal, aquel mismo Espíritu descendido sobre Jesús y que nos ha sido
donado en el Bautismo. La Cuaresma, por lo tanto, es un tiempo propicio que
debe conducirnos a tomar siempre más conciencia de cuánto el Espíritu Santo,
recibido en el Bautismo, ha obrado y puede obrar en nosotros. Y al final del
itinerario cuaresmal, en la Vigilia Pascual, podremos renovar con mayor
conciencia la alianza bautismal y los compromisos que de ella se derivan.
La Virgen Santa, modelo de docilidad al Espíritu, nos ayude a
dejarnos conducir por Él, que quiere hacer de cada uno de nosotros una “nueva
criatura”.
A Ella confío, en particular, esta semana de Ejercicios
Espirituales que iniciará esta tarde y en la cual participaré junto con mis
colaboradores de la Curia Romana. Rezad para que en este desierto, entre
comillas, que son los Ejercicios podamos escuchar la voz de Jesús y también
corregir tantos defectos que todos nosotros tenemos, y también hacer frente a
las tentaciones que cada día nos atacan. Os pido, por lo tanto, que nos
acompañéis con vuestra oración".
Al término de estas palabras, el Santo Padre rezó la oración del
ángelus:
Angelus Domini nuntiavit Mariae...
Al concluir la plegaria, llegó el turno de los saludos que
tradicionalmente realiza el Pontífice:
"Queridos hermanos y hermanas,
dirijo un cordial saludo a las familias, a los grupos
parroquiales, a las asociaciones y a todos los peregrinos de Roma, de Italia y
de diversos países.
Saludo a los fieles de Nápoles, Cosenza y Verona, y a los chicos
de Seregno venidos para la profesión de fe".
El Obispo de Roma explicó también el contenido de un libro de
bolsillo que regaló a los fieles que asistieron al Ángelus en la plaza de San
Pedro:
"La Cuaresma es un camino de conversión que tiene
como centro el corazón. Nuestro corazón se debe convertir al
Señor. Por eso, en este primer domingo, he pensado en regalaros a quienes
estáis aquí en plaza, un pequeño libro de bolsillo titulado “Custodia
el corazón”. Es este.
Este libro recopila
algunas enseñanzas de Jesús y los contenidos esenciales de
nuestra fe, como por ejemplo los siete Sacramentos,
los dones del Espíritu Santo, los diez Mandamientos, las
virtudes, las obras de misericordia, etc.
Ahora lo distribuirán los voluntarios, entre los cuales hay muchas
personas 'sin techo', que han venido en peregrinación. Y como siempre,
también hoy aquí en la plaza, aquellos que están en necesidad son los mismos
que nos traen una gran riqueza, la riqueza de nuestra doctrina, para custodiar
el corazón.
Tomad un libro cada uno y llevarlo con vosotros, como ayuda para
la conversión y el crecimiento espiritual, que parte siempre del
corazón: allí donde se juega la partida de las elecciones cotidianas entre el
bien y mal, entre la mundanidad y el Evangelio, entre la indiferencia y el
compartir.
La humanidad necesita justicia, paz, amor y
solo los podrán tener volviendo con todo el corazón a Dios, que es
la fuente de todo esto. Tomad el libro, y leedlo".
Como de costumbre, el papa Francisco concluyó su intervención
diciendo:
"Os deseo a todos un buen domingo. Por favor, especialmente
en esta semana de Ejercicios, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen
almuerzo y hasta pronto!"
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