SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA
Celebra la
Iglesia a uno de los santos distintivos de esa rica historia de héroes que la
Iglesia ha dado y sigue dando; unos, que están venerados en los altares, bien
como ejemplos de la fidelidad de la vida diaria, bien como mártires que dieron
su sangre por el amor desbordante hacia su Señor Jesucristo. Que por supuesto no es una lista que se ha
cerrado ni se cerrará, porque la Iglesia está llena de santos anónimos todavía,
pero cuya vida ejemplar, sacrificada, anónima, callada…, o en la lucha de
frontera de un mundo perdido en el egoísmo y la borrachera de la materia, son
santos de cuerpo entero que, de una u otra manera, también son triturados por los dientes de las fueras,
como expresaba San Ignacio de Antioquía en su deseo incoercible de ser
trigo de Cristo.
En las lecturas de este miércoles
tenemos casi la conclusión de toda la carta de San Pablo a los gálatas. Quedará
la guinda final en la que la afirmación suprema se reduce a pocas palabras, que
no se van a recoger en la lectura de la Misa: En cuanto a mí, jamás me gloríe
en otra cosa, sino en la cruz e nuestro Señor Jesucristo, por el cual es mundo
es un desgraciado para mí, y yo soy un desgraciado para el mundo. Serán dos realidades imposibles de compaginar
nunca. Porque o conmigo o contra Mí,
que dijo Jesús. Y la posición del mundo
es abiertamente contra Cristo, como Cristo está frontalmente opuesto a esos
principios y métodos mundanos que contradicen totalmente al Evangelio.
Entonces es comprensible lo que hoy
hemos tenido como materia de la 1ª
lectura. La “Ley” se contrapone a LA
FE; la letra, al espíritu; el que está satisfecho de lo que es y tiene, con la
llamada siempre a más que Cristo pone por delante.
En consecuencia Pablo nos lleva a
un impresionante análisis (que sólo podrá captar quien dedique su oración a
ahondar más y más en esas palabras de Pablo): a lo que lleva le ley, el
mandato, lo forzado de hacer…, es a la trampa de saltarse la ley, al
subterfugio constante para escurrir el hombro, a la ley de mínimos con que
tantas veces nos quedamos y a la que – desgraciadamente- aspiramos. El Apóstol
describe las consecuencias inmediatas: el ser humano se va a los instintos, y
cae en la fornicación, la impureza, el libertinaje. Cuando no hay más que “leyes” y no hay un
motor más alto, la ley no servirá para impedir ni para mandar. Se desliza uno por la pendiente fácil de lo
placentero, y no hay ni capacidad para ver que hay realidades mucho más altas y
que llenan mucho más.
De esta bajeza del “humano-reptil”
viene la búsqueda de sucedáneos (con la necesidad de suplir ese espacio
superior del que se carece. Y cae de su peso la idolatría, la hechicería…, las
enemistades, las contiendas, los robos, las envidias… El “humano-reptil” se ahoga y busca “dioses”.
Y el dios más inmediato con el que se topa y al que adora es el YO MISMO. Y
vine así la peor idolatría, la más difícil de combatir. La “adoración del YO”,
de la “única verdad” que es propia…,, con anulación de todas las verdades que
haya alrededor…; el culto a “lo propio” y a lo que “sale de sus manos”…, hacen
al “hombre-ídolo”, con todos esos matices que buscan divinidades en la
hechicería o el esoterismo de cualquier clase…
Es todo un salirse del ámbito “reptil” pero sin elevarse a la Verdad
superior… Es quedarse en esa “verdad mía” que hasta “construye dioses” a mi
modo y medida.
Y no se pierda de vista que San Pablo va aterrizando el los “pcados-reptiles”
de la enemistad, las contiendas, los
celos, los rencores, las rivalidades y las envidias. Que aquí ya se nos pueden poner las orejas
pinas porque ya no estamos hablando de cosas esotéricas, lejanas,
excepcionales. Aquí estamos
encontrándonos con la diana más inmediata, en donde cualquiera de nosotros
tiene que entrar dentro de sí y hacer análisis muy sinceros. Porque si eso no se trabaja decididamente, nos
estamos creando también nuestros “ídolos”
disimulados…, de la soberbia espiritual que tan mundana es que da frutos mucho peores
que el pecado del mundo que ha enumerado San Pablo. Que sigan a eso la parte
brutal de la borrachera, la orgía…, nada puede extrañar. El hombre “de la ley”,
al que sólo le llegan mandatos o prohibiciones, se salta a piola todo eso bajo
mil razones de su conveniencia.
De ahí que la contraposición radical este en el ser de la fe, el del Espíritu para el que la única Ley es
Cristo, y la única expresión de respuesta, el AMOR. En el amor, la alegría, la paz, la
comprensión, la servicialidad, la bondad, la lealtad, la amabilidad, el dominio
de sí. Hay poco que añadir,
evidentemente. Esa es la piedra de toque.
Lo que coincidamos con cada una de esas características, eso nos hace
unidos a Dios, y eso nos da un felicidad de un orden muy superior. En lo que no
coincidamos, hemos de ponernos objetivo muy serio de buscar, tender, intentar,
trabajar… Si vivimos por el espíritu marcharemos tras el espíritu.
El revés de la moneda, los fariseos a los que se dirige Jesús en el Evangelio de hoy: hombres falsos que se
quedan en las minucias del diezmo de la menta, el enebro y el comino, pero la
rectitud y el amos a Dios lo tienen de lado. Aparentan, se contentan… , pero
están a años luz. Buscarán asientos de
honor…, alabanzas y reconocimientos… vacíos, pero en el fondo quedan como sepulcros sin señal, que la gente pasa
por encima de ellos sin advertirlos siquiera.
HOY,O SE REFLEXIONA A FONDO O QUEDA EN AGUA DE BORRAJAS.
ICONOGRAFÍA:San Ignacio de Antioquía,está representado con barba y con vestiduras episcopales de la Iglesia griega y su atributos son dos leones,uno a cada lado,pero no recostados a sus pies,sino que se le ve cómo se arrojan sobre él,le muerden y lo derriban.
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