GUÍAME, SEÑOR, POR EL CAMINO ETERNO
Cuando
hoy Dios viene a responder a Job, que había hecho protesta de su bondad y
rectitud, pensando que él no había hecho algo contra Dios para merecer tanto
sufrimiento…, y que él se declaraba inocente…, Dios le dice que se coloque ante
sí y que -sabiendo tan convencido su valer- le responda a unas cuestiones: ¿tú has ordenado los astros?; ¿tú le has puesto límites al mar?; ¿tú
dominas la vida y la muerte?
¡Cuéntamelo, si lo sabes! Me ha recordado una contemplación de san
Ignacio en los Ejercicios donde lleva al ejercitante a encontrarse con Dios y
descubrir en Dios tanta sabiduría, frente a la propia ignorancia; tanto poder frente a la debilidad del
hombre; tanta belleza frente a tanta
fealdad y malicia que brota en el corazón humano. Y Job reacciona como únicamente cabe
reaccionar quien tiene inteligencia y razón…, y por supuesto fe: Me siento pequeño, ¿qué replicaré? Me llevaré la mano a la boca; he hablado una vez y no insistiré ni añadiré
nada
Ese “llevarse la mano a la boca” viene muy a pelo con el tema que
tocaba ayer en honor de San Francisco de
Asís”: saber callar. Mucho más que
guardar silencio. Saber callar es ya
sabiduría de arriba.
El día que nuestro silencio no sea
sólo “callar” sino experimentar dentro la humildad que mueve a callar…,
estaremos siendo guiados por Dios por el camino eterno. El día que nuestro
silencio brote del fondo del alma como una necesidad impulsiva, porque
experimentamos que una sola palabra puede poner nieblas a la inspiración de
Dios…; el día que el silencio nos haga más felices que el hablar, y podamos
estar plenamente llenos en medio de esos silencios ricos en donde se le deja
camino abierto y diáfano a Dios…, ese día estaremos ocupando NUESTRO VERDADERO
LUGAR…, o posiblemente lo digo mejor: ese
día estamos en órbita para tener EXPERIENCIA DE DIOS.
¿Qué le ocurrió a los habitantes de
Corozaín y Betsáida? Que no supieron “hacer silencio” de ellos mismos; que
fueron ciegos para ver los milagros que se hacían en ellos; que pretendieron
tener ellos la última palabra…, “el punto y aparte”…, y no dejaron a Jesús SU
LUGAR, el que Él hubiera ocupado en el corazón de aquellas gentes… Que el CORAZÓN
DE JESÚS encontró un frontón en la soberbia, la autosuficiencia, el egoísmo
fino de los que se creyeron ser más y saber más. ¡Tantas veces que estuvo Jesús en
Cafarnaúm! ¡Tantas veces que hizo allí
sus obras salvadoras…! No escucharon; no
quisieron escuchar. Sus “ruidos
interiores” nacidos en el orgullo de ellos, que quisieron saber más, secaron
las fuentes de la salvación, esas que
van con Jesús dondequiera que Él va y en donde se le abra la puerta. Porque no podemos olvidar el respeto inmenso
que Él tiene con la libertad humana. Por
eso la palabra del Apocalipsis: Estoy a
la puerta llamando; si alguien me abre,
entraré y comeremos juntos. Y ahora da ese salto tan propio de Jesús,
que traspasa su poder a los que Él deja en su lugar…: quien os escucha a vosotros, a Mí me escucha; quien a vosotros rechaza,
a Mí me rechaza. Y quien me rechaza a Mí, está rechazando al Dios del Cielo.
De principio a final, la liturgia
de hoy no deja ocasión a perder palabra.
Y a poner el dedo en la boca
nosotros, a ver si eso nos da oportunidad para SILENCIAR EL ENTORNO
(interior, sobre todo) y deja paso a que NOS VAYA EMPAPANDO LA PALABRA DE DIOS.
LO CORRESPONDIENTE AL DÍA DE ACCIÓN DE GRACIAS Y PETICIÓN, ESTÁ DESPUÉS
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