CEDER, camino de convivencia
En toda
verdadera Homilía las lecturas (en domingos ordinarios, la 1ª y el Evangelio),
se implican de tal forma y se complementan y dan una pauta que va más allá de
la meditación de unos textos. Y hoy es
uno de esos días en que se hace esencial ver esa conexión para no irse por
moralismos y consideraciones piadosas.
La 1ª lectura ha mostrado el
PLAN DE DIOS. Lo que Dios ha concebido en
el principio es que el ser humano está orientado hacia el “complemento” del
otro ser humano. Con esa simplicidad del relato oriental, como quien cuenta ese
relato fantástico que puede ser entendido por cualquiera, nos ha puesto al
varón ya creado por Dios, al que le es entregada en sus manos la Creación
entera, para que él la lleve adelante y la perfeccione. Esa escena tan gráfica
del varón al que se le hace pasar todo lo creado para que le ponga nombre, es la imagen de la entrega que Dios le hace a
la criatura de toda la obra de Dios.
Para un occidental poner nombre
equivale a lo que esas palabras suenan. Y nos imaginamos a Adán llamando “jirafa”,
“león”, “mosquito”… Nada tiene que ver con el pensamiento del autor. “Poner nombre” es tomar posesión y dominar
una realidad que le viene a uno a las manos.
[Como el que tiene una mascota y lo primero que hace es ponerle nombre, con el que él la
identifica y la domina. Pues Dios le ha
dado al hombre ese dominio sobre la Creación.
Pero hay algo que Dios está viendo: que no está bien que el varón esté
solo. Que debe tener una compañera, un ser igual a él, con el que pueda
compartir. Y con esa fantástica descripción
de la costilla, nos trasmite el Génesis varias ideas esenciales del plan de
Dios. Primero: que la mujer, al igual
que el varón, han salido de sus mismas manos.
Que por son, por tanto, seres con idéntica dignidad sin ser uno más que
el otro. Que el varón llama a aquel ser
semejante a él “Varona” (la voz
original que designa a la mujer), porque es de la misma “pasta” que el
Varón. Porque entre ellos hay una
igualdad tal que no cabe ahora ponerse por delante uno u otra. Sino tan
profundamente unidos entre sí que cada pareja humana sentirá el impulso natural
de crear nuevo foco de vida y amor, nuevo hogar que multiplique la vida sobre
la tierra y, juntos, lleven a plenitud progresiva la obra de Dios. Por tanto, con la estabilidad plena de una
obra conjunta, en la que Dios es la fuerza de unión tal que lo
que Dios ha unido, no puede separarlo el hombre.
Ahí es donde entra el Evangelio: los fariseos preguntan a Jesús si es lícito divorciarse de esa unión
matrimonial. Jesús les remite al Génesis,
a lo que Dios instituyó desde el principio.
Los fariseos objetan que Moisés permitió el acta de repudio por la que
el varón puede dejar a su esposa. Y la respuesta de Jesús: Por
vuestra terquedad lo permitió. Al principio no fue así. Porque Dios los creó hombre y mujer para que fueran una sola cosa, soldados de tal
manera que romper esa unión es desagarrarse mutuamente los dos miembros de la
pareja humana.
“Por
vuestra terquedad”. Quiere decir que
sólo desde la esterilidad del egoísmo humano –tercos el uno o la otra- puede
concebirse la ruptura de lo que Dios unió.
El egoísmo del orgullo humano, de la incapacidad de amar, el que uno
tire de la manta sin mirar la necesidad del otro, la inmadurez e ineptitud para
salir de sí…, para calzarse los mocasines
del otro, como dice el pensamiento oriental. Conozco una sentencia de declaración de
nulidad de un matrimonio al que, aun dejando nula la unión anterior –por inexistente
e incapaz- añade la cláusula de negación de nuevo matrimonio sacramental a la
pareja, porque son ineptos para convivir,
no sólo entre ellos sino como realidad psicológica esencial. “Terquedad”.
“No hay sujeto”, que diría san Ignacio.
No fue así como Dios puso a mujer y
varón uno ante el otro, sino compañeros de vida y camino. Y ahí se fundamenta la perennidad del
matrimonio sacramental, el que Cristo da por base, y en el que lo
que Dios ha unido, no puede separarlo el hombre. Lo que sí que puede pensarse es si Dios une a
esas parejas incapaces de amar de verdad, de amar a fondo perdido.
Por eso no puede entenderse del
todo una realidad como ésta –cuando estamos en una verdadera Homilía- si no se
va directo al Altar y se encuentra uno con el Sacrificio y Sacramento de
Jesús. Lo que era “Palabra” se
sacramentaliza, se verifica en este Sacrificio: ahí donde cede Jesús de sí mismo, hasta el mismo morir, para así dar vida a los
demás. Si Jesús no hubiera CEDIDO, nosotros no hubiéramos sido salvados. Si
Jesús no hubiera sabido salir de sí, nosotros estaríamos encerrados en nuestro
frío natural de criaturas irredentas. Pero porque Él cedió, hasta la misma
muerte, ASÍ VIVIMOS LOS DEMÁS. Hemos recibido
vida desde el ceder el “otro”. Es la
imagen del matrimonio, de la convivencia, de la comunidad de cualquier tipo. La 2ª lectura entraría sola: el haberse hecho
Jesús inferior a los ángeles (=haberse hecho humano plenamente, cediendo de lo
más consubstancial a Él. Su rango divino), ha dado por futo que Él mismo ha
crecido –por su muerte- hasta ser EL SANTIFICADOER. Y a su vez, ser el que hace SANTIFICADOS a
los humanos, hasta poder así llamarnos “hermanos”, llevando tras de sí, a la
gloria, a esa inmensa multitud de hijos de Dios y hermanos suyos.
Sólo la presencia viva de Cristo en el matrimonio puede mantener el amor y la unidad´´ una vez más. quien no tiene fe se encuentra sin fuerzas para perdonar y amar Lo que DIOS ha unido, que no lo separe el hombre. Por otro lado,el evangelio presenta la condición de de ser como niño para recibir el Reino. El que cultiva esta simplicidad es el que realmente aprende a conocer y a valorar las personas, no lleva cuentas ni se ajusta al tiempo sabe agradecer, se desprende sin mayores complicaciones, se da del todo sin medir consecuencias, no alberga durezas ni resentimientos en su corazón Puede amar realmente, es decir, puede entonces abrirse a la vida, al encuentro con los demás,y al Reino. Puede ser como un niño....
ResponderEliminarHoy celebramos la fiesta de la Virgen del Rosario y podemos exclamar como María"proclama mi alma la grandeza del señor....
ResponderEliminarEl rosario es una oración contemplativa y para realizar mejor esta contemplación convendría detenerse unos segundos,en un silencio de meditación,considerando el respectivo misterio del rosario,antes de recitar el Padrenuestro y las Avemarías de cada decena.
Pensemos que cuando rezamos el rosario desgranamos la vida de Jesús,día a día de la mano de María.
Puerta del Cielo,ruega por nosotros.
Cuentan,dicen,tómenlo como bien les parezca.
En el Cielo,San Pedro,le dice a Jesús:estoy viendo por aquí a muchas almas que antes no las había visto y Jesús le responde:"mira bien por todas partes a ver por dónde han entrado"(sabéis que San Pedro tiene las llaves del Cielo).
San pedro mira bien por todos sitios,hasta que descubre un gran rosal con un gran agujero en el centro y una escalera que iba de la tierra al cielo.Entonces le dice a Jesús"mira esto,por aquí han entrado".Jesús con una sonrisa le responde"Son cosas de mi Madre".
Aprovecho el espacio que me da comentarios de este blog para anunciar a todos mis amigos que mi página de apostolado, www.jesus-pandevida.net cerrará en los próximos días sus puertas después de 8 años desde su creación. Esto motivará que mi dirección de correo fjavier@jesus-pandevida.net, también quede inactiva en los próximos días. Los que tengan este correo en sus libretas, ténganlo en cuenta.
ResponderEliminarHola:
Eliminaresta todo solucionado, ya vuelve a funcionar
ResponderEliminarEl matrimonio
se creó para su perfeccionamiento y plenitud del hombre.
"Dios, que es amor y creó el hombre por amor, lo ha llamado a amar. Creando al hombre y a la mujer, los ha llamado en el MATRIMONIO a una íntima comunión de vida y amor entre ellos, 'de manera que ya no son dos sino una sola carne' (Mt. 19,6) Jesucristo no sólo restablece el orden original del matrimonio querido por Dios, sino que otorga la Gracia para vivirlo en su nueva dignidad de Sacramento, que es el signo del amor esponsal hacia la Iglesia: "Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo ama a la Iglesia" (Ef. 5,25) (del Catecismo de la Iglesia Católica, compendio).
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EliminarEl matrimonio se creó para el hombre y no el hombre
para el matrimonio .