2000 años atrás
San Pablo escribía
hace 2000 años y en una cultura completamente centrada en el varón, donde la
mujer-esposa era sierva, esclava, a las órdenes del “amo”. Por eso, aunque no nos resulte apropiada la
forma en que escribe en esta carta sobre esa forma de relación d marido y esposa, habrá que ver en
su carta un avance muy notable, casi abismal, desde el planteamiento al que
lleva el sentido de la fe cristiana. Ya
no es que el marido domine a la esposa sino que la ame…, y que la ame como cuerpo suyo…, como él se ama a sí mismo,
como él ama su propio cuerpo. Más aún:
es que en su propio cuerpo…, su propia carne, ¡porque ese es el GRAN MISTERIO…,
el Sacramento, que pone la unión del hombre y la mujer a la altura de la unión
irrompible y amorosa de Cristo hacia su Iglesia. Y por tanto no es el varón el
que se beneficia o “aprovecha” de la mujer, sino quien busca enriquecerla en
perfecciones y en irla elevando (=purificando) para colocarla ante sí a la
misma altura.
Si utiliza dos verbos distintos cuando
dice al varón que ame a su esposa, y la esposa le dice que respete a su marido, en
realidad está buscando el equilibrio en aquella desequilibrada balanza de su
cultura ambiental. Precisamente la
liturgia ha elegido hoy un Salmo que
–tomado al pie de la letra en nuestro lenguaje- nos lleva a un equívoco
concepto. Porque el temor de Dios, como don que es del Espíritu Santo, jamás
puede ser una inspiración divina al miedo a Dios, a la distancia temerosa de
Dios. Cualquiera que se detenga a leer los pasajes bíblico que hablan del “temor
a Dios”, descubro el paralelo de la frase o suceso siguiente que insiste
exactamente en el AMOR A DIOS. Así “temer” bíblico es amor respetuoso, amor
de hijo a padre o amor de esposo a esposa. Entonces el “respeto” que se le pide a la esposa es precisamente el salto
vertiginoso de la mujer esclavizada al marido, tomada más como “cosa” que se
posee que como esposa con la que se une una vida, a la novedosa y amorosa
relación por la que bien merece la pena dejar la propia familia, el propio
hogar, para constituir una familia nueva,). Por tanto, no es el respeto que distancia sino
la nueva realidad de unión en la igualdad. Pablo ha avanzado en salto de
gigante sobre su cultura judía y de 2000 años atrás, y está rompiendo moldes
ante los cristianos de Éfeso, para que descubran la gran novedad que supone ese
MISTERIO que Cristo ha instituido. (“Misterio” en griego es igual que “Sacramento”
en latín).
Y en esa línea podríamos hoy
entender un sentido tan bello del Evangelio
como para ver en las dos breves y concisas parábolas del grano de mostaza y de
la levadura, esa vocación que encierra la vida del Reino, que es la vida cristiana: lo muy pequeño y diminuto crece y crece y
acoge como ramas en donde anidar. Lo que era impensable en aquella sociedad, se
hace realidad en e Reino: que lo pequeño
se hace grande. Que las formas antiguas
se hacen novedosas y acogedoras. Que donde parecía no haber nada, surge un
arbolito. Realmente la FE EN CRISTO y el
seguir el camino de Cristo, es un cambio tan absoluto en la misma cultura que
ya no puede tener vuelta atrás, porque hay un vino nuevo que no podrá ya retroceder hacia los moldes viejos. Que Cristo ha puesto la marcha del mundo en
tantas revoluciones que es imposible parar a quien se sienta verdaderamente
tocado por esa llamada. Que, aun humanamente, la cultura cristiana llega a
invadir el mundo y ese mundo progresa mucho más allí donde se va asentando la
Iglesia a través de los siglos. Como
también podemos palpar el efecto contrario en nuestra incultura cristiana
actual, en la que la dignidad de la mujer ha regresado a los tiempos de la
mujer-objeto y a la explotación de la mujer…
En realidad también del varón. ¡Y del niño! Hemos regresado a la
prehistoria de la cultura, cayendo en la aberración y el disloque.
Pero un cristiano que tome
conciencia de su vocación, en el grado
en que Cristo ha situado el Reino, no puede ser una mujer u hombre
detenidos, paralizados, parados en el lamento y en el fracaso…, y mucho menos
en la esterilidad de su Bautismo. Porque
Jesús nos ha puesto la parábola de la levadura para hacernos comprender que –aunque
poca levadura- su fuerza interna le lleva por impulso intrínseco a hacer
esponjarse toda la masa. Impulso incoercible
que tenemos que experimentar los que amamos a Jesucristo, y tendremos que salir
gritando, como San Francisco de Asís: el
Amor no es amado.
Levadura somos por VOCACIÓN. Ahora nos toca responder a esa exigencia
imperiosa de quien –sabiéndose objeto del amor sacrificado de Jesucristo- no
puede guardárselo en el pañuelo.
SALMO 127.
ResponderEliminarEl Salmo de hoy es muy corto y sencillo,pero encantador por su frescura y brillantez.El Salmo nos hace ver el grado de felicidad que puede alcanzar en su propio hogar doméstico aquel que es temeroso de Dios.
La antífona:DICHOSO EL QUE TEME(AMA)AL SEÑOR.
Es el enunciado de la felicidad que acompaña al hombre que ama a Dios y sigue sus caminos:COMERÁ DEL FRUTO DE SU TRABAJO,y gozará de la paz y felicidad familiar;su mujer será como una parra fecunda;sus hijos se sentarán alrededor de una mesa,como brotes de olivo.El Salmo canta el amor conyugal,el amor paternal,filial y fraternal.Este es el amor de Dios a su pueblo,y el amor del pueblo para con su Dios,amor de cada uno por sus hermanos.Nada más parecido al festín mesiánico que se adivina tras la imagen de la prosperidad de Jerusalén.
Mirado así el salmo no canta sólo la felicidad familiar en el amor,sino de la IGLESIA,comunidad de amor,en la cual MARÍA,como Madre,es el corazón de la IGLESIA.
El que teme al Señor es el que lo ama.
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