HE OÍDO HABLAR DE VUESTRA FE
Un tema muy a
propósito para esta urgencia de la Iglesia en el momento actual: que pueda
oírse, reconocerse, palparse NUESTRA FE. Y que pueda ser como aquella que Pablo
reconoce en los fieles de Éfeso, que no es simplemente que “creen” sino que su
fe está muy tangible y ejemplar y contagiosa, de modo que Pablo puede dar
gracias a Dios por ellos. Una fe que se plasma en amor de los efesios por todo
el pueblo santo -todos los hermanos de aquella comunidad cristiana-. Y Pablo
los pone así en su propia oración a Dios, el Dios de Nuestro Señor Jesucristo…
[No es un dicho que se expresa como coletilla, sino algo enormemente serio y
muy digno de considerar. Porque los hay “ateos”
que no son ateos de Dios sino ateos de ese Dios que reflejamos nosotros y al
modo que lo reflejamos. Como aquel “ateo” que le decía a un “creyente: “Yo no
creo en el Dios que tú crees”. Y no es
que no creía en Dios, el Dios de nuestros
Señor Jesucristo; lo que no creía era en el Dios que le estaban
trasmitiendo las obras o incluso las concepciones de aquel “creyente”]. No es, pues, en vano, la forma en que lo expresa
Pablo cuando pide al Dios de nuestro Señor Jesucristo,
que es el Padre de la Gloria, para que Él os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Gran petición que tenemos que hacer por todos…,
Y PARA NOSOTROS MISMOS. Porque al Padre Dios no lo conoce más que Jesucristo y aquel a quien Él se lo revela. Por eso el espíritu de revelación hay que
pedirlo. Porque sólo así podremos conocerlo.
Y CONOCER a Dios no es un acto
intelectual, un fruto del estudio, ni una profundidad de la teología. CONOCER
como Él nos conoce…, “CONOCER” en ese sentido íntimo, profundo, interior,
penetrante…, que expresa la Sagrada Escritura para indicar algo tan inefable
como el íntimo “conocimiento” de los esposos. [María respondió al ángel: “no conozco varón”. ¡Claro que conocía a José, pero no en la
profundidad que abarca a todo el ser]. CONOCER
A DIOS como oración, revelación…, es otra cosa. Y esa es la que pide Pablo para los
efesios. Y esa debe ser la FE RENOVADA,
EFECTIVA, que pidamos y busquemos los creyentes en el año de la fe. Porque la
inmediata preocupación de la Iglesia somos nosotros, los que –creyendo- no
damos la talla, no contagiamos, no nos hacemos visibles como tales creyentes
que han llegado al cambio de su vida en razón de una situación nueva como la
actual, tan zarandeada por los enemigos de la fe. Porque no nos acucia nuestra fe hasta el
punto de modificar nuestras formas adquiridas. Porque no somos los testigos que necesita la Iglesia para
testimoniar que estamos creyendo en el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el
que Él reveló, por el que Él llegó a aceptar la muerte, para devolver a Dios un
mundo perdido. Un mundo que era como el que ahora estamos viviendo nosotros.
Llama Pablo a aquella comunidad -¡a
todos nosotros!- a expresar la riqueza de gloria que da en herencia a
los santos (=los fieles cristianos], la grandeza del poder de Cristo,
la eficacia de su fuerza poderosa.
No dejemos “leídas” esas expresiones, y traigámoslas a nosotros; rumiemos…
Porque nos viene a pelo para barruntar lo que se pretende con el AMO DE LA FE,
y que no se quede en un slogan de tantos, que se nos escapa de la atención a la
primera de cambio.
Concluye con esa afirmación
poderosa de que somos el CUERPO de una CABEZA que es Cristo, y que ese cuerpo
que se concreta expresamente en LA IGLESIA –todos nosotros- ha de tender y buscar LA PLENITUD. Y eso no se
encierra en la “vida piadosa” a la que nos hemos hecho y en la que nos
asentamos. MUCHO MÁS se esta
pidiendo. Pidamos el espíritu de revelación.
Y el Evangelio viene ahí como llamada acuciante a tomarnos en serio todo
esto. Esa frase, tan utilizada hoy en los “adjuntos” informáticos que nos
llegan desde Sudamérica, con ciertos tintes amenazadores, los hemos de asumir
como palabra de Jesús que nos hace caer en la cuenta de la responsabilidad que
tenemos adquirida por razón de nuestro Bautismo y nuestra participación en la
Redención de Cristo: que no podemos
esconder la cabeza bajo el ala y dejar que “otros prediquen”. Que cada uno de nosotros tiene que afrontar
esa responsabilidad de ser testigo de la
fe en Cristo que hemos recibido, y no avergonzarnos ni de ser cristianos
católicos, ni de profesar públicamente nuestra fe, ni de defender los
principios esenciales de esa fe.
El peor pecado que puede haber –el imperdonable-
es el que no se reconoce y, por el contrario, “se tapa”, se justifica. Porque así como es una Gracia de Dios
descubrir en nosotros que hay un pecado al que no le habíamos prestado atención
y de pronto se nos pone delante, es una condenación el negar y pretender
justificar y ocultar ante nuestros propios ojos, el que realmente tenemos. Y más de una vez debemos saber agradecer (no
tirar balones fuera ni responder “insulto con insulto”) al que nos pone delante
algún elemento nuevo en el que nos advierte de un fallo que se está viendo en
nosotros.
Somos fábricas de fabricar ateos y descreídos de la religión, puesto que no mostramos con nuestras obras lo que decimos creer, y todo se queda en una superficialidad de práctica religiosa, de una apariencia de piedad que luego no se corresponde con la realidad del corazón. Para poder corregir eso, es urgente la necesidad de una conversión sincera, abandonando los ídolos que adoramos y buscando de verdad servir al Dios verdadero en nuestros hermanos, escuchar la Palabra de Dios, y ponerla en práctica, orar con corazón limpio y buscar la santidad en nuestra vida.
ResponderEliminarY cuando los profetas nos anuncian y nos advierten de los peligros de seguir una religiosidad vana, la religión de la apariencia de piedad, apedreamos y matamos a los profetas.
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